Una pelea con muchos simbolismos

Miguel-Anxo Murado
Miguel-Anxo Murado EL MUNDO ENTRE LÍNEAS

INTERNACIONAL

MICHAEL REYNOLDS | EFE

05 ene 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Los cierres de Gobierno» se están convirtiendo en una tradición más en Estados Unidos. El Congreso se niega a aprobar los presupuestos del ejecutivo y este «cierra» una parte de los servicios públicos, lo que significa dejar de pagar sueldos y congelar una parte del gasto corriente. Hasta que el asunto se soluciona. Se trata de un pulso, de una competición para ver quién consigue culpar al otro de las incomodidades que ello provoca a la población. El que logra convencer a la opinión pública, gana puntos de popularidad; el otro los pierde. No es el más inteligente de los juegos, pero la política es así.

Estos conflictos son siempre simbólicos. El que enfrenta ahora a Trump con el Congreso gira en torno a la construcción del famoso muro en la frontera con México, la mítica promesa electoral de Trump, su punto programático más conocido. Después de haber fracasado en casi todas sus otras iniciativas, Trump quiere al menos dar la impresión de que va a cumplir esta. Y los demócratas están, lógicamente, decididos a impedirlo. La lucha contra el muro es también simbólica para ellos: representa su nueva imagen como partido de las «fronteras abiertas» y la diversidad, lo que supone también una apuesta fuerte y un cambio considerable en sus planteamientos.

Hay que recordar que el muro ya existe, al menos en parte: 881 kilómetros de la frontera están fortificados, un proceso que comenzó con la presidencia de Bill Clinton y que se aceleró bajo la de George W. Bush mediante un acuerdo entre republicanos y demócratas suscrito en aquel entonces por Barack Obama y Hilary Clinton, entre otros. De hecho, después de tener que rebajar varias veces sus promesas iniciales, el objetivo de Trump es fortificar únicamente otros 240 kilómetros más, y no con un muro propiamente dicho, sino con un sistema de barreras no muy diferente al que ya existe. En definitiva, poco importa si esa nueva barrera se construye o no: ni sería tan eficaz frente a la inmigración ilegal ni supone, por sí misma, ninguna agresión a los derechos humanos. Pero es ahí donde se ve el carácter simbólico de la cuestión.

¿Quién ganará el pulso? Casi con toda seguridad, los demócratas. Trump se ha metido, él solo, en un callejón sin salida. Los presupuestos ya estaban acordados entre las cúpulas de los dos partidos. Incluso había 1,6 millones de dólares para reforzar la frontera. Pero Trump, en uno de sus arranques, decidió exigir que fuesen 5.000 millones, simplemente para presentar ese reforzamiento como la construcción del muro que prometió. Y cuando los demócratas anunciaron que vetarían los presupuestos, Trump se apresuró, torpemente, a decir que prefería paralizar el Gobierno que ceder en una cuestión «de seguridad nacional», con lo que él mismo ha asumido que el «cierre de Gobierno» es decisión, y por tanto culpa, suya. Ayer, algunos senadores republicanos ya empezaban a desmarcarse del presidente. Serán más en los próximos días. El presidente neoyorquino se ha preparado una trampa a sí mismo y ha metido el pie a fondo.