Quizás haya que ver la razón de los ataques de otra forma: que el Estado Islámico quiere arrastrar a Francia a una confrontación directa y se implique aún más en la guerra contra el califato
15 nov 2015 . Actualizado a las 15:06 h.Francia, el país donde se acuñó el término «terrorismo» -fue Robespierre, en 1793- lo padeció la noche del viernes en toda la extensión de su significado. Es exactamente el guion que temían las fuerzas de seguridad europeas desde que hace un año comenzó la campaña internacional contra el Estado Islámico: una serie de ataques coordinados, espectaculares y muy mortíferos en una gran capital europea. En la resaca de la tragedia, desconcierta el elevado número de muertos, y también la facilidad de la secuencia de ataques, por lo que, una vez más, se habla de una mutación del terrorismo yihadista, pero en realidad, no es así. Ninguna de las tácticas que sembraron el pánico la noche del viernes en París es nueva: el ametrallamiento desde un vehículo en marcha, el hombre-bomba, la masacre a bocajarro de rehenes... Son técnicas que se han empleado muchas veces en muchos lugares del mundo, algunas desde hace décadas. Lo que nos impresiona más bien es otra cosa: la coordinación, la frialdad, la coreografía de la muerte, y que esto suceda en un lugar que a todos nos resulta familiar -incluso a los que no hayan estado nunca en París-. Ese es exactamente el objetivo del terrorismo: matar, pero sobre todo sobrecoger, y además proyectar una imagen de poder despiadado para consumo de los propios seguidores.
Las fuerzas de seguridad francesas apenas podían ocultar ayer su pesimismo. Es el sexto ataque en lo que va de año en Francia y aunque la policía asegura haber evitado otros seis, el número de amenazas no deja de crecer. Francia se ha convertido en un objetivo prioritario del terrorismo que emana del Estado Islámico. Pero, ¿por qué? Efectivamente, es uno de los países que participa en los bombardeos contra el Estado Islámico y, al margen de si piensa que esto es lo que debe hacer, sería ingenuo esperar que no tuviese ninguna consecuencia.
Pero quizás haya que ver la cuestión al revés: es el Estado Islámico el que está interesado en arrastrar a Francia a una confrontación directa y esta operación parece una invitación a que se implique aún más en la guerra contra el califato. Hasta ahora, comparados con los de otros países de la coalición internacional, los cazas galos han lanzado pocas bombas sobre Siria -sobre todo, ha actuado contra el califato en Irak-, pero el tamaño de su comunidad musulmana hace de Francia un terreno abonado para una «yihad doméstica», una guerra civil intercomunitaria. Al menos, esa es la fantasía milenarista de los radicales, improbable pero suficiente para alimentar una estrategia de tensión que no ha hecho más que comenzar, desgraciadamente.
Salvo un movimiento contrario de la opinión pública, cabe esperar que la respuesta de Hollande sea precisamente entrar en esa escalada contra el Estado Islámico, lo que plantea al Elíseo más problemas de los que parece. De todos los países occidentales, Francia es el más hostil a Bachar al Asad y era para no favorecerle que había evitado participar en los bombardeos contra el Estado Islámico en Siria. Hacerlo ahora a gran escala obliga a lidiar con esta incómoda contradicción de la política exterior francesa.
Una y otra vez, todo conduce a Siria y a su guerra civil. Precisamente, una víctima colateral inesperada de los ataques de París pueden ser los refugiados sirios que siguen llegando a miles a Europa. Si se confirma que uno de los atacantes del viernes entró como uno más de ellos por Grecia en octubre, como han asegurado las autoridades helenas, puede producirse un nuevo giro en la cambiante opinión pública europea respecto a las políticas de inmigración y asilo.
Los refugiados, el Estado Islámico... Todo son consecuencias de esa contienda que Occidente no empezó pero de la que sigue esperando obtener algún rendimiento geoestratégico. Quizás ese sea el lugar por el que habría que empezar a acotar la pesadilla: una solución rápida a un conflicto que no deja de supurar violencia para todo el mundo.