«Clarito se oía que lo mochaban»

leticia pineda IGUALA / AFP

INTERNACIONAL

La llegada de las fuerzas federales no extirpa el miedo en Iguala

12 oct 2014 . Actualizado a las 05:00 h.

Iguala, la ciudad tomada por las fuerzas federales mexicanas tras la desaparición de 43 estudiantes hace 15 días, no logra desembarazarse del miedo con el que vive entre una policía corrupta y varios carteles peleados a muerte. La búsqueda de los cuerpos continuó ayer en las cuatro nuevas fosas clandestinas halladas muy cerca de las que habían sido encontradas con 28 cadáveres calcinados que están siendo analizados para confirmar si son de los estudiantes.

Vecinos de la zona montañosa donde trabajan ahora los peritos hace años que no salen de sus casa por la noche, debido al terror que le tenían a los criminales que irrumpían allí en sus camionetas para deshacerse de sus víctimas. A veces se oían «gritos de hombres, bien feo. La otra vez, clarito se oía una persona, parecía que lo estaban mochando (amputando) con machetes, y también se escuchaban las risas de otros dos», relata un campesino de 34 años.

Desde las rendijas de su ventana dice que alcanzaba a ver fogatas y luces de linternas en la montaña, donde los narcos plantan marihuana. Cuando están trabajando en el campo, el hombre y su esposa se llevan chapulines (saltamontes) en una botella de plástico para tener algo que comer durante el día, porque incluso temen caminar hasta el mercado.

«La semana pasada hubo una balacera. Yo salgo de noche y me da miedo que un día te toque», confiesa Juana Martínez, una estudiante de 16 años, al caminar frente al fuerte operativo militar que impide el paso al lugar donde trabajan los peritos.

Iguala, a solo 200 kilómetros de Ciudad de México, es como una metáfora del país, una zona que se disputan varios carteles al igual que el resto de la región de Guerrero, la prueba de la colusión entre las autoridades locales y los narcos. El miedo no se ha pasado, pero los vecinos reconocen cierto alivio porque la policía municipal fue relevada por la gendarmería federal. Los agentes de Iguala [26 de ellos detenidos] eran vistos como socios del crimen organizado y los testigos aseguran haber visto como decenas de los estudiantes fueron transportados en patrullas policiales antes de desaparecer.

La fiscalía federal asegura que los Guerreros Unidos, el grupo del que se sospecha, son traficantes de amapola y marihuana hacia Estados Unidos, especialmente Chicago. Tenían hasta hace poco escaso poder y tenían que pelear por el territorio con los carteles rivales de Los Rojos y La Familia. Su influencia pudo aumentar gracias a su asociación con el alcalde, acusado desde hace un año de homicidio mientras que su esposa tiene varios hermanos narcotraficantes.

Pese a que el hallazgo de nuevas fosas ha reducido las esperanzas de encontrar a los jóvenes con vida, las familias se resisten a perder la fe. El país se enfrenta a una devastadora crisis de imagen porque el caso está distorsionando su percepción en el extranjero.