Un nuevo Oriente Medio

INTERNACIONAL

El acuerdo sobre el programa nuclear iraní reconoce un nuevo orden regional

05 abr 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Se rompen la cabeza estos días los analistas internacionales para discernir quién ha ganado y quién ha perdido con el acuerdo sobre el programa nuclear iraní. Es fácil: una buena pista la dan las celebraciones. El país en el que se celebra más es el que ha salido más beneficiado. El que se muestra disgustado, como en este caso Arabia Saudí e Israel, suele ser el que ha salido perdiendo. Sin duda, con este acuerdo Irán se ha vedado a sí mismo la posibilidad de hacerse con un arsenal nuclear, lo que podría interpretarse como una rendición humillante, pero solo si se parte de la premisa de que lo que quería era una bomba atómica. Si la premisa era falsa, e Irán no tenía esa intención y solo jugó la carta de la ambigüedad para desembarazarse de las sanciones económicas, entonces ha logrado el mejor acuerdo de la historia. El arte de los vendedores del bazar de Teherán no está solo en que te venden caras sus alfombras, sino en que hacen que te vayas con la sensación de haberles arrancado un buen precio.

¿Cuáles serán las repercusiones? Para Irán, las más inmediatas, y las más esperadas, serán las económicas. Pero sus efectos se harán notar también en el resto del mundo. La exportación de petróleo iraní había caído a menos de la mitad después del endurecimiento de las sanciones en el 2011. Ahora Irán podría inyectar en el mercado un millón, o millón y medio, de barriles diarios más. Esto puede ocurrir en cuestión de meses, puesto que existe un inmenso stock almacenado en tanques y en petroleros inmovilizados. En un mercado ya saturado y de precios bajos, esto significa que probablemente veremos nuevas bajadas récord del precio del crudo en 2016. Pero aún con esos precios, Irán puede esperar que sus ingresos por el petróleo se doblen en un año o dos.

Para la región, en cambio, las consecuencias van a ser ante todo geoestratégicas. Con este acuerdo Washington tira la toalla y renuncia oficialmente a intentar un cambio de régimen en Teherán, ya sea por medio de la fuerza o el bloqueo económico, lo que abre la puerta a una coexistencia pacífica. Esto hace inevitable que un país con el poderío económico y demográfico de Irán -78 millones de habitantes- vuelva a convertirse en la potencia regional que ya fue varias veces a lo largo de la historia, en detrimento del dúo Israel-Arabia Saudí en el que se apoyaba Occidente hasta ahora. Para la prensa saudí e israelí se trata de una «traición» del presidente Obama. No es, en cambio, más que la aceptación tardía de una realidad. Los grandes sueños de la era Bush de rehacer un Oriente Medio a la medida de Riad y Tel Aviv no han traído más que una epidemia de guerras y yihadismo salafista sin precedentes. Frente a un Israel cada vez más alejado de la legalidad internacional y una Arabia Saudí enloquecida que financia la subversión en los países vecinos o los invade, Irán empieza a parecer un aliado, o por lo menos un colaborador, potencialmente más fiable y estable.

En realidad, se trata de un nuevo orden regional que ya ha surgido y que el acuerdo nuclear no hace sino reconocer, de momento de mala gana. Las celebraciones en Teherán y la ira de Riad no engañan. Las cosas han cambiado.