Es cuando menos irónico que el azote de la libertad de prensa y de los informadores turcos se presentara ayer como el adalid de la justicia ante el salvaje asesinato de Jamal Khashoggi. Cuando grupos de derechos humanos no han dudado en tildar a Turquía como la «mayor cárcel de periodistas» del mundo, el autócrata Erdogan se atreve a dar lecciones. Justo un día después del asesinato del disidente saudí, un tribunal de Estambul confirmó las cadenas perpetuas contra tres conocidos periodistas por presunto golpismo. De nada sirvió que más de 200 intelectuales de todo el mundo, entre ellos Noam Chomsky, exigieran su puesta en libertad. Después de 15 años gobernando, el sultán de Ankara acumula todo el poder y se ha deshecho de toda voz disidente a golpe de decreto, tras el pretexto que le dio el fallido golpe de Estado en julio del 2016.