La masacre de ayer en Ankara tiene todo el aspecto de haber sido ordenada por el Estado Islámico. Así lo delata, por ejemplo, el empleo de terroristas suicidas para detonar las bombas
11 oct 2015 . Actualizado a las 05:00 h.La masacre de ayer en Ankara tiene todo el aspecto de haber sido ordenada por el Estado Islámico. Así lo delata, por ejemplo, el empleo de terroristas suicidas para detonar las bombas. De hecho, este atentado es muy similar al de junio en Diyarbakir y al de julio en Suruc, que en su momento se atribuyeron a agentes del Califato. También esta vez el objetivo del ataque ha sido una manifestación de activistas kurdos e izquierdistas. Vengándose en ellos, el Estado Islámico intenta calmar con sangre su frustración por no haber podido apoderarse de la estratégica ciudad kurdo-siria de Kobane.
Hasta ahí, todo está más o menos claro. El problema son las ramificaciones, la madeja de las hipótesis. Los supervivientes dicen que la policía turca presente en la escena de la matanza hizo lo posible por obstaculizar la evacuación de los heridos. Es posible. También hay insinuaciones de que algún elemento incontrolado de los servicios de seguridad, o incluso próximo al Gobierno de Erdogan, podría estar involucrado en lo ocurrido. De momento, no hay base alguna para esa acusación. Pero incluso si no existe una vinculación de las autoridades turcas, sí se puede decir que, aunque sea de forma indirecta, este atentado pone de manifiesto conexiones inquietantes que existen entre Turquía y el Estado Islámico.
El hecho es que Erdogan ha jugado de una manera irresponsable con la cuestión kurda, lo cual es más asombroso si consideramos que es él precisamente quien había dado los pasos más importantes para darle una solución definitiva. Porque fue Erdogan quien en 2013 logró un importante alto el fuego con la guerrilla kurda del PKK tras treinta años de violencia. Y lo hizo enfrentándose valientemente al ejército y a la opinión de los nacionalistas kemalistas, para los que una negociación con los kurdos era anatema. Pero este verano el propio Erdogan decidió echarlo todo a perder por un puro capricho.
Siguiendo el guion del proceso de paz, se había tolerado la participación del pro-kurdo DHP en los comicios de junio pasado. Pero cuando esta última formación consiguió entrar en un Parlamento sin mayoría absoluta y se convirtió, sorpresivamente, en el árbitro de la política turca, Erdogan, que lleva ya un tiempo en una deriva intolerante y personalista, reaccionó mal. Disolvió el Parlamento y volvió a convocar elecciones. Lo peor es que, mientras tanto, y para colocar al HDP en una situación imposible, rompió el alto el fuego con el PKK que tanto trabajo había costado conseguir.
Puesto que las milicias kurdas son la única fuerza que está resistiendo con algo de eficacia al Estado Islámico, la bestia negra de la comunidad internacional, Erdogan ha hecho como que su campaña contra el PKK va acompañada de una ofensiva contra el Califato, pero no es así. La aviación turca apenas ha rozado al Estado Islámico y este ha venido realizando desde entonces en Turquía atentados como el de ayer que, aunque no estén inspirados por las autoridades turcas, parecen un pago por la actitud ambigua que ha venido manteniendo Ankara con respecto al Califato.
Erdogan tendrá que hacer esfuerzos por distanciarse de esa sangre derramada ayer en Ankara. De lo contrario, es posible que acabe salpicándole.