El presidente que derivó en sultán

M. Ferreiro REDACCIÓN | LA VOZ

INTERNACIONAL

KENAN GURBUZ | REUTERS

Hubo un tiempo en el que Recep Tayyip Erdogan pudo fichar por el Fenerbahce. Pero dicen que su padre, antiguo capitán de barco, se negó

16 jul 2016 . Actualizado a las 02:48 h.

Hubo un tiempo en el que Recep Tayyip Erdogan (Rizen, 1954) pudo fichar por el Fenerbahce. Pero dicen que su padre, antiguo capitán de barco, se negó. El viejo Erdogan se murió y, desde entonces, el hijo gobierna la nave. Y esa nave ha acabado siendo Turquía. Erdogan, con su deriva autoritaria, se ha convertido en el presidente más poderoso del país desde Atatürk.

A finales de los noventa presumía de su fe frente al secularismo turco y desafiaba a las autoridades leyendo un poema islamista en público. Defendía sus principios religiosos, esos con los que fundó el AKP, el partido que pretendía ser un modelo para la comunión entre islam y política. Es irónico que ahora señale como cerebro del intento del golpe al clérigo Fetulá Gulen, que antes era su aliado.

Como primer ministro y presidente, purgó al Ejército, defenestró al primer ministro por su europeísmo, metió a la policía en la sede del principal diario turco, y aplastó manifestaciones de sus detractores. En más de un sentido ha partido el país en dos. Sienten fervor por él en la Turquía profunda y conservadora. En Anatolia, muchos creen que le deben centros médicos y carreteras. Otros, menos religiosos y más liberales, hablan de comisiones y critican sus excesos. Erdogan levantó un palacio presidencial más grande que Versalles e invitó a la boda de su hija a unos seis mil invitados. La sombra de la corrupción y del derroche lo persigue desde su etapa como regidor de Estambul. Pero es peligroso decirlo en voz alta. Asegura que la libertad de expresión no tiene valor en Turquía. Y relega a la mujer al papel de madre y esposa.

A menudo ha desafiado a la UE recordando que él tiene la llaves del reino, y exprimió la crisis humanitaria para firmar el pacto de los refugiados. Se le ha acusado de implicarse en la guerra de Siria para bombardear posiciones kurdas y de permitir que la frontera con este país sea permeable a conveniencia para que el Estado Islámico venda su petróleo y su algodón. Rusia asegura que el hijo del presidente se lucra con el negocio. Otra mecha de Erdogan en una zona extremadamente volátil.