Los demócratas cierran la era de la dinastía Clinton

Rosa Paíno
Rosa Paíno REDACCIÓN / LA VOZ

INTERNACIONAL

OLIVIER DOULIERY | Efe

La inesperada derrota sume al partido en una crisis de liderazgo por agotamiento del clan y el adiós de los carismáticos Obama

10 nov 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Hillary Clinton perdió la última de sus batallas, convertirse en la primera mujer presidenta de Estados Unidos. A sus 69 años de edad es prácticamente imposible que pueda optar de nuevo a la Casa Blanca. Su derrota marca el fin de una dinastía que ha protagonizado la política de Estados Unidos en las últimas décadas. Un fin que sume al Partido Demócrata en una grave crisis de liderazgo. El futuro pasa por sangre nueva, carisma y popularidad. Alguien que no solo convenza, sino que también emocione, como hizo el carismático senador afroamericano Barack Obama en las primarias del 2008.

Los ojos de los estadounidenses se han posado en la actual primera dama. «Tenemos cuatro años para convencer a Michelle», se escuchó entre los militantes que abandonaban cabizbajos el Javits Center de Manhattan, donde debía haberse celebrado la victoria que no llegó. ¿Es Michelle Obama la gran esperanza demócrata? Después de su celebrado -y copiado- discurso en la convención demócrata de julio en Filadelfia y su implicación en la campaña de Hillary Clinton, comentaristas de televisión y analistas deslizaron esa idea, que la realidad parece desbaratar, así como las propias palabras de Barack Obama. Durante un acto en enero en Baton Rouge (Luisiana), el aún presidente negó que su esposa vaya a ser candidata en un futuro. «Hay tres cosas ciertas en la vida: la muerte, los impuestos y que Michelle Obama no va a ser aspirante a la presidencia. Eso lo puedo asegurar», señaló ante un ¡oh! general del público. Pese a ello, se mostró convencido de que Michelle «permanecerá activa» una vez que dejen la Casa Blanca.

Los estadounidenses no quieren dinastías, no quisieron otro Clinton en la Casa Blanca, como tampoco otro Bush. El hartazgo con la vieja élite política y del establishment partidista parece que ha calado en la sociedad americana del siglo XXI. Las aspiraciones del tercer miembro del clan nacido al calor del petróleo de Texas, el exgobernador de Florida Jeb Bush, se diluyeron en las primeras citas de las primarias ante el outsider Trump.

Otras alternativas

Ocho años después de perder ante Obama en las primarias demócratas, Clinton parecía destinada a la consagración presidencial. Habría sido la primera demócrata en heredar el cargo de otro demócrata desde Harry Truman en 1945. No fue así. Aunque está más que acostumbrada a perder, la derrota del martes ha sido probablemente la definitiva.

Sus alternativas obvias, Bernie Sanders y el vicepresidente Joe Biden, «son demasiado mayores», según destaca a Reuters Nate Silver, director de la web especializada en política FiveThirtyEight. Silver apunta que el candidato demócrata en el 2020 podría ser alguien procedente del ala de Sanders. Para Alez Seitz-Wald, analista de la NBC, la magnitud de la derrota y sus consecuencias para el partido son difíciles de medir. «Que se rompa el partido o que se una en una oposición fuerte frente a Trump dependerá de cómo reaccionen los actores clave».

La élite republicana cambia de rumbo para cohabitar con el nuevo líder

Paul Ryan parece dispuesto a cerrar las heridas que ha dejado en el Partido Republicano la feroz carrera por la Casa Blanca. El presidente de la Cámara de Representantes y hasta ayer el republicano de más alto rango, señaló que es «tiempo de redención, no de recriminación». El establishment republicano, la élite en el poder del partido, que renegó semanas atrás del candidato díscolo, cambia de estrategia ahora para cohabitar con el nuevo hombre fuerte.

Ryan quiso zanjar la más que tensa relación con Donald Trump antes de que pise en enero la Casa Blanca y se formen las dos Cámaras del Congreso controladas por los conservadores, con lo que tendrán todo el poder para deshacer a su antojo el legado de Obama, en particular su controvertida reforma sanitaria. También recibió Trump el apoyo de Marco Rubio, al que se enfrentó en las primarias. «Si bien podemos estar en desacuerdo en [ciertos] asuntos, no podemos dividir a un país para que la gente se odie entre sí por su afiliación política», dijo en un tono claramente conciliador tras ser reelegido senador en Miami.

Otro apoyo es el del líder republicano del Senado, Mitch McConnell, quien estimó que la prioridad es «impedir lo que de hecho sería un tercer mandato de Barack Obama».

Después de calificar la victoria de Trump como «el hito político más importante» que ha visto en su vida, Ryan desveló que ya habló con él sobre el trabajo que tienen por delante y «la importancia de unir a este país» y le ofreció su apoyo para seguir adelante con la agenda del partido. Con ese acercamiento quiere conseguir su principal objetivo: seguir como presidente de la Cámara baja.

Paul Ryan también reconoció que la victoria de Trump ayudó a algunos congresistas a mantener sus escaños, cuando unas semanas antes la máxima preocupación era que la errática campaña del candidato podría hacer descarrilar la reelección de muchos legisladores y hacerles perder el control del Senado. De hecho, Ryan es congresista por Wisconsin, un estado, que contra todo pronóstico, se inclinó del lado republicano.

Pocos políticos de alto perfil estuvieron al lado de Trump durante la campaña, pero la contundente victoria puede ayudar a difuminar las diferencias. De todas formas, el magnate debe maniobrar para evitar cualquier enfrentamiento con muchos legisladores republicanos.