Por qué suben los euroescépticos

Leoncio González REDACCIÓN / LA VOZ

INTERNACIONAL

Tim Brakemeier

El euro asegura la estabilidad en la UE pero la socava dentro de los Estados

29 may 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

¿Qué tienen en común Podemos, Syriza, los cuatro millones de votos al UKIP, la victoria del euroescéptico Andrzej Duda en Polonia, el segundo puesto de la ultraderecha en Finlandia, el espaldarazo al Frente Nacional en las municipales francesas y, si se mira algo más atrás, la irrupción del Movimiento Cinco Estrellas en Italia? La respuesta más frecuente es la austeridad. Algunas de esas fuerzas forman parte de una rebelión contra las normas draconianas que imponen Alemania y su canciller, Angela Merkel.

Empieza a abrirse paso, sin embargo, la idea de que, además de eso, son indisociables de la integración europea como tal y, en los casos que comparten el euro, la consecuencia indeseada de su creación con independencia de las reglas por las que se rige. Lo explica el profesor Tano Santos en un trabajo titulado El euro: nueva y vieja política europea que se puede encontrar en la web de Nada es Gratis.

Si no hubiera moneda común, si cada uno de los socios de la eurozona mantuviese la antigua divisa, hace tiempo que los viejos fantasmas que destruyeron el continente en el pasado habrían vuelto por sus fueros. Con el estallido de la crisis se habría activado una oleada de devaluaciones competitivas para estimular las economías nacionales mediante la demanda externa. Esto, a su vez, habría exacerbado la conflictividad entre países, como ocurrió en la época de entreguerras con las consecuencias catastróficas que no hace falta recordar.

En cambio, la existencia de un tipo de cambio fijo, el denostado euro, embalsa las tensiones que produce la crisis en el interior de cada Estado y reduce a chispazos manejables las antiguas querellas a vida o muerte que ensombrecieron la historia común europea. Esto reivindica a quienes vieron en la moneda compartida el cimiento de una estabilidad duradera en la Unión, pero tiene el inconveniente de que la socava a escala nacional, ya que concentra allí las medidas a tomar y el malestar que generan, poniendo patas arriba el mapa político de cada país, como se observa una elección tras otra.

Se podría resumir en que Europa está consiguiendo no tropezar en las mismas piedras a cambio de un aumento de la corrosión que sufren las fuerzas centrales en los Estados miembros. Castiga sobre todo a las dos grandes familias que vertebran el europeísmo, conservadores y socialistas, como prueban los resultados del domingo en España, las municipales francesas de marzo o las legislativas de Grecia en enero. No sin lógica. En la medida en que son artífices de la divisa única y de que han atado su suerte a las reformas casi siempre dolorosas que reclama su viabilidad, tienen dificultades no ya para recoger y canalizar sino incluso para reconocer las coaliciones de perjudicados que se han ido formando como resultado.

Si se permite la alusión a la serie Juego de Tronos, empiezan a parecerse a los Guardianes de la Noche que protegen el Muro del Norte de los temibles Caminantes Blancos que merodean en las inmediaciones con la intención de asaltarlo.

No conviene desdeñar la importancia que tienen factores locales, como por ejemplo el castigo de la corrupción en España, ni el recurso al populismo de que hacen gala muchos recién llegados ocultando al electorado las intenciones últimas de su programa. Gran parte de su éxito proviene, no obstante, de la aceptación con que cuenta el desafío al consenso europeísta que permitió llegar hasta aquí a la UE y que representan tanto la coalición que gobierna Alemania como la que, siguiendo su impronta, lleva hoy las riendas de la Comisión Europea. De repente, las llamadas a desengancharse de la Unión en unos casos o a revertir parte del camino recorrido, en otros, están dejando de parecer peligrosas.

Conservadores y socialistas se parecen cada vez más a Guardianes de la Noche