El alarmismo como atajo

INTERNACIONAL

El eterno dilema tras un ataque terrorista: ¿es mejor tomar medidas excpecionales, anunciar leyes más restrictivas y asustar a la sociedad para que se mantenga alerta o, por el contrario, es preferible aparentar normalidad?

27 ene 2015 . Actualizado a las 04:34 h.

Parece el eterno dilema tras un ataque terrorista: ¿es mejor tomar medidas excepcionales, anunciar leyes más restrictivas y asustar a la sociedad para que se mantenga alerta o, por el contrario, es preferible aparentar normalidad? En realidad, es un falso dilema. El objetivo de los terroristas es infundir miedo. El gran pensador francés Raymond Aron lo resumía en una definición simple y elegante: «una acción violenta se denomina terrorista cuando sus efectos psicológicos son desproporcionados respecto a sus efectos puramente físicos». Por eso expertos y sentido común están de acuerdo en que lo mejor ante un ataque terrorista es minimizarlo en lo posible y transmitir sensación de seguridad. Pedir a los ciudadanos que «estén vigilantes» no tiene sentido. ¿Qué se supone que deben vigilar? Incluso si se cree indispensable tomar medidas excepcionales es mejor hacerlo discretamente, y si se requieren cambios legislativos es preferible esperar a que pase la crisis. Competir en lanzar ideas sin ton ni son, como están haciendo estos días nuestros responsables políticos, ideas que son a veces inaplicables, ilegales o de dudosa eficacia, produce una impresión lamentable de flaqueza y confusión. Ni siquiera se corresponde con la realidad. Los cuerpos y fuerzas de seguridad son más eficaces de lo que permite suponer ese nerviosismo de los políticos. Disponen de medios legales sobrados para hacer su trabajo y, no seamos ingenuos, también de medios no tan legales, como hemos ido sabiendo últimamente. ¿Por qué, entonces, se vuelve a caer una y otra vez en el alarmismo? La respuesta tiene que ver con el papel central que juega la información en nuestro mundo. Nuestra sociedad tolera cada vez peor los peligros, por pequeños que sean estadísticamente, mientras que tiene acceso a mucha información inquietante, no siempre de la mejor calidad. Al mismo tiempo, la capacidad para movilizar a la opinión pública y pedir cuentas es inmediata y rotunda. El resultado es que los responsables públicos son cada vez más temerosos a la hora de asumir riesgos y prefieren pecar por exceso. Desplegar soldados en las calles, como ha hecho Francia ante dos atentados con 17 víctimas habría parecido una locura en los duros años del terrorismo europeo de la década de 1970. Ahora es casi un acto reflejo. Bélgica, donde ni siquiera se produjo un atentado recientemente, hacía ayer lo mismo para no quedarse atrás. Al margen de la utilidad puntual que esto pudiese tener, un estado democrático no puede militarizar las calles indefinidamente, por lo que la medida es necesariamente temporal, inadecuada para esta clase de amenaza. El precedente que se crea, sin embargo, pesará enormemente cuando se produzca el próximo atentado. Porque se producirá. Eso no podemos evitarlo. Lo que si podemos, siguiendo la definición de Aron, es lograr que sea menos eficaz. el mundo entre líneas