«Los belgas tienen aún el dolor en sus caras»

Efe

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Los españoles que llegan hoy al aeropuerto de Barajas procedentes de Bruselas no pueden ocultar su emoción al ser recibidos por sus allegados

24 mar 2016 . Actualizado a las 17:03 h.

Los españoles que llegan este jueves al aeropuerto de Adolfo Suárez Madrid-Barajas procedentes de Bélgica no pueden ocultar su emoción al ser recibidos por sus allegados tras haber vivido de cerca los atentados de Bruselas y con la tristeza de ver cómo «los belgas tienen aún el dolor en sus caras».

Es el sentir, entre otros, de una joven a la que reciben a media tarde sus familiares con una pancarta en la que dan la bienvenida con cariño a la señorita Vallejo: «La gente está aún en shock. Se ve en sus caras el trauma vivido y aún no han compartido todo ese dolor que llevan», comenta.

«Estoy muy feliz de volver a casa, después de todo lo que ha pasado allí. La gente está aún un poco nerviosa. Hay un poco de angustia», afirma con los ojos humedecidos esta señorita, que tiene miedo de regresar a la capital europea, aunque es consciente de que «nunca se sabe lo que va a pasar».

También, en el mismo avión de Air Europa, procedente del aeropuerto belga de Lieja, tras el cierre del de Zaventem después de los atentados terroristas, ha llegado pasadas las dos y media de la tarde Yamila, que está trabajando en Bruselas.

Una ciudad, en la que, según quiere subrayar, «hay mucha población musulmana y siempre ha convivido la gente muy bien».

«Estamos un poco aturdidos de ver cómo de repente se arrebata la vida a la gente así. Esto está pasando en todo el mundo, pero, cuando te toca de cerca, a tu ciudad, a tus vecinos, te afecta más», admite la joven.

Tras el doble atentado, Yamila cree que los europeos se tienen que preguntar más que nunca de «a quién le están cerrando las fronteras». Ella lo tiene claro: «A gente que viene también con la necesidad de huir de lo que nos está pasando a nosotros ahora».

Estas dos chicas residen por distintos motivos allí, pero hay quienes vuelven a España tras visitar Bruselas como antesala de las vacaciones de Semana Santa.

María y Diego, un matrimonio también joven, llegó a la capital belga el viernes y tenían que volver a Madrid el martes por la tarde.

«Tuvimos la gran suerte de que no nos pilló. Nos íbamos por la tarde y sólo salimos ese martes por la noche. Era una ciudad triste, sin gente. Fue duro verlo así. Estábamos muy afectados, porque además los españoles, los madrileños, lo hemos vivido en primera persona», dicen.

Sintieron el miedo a lo desconocido y a la barbarie que se acentúa cuando estás lejos de casa, aunque hoy reconocen que se han sentido más protegidas por el despliegue de seguridad que había en el aeropuerto al que han sido desviados, el de Liaja, situado a 98 kilómetros al este de Bruselas.

Pero, según Michele, un cubano que reside a 70 kilómetros de Bruselas y que ha llegado vía París tras hacer 300 kilómetros en coche, «ahora todo el mundo tiene miedo allí, porque ha sido bastante intenso».

«Tengo un amigo que estaba en el metro donde se produjo la explosión. Te llegaba mucha información, pero otra no la tenías y te tratabas de comunicar y no podías, porque las redes estaban ocupadas. Fue difícil», señala.

Para Michele, Bruselas es en estos momentos una «ciudad fantasma y triste», porque, en su opinión, hay quienes piensan que «no va a ser el último atentado, y lo peor es creer que van a continuar».

Unos pasajeros regresaban de Bélgica y otros partían hacía allí, como Claudia Medina, una colombiana casada con un belga, para quien lo sucedido no le ha afectado, porque era «una crónica de una muerte anunciada».

Sin embargo, a su marido, sí: «Está impresionado porque fueron muchos muertos, pero hay que tratar de vivir una vida normal sin que nos afecte para nada».

Una filosofía a la que también se agarra Loti, una española que ha vivido el terrorismo que ha sufrido España desde Bruselas, donde trabaja desde años muchos años, y que el 22M le pilló aquí, en Madrid.

Loti ya anticipaba antes de llegar a Bélgica que iba a ver «mucha tristeza», pero también se repetía que «hay que seguir viviendo» frente a la inquietud.