Mark Rutte, el látigo contra los países latinos

Cristina Porteiro
CRISTINA PORTEIRO BRUSELAS / CORRESPONSAL

INTERNACIONAL

PAUL HANNA | Reuters

El líder holandés mantiene a raya a la ultraderecha, con la que se alió en el primer mandato, bloquea la ampliación de la UE, el aumento del gasto y apuesta por controlar la inmigración

29 jul 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

La imagen de Mark Rutte limpiando entre aplausos, vítores y sonrisas el café que acababa de derramar en el vestíbulo de la Tweede Kamer (Parlamento), dio la vuelta al mundo el pasado mes. No habría sido así de no ser quien es: el primer ministro holandés. Esos gestos no abundan entre sus homólogos. Una muestra de humildad, según sus asesores, que trataron de forzar en las campañas electorales para ganar el aplauso del público. Sin éxito. Rutte no es ningún Justin Trudeau. Quienes lo conocen bien, saben que esa no es su naturaleza. Al menos en el terreno de la política, donde se mueve con sigilo, sagacidad y pragmatismo. Consagra toda su vida al trabajo. «No tiene espacio para otra cosa, es como un político célibe», llegaron a decir de él sus compañeros. Esa disciplina le ha servido para mantenerse en el poder desde el 2010 a pesar de la fragilidad y la inestabilidad política de sus alianzas. 

Tirano del euro

El líder contra el despilfarro de algunos socios. Se opuso a los rescates, a la política expansiva del BCE, apoyó dolorosos ajustes draconianos y alentó al resto de halcones del euro (Alemania, Finlandia y Austria) a apretar las cuerdas a los países derrochadores del sur. Rutte es un ortodoxo fiscal, está a la derecha de la derecha cuando se trata de administrar la hucha. También la de casa. Bajo su batuta se emprendieron importantes recortes de gasto social al tiempo que se le bajaron los impuestos a las grandes fortunas en Holanda. La tendencia empieza a revertirse, pero el líder de los Verdes, Jesse Klaver, ya bautizó a su nuevo Ejecutivo como «un Gobierno de ricos». 

Los desafíos

La relación con Rusia y el aumento de la criminalidad. La economía holandesa sigue pujante. Suben los sueldos, se mantiene el crecimiento y las cuentas públicas están en orden. Los desafíos asoman por el flanco de la inseguridad y la deteriorada relación con Rusia tras el derribo en el 2014 del avión NH17. La tragedia dejó tan conmocionado al país que cambió por completo la relación gubernamental con Moscú. Este mismo año Rutte exigió a Putin asumir la responsabilidad tras probarse la implicación del ejército ruso. El liberal también debe lidiar con la creciente criminalidad relacionada con el tráfico de drogas. Sus puertos se han convertido en la principal puerta de entrada de estupefacientes a la UE. Las mafias operan sin control en el país tras años de desidia institucionalizada. Eso se ha traducido en un aumento de la inseguridad. 

La amenaza ultra

Wilders, un rival a raya. Geert Wilders, el «Trump europeo» es un viejo conocido de Rutte. El xenófobo líder del Partido por la Libertad (PVV) fue su compañero de filas hasta el año 2004, fecha en la que abandonó el VVD para formar su propio partido. Alimentado por la ultraderecha y el nacionalismo holandés más recalcitrante consiguió alzarse hasta la segunda posición en las elecciones del 2010, a solo siete escaños de los liberales. Rutte, el equilibrista, consiguió convencerle para apoyar su Ejecutivo liberalconservador desde fuera. Pero el ultra le retiró la confianza en el 2012, precipitando unas elecciones de las que salió una extraña alianza: liberales y socialdemócratas. Solo Rutte salió con vida del experimento. Fue lo suficientemente inteligente de encomendar la tarea de recortar el Estado de bienestar a su ministro socialdemócrata, Jeroen Dijsselbloem. En los comicios del 2017 el PvdA cayó de los 38 a los 9 escaños. Rutte revalidó su victoria, endureciendo sus discursos antiinmigración. Consiguió mantener a raya a Wilders, quien le pisó los talones en precampaña. Con una Tweede Kamer balcanizada (hasta 13 partidos consiguieron escaños), el liberal tuvo que recurrir a su habilidad negociadora para alumbrar una coalición estable, excluyendo al PVV. Tras 208 días de negociaciones, las más largas desde la II Guerra Mundial, los socioliberales del D66, los democristianos de la CDA y los calvinistas de la Unión Cristiana dieron el visto bueno a su tercer mandato. 

El reto migratorio 

Un giro a la derecha. «Compórtate de forma normal o márchate. Si vives en un país donde te fastidia la forma en la que nos relacionamos con los demás, tienes una opción. Lárgate. ¡No tienes que estar aquí!», fue el mensaje que lanzó Rutte a la comunidad inmigrante en plena precampaña en el 2017. No está conforme con la llegada de refugiados. Ha endurecido la política de asilo y defiende limitar al mínimo la llegada de trabajadores de terceros países con el argumento de que las oportunidades de trabajo son limitadas (en un país con el 3.8 % de desempleo). Antes considerado del ala izquierda del partido, el liberal dio un giro de 180 grados en cuanto las encuestas empezaron a aupar al primer puesto a su rival del PVV, el xenófobo Geert Wilders, quien le colgó a Rutte las etiquetas de «el hombre de puertas abiertas» y «el de la islamización». Su giro a la derecha en política migratoria se fue fraguando al calor de los sondeos, como hicieron otros políticos europeos. A diferencia de ellos, Rutte ha combinado esa retórica anti inmigración con una defensa inteligente y optimista de la apertura económica y comercial. Un populismo blando más fácil de digerir y defender en casa y en Bruselas. 

El bazar de la UE

No rotundo a ampliar el bloque común. «No se necesita más Europa, hay que recuperar la soberanía» , es el mensaje que repite Rutte todas las mañanas. De ahí su rechazo frontal a aumentar el presupuesto comunitario para el período 2020-2027. Como contribuyente neto, su país exige duros recortes para las partidas que más benefician a los países menos desarrollados de la UE: La cohesión y la Política Agraria Comunitaria (PAC). El holandés tuvo que quitarse la careta de europeísta cuando el eje francoalemán propuso este año avanzar en la integración de la zona euro. Rutte no quiere ni presupuesto del euro, ni red de rescate y mucho menos un fondo de garantía de depósitos común. El liberal se vio obligado a salir de la cómoda sombra que le proporcionó Merkel durante años para abanderar una nueva cruzada de los halcones contra los planes de apuntalar el euro. Para Holanda, la UE y la eurozona, son y serán siempre un bazar, un mercado, ni más ni menos. Todo lo que suponga compartir riesgos, económicos o políticos, provocan urticaria a Rutte, quien está dispuesto a bloquear hasta el final cualquier avance en la integración de la UE. Sus fisuras con los socios europeos también salieron a relucir a costa de las negociaciones del brexit. El holandés está presionando a las cancillerías europeas para flexibilizar la posición del negociador europeo, Michel Barnier. Una tensión que puede acabar rompiendo la unidad de los Veintisiete. Rutte quiere evitar a cualquier precio un brexit duro. ¿Por qué? El motor de la economía holandesa son sus exportaciones y estas tienen un altísimo grado de dependencia del Reino Unido.

LA FICHA

Datos personales. Rutte nació en La Haya el día de San Valentín (14 de febrero de 1967) en el seno de una familia conservadora, nacionalista y protestante. Es el pequeño de siete hermanos. Su padre se casó con la hermana de su mujer después de que esta falleciera durante la II Guerra Mundial. Quiso ser pianista, pero estudió Historia en Leiden. Está soltero.

Trayectoria. Trabajó diez años en Unilever. Se afilió con 16 años al Partido Liberal. Fue secretario de Empleo y Educación. Dirige su partido desde el 2006. Ganó sus primeras elecciones en el 2010. Repitió en el 2013 y en el 2017. Gobierna con un cuatripartito y tiene 33 de los 150 escaños.

Los retos. Su malabarismo político y las múltiples alianzas le ha permitido mantener a Holanda al margen de la crisis. Frenar la expansión de la UE y contener a los euroescépticos y a los ultraderechistas.

es evitar un «brexit» duro por la alta dependencia de sus exportaciones