«Ya no sabes quién es quién»

natalia sancha DAMASCO / SERVICIO ESPECIAL

INTERNACIONAL

G. TOMASEVIC / Reuters

El acceso a armas y la violencia sectaria minan la vida diaria en Siria

02 mar 2012 . Actualizado a las 07:00 h.

«Medio Homs está en Damasco ahora. Nosotros también, si no fuera porque tenemos que esperar a que mi hermana se recupere». Habla un joven de 23 años originario de la ciudad asediada que vive en el barrio alauí colindante con Baba Amro. Como tantos otros, hace un corto viaje al Líbano para obtener algo de dinero y así mantener a su familia. «Mi hermana regresaba a casa de comprar en un taxi colectivo. Había un control de hombres vestidos de militares. El conductor se asustó y aceleró. Les dispararon. A mi hermana la alcanzaron cuatro balas en el pecho y los brazos».

El acceso a las armas por parte de civiles y el sectarismo creciente hacen que nadie confíe en nadie. «Todos están vestidos de militar y ya no sabes quién es quién. En los controles la gente teme que sea un falso retén y la maten, según de qué religión sea».

El miedo es la causa de que en donde hay choques, las denominadas zonas calientes, las tiendas solo abran un par de horas al día y que, a partir de las 2 o 3 de la tarde, no haya nadie en las calles. Las sanciones internacionales empeoran aún más la situación: por las noches se pueden ver largas colas de autobuses, camiones y coches ante las gasolineras. En la capital, la electricidad se corta cuatro horas al día, que llegan a once en las zonas rurales.

Todo desplazamiento fuera de Damasco es un viaje incierto entre controles militares, controles de los revolucionarios o de los servicios secretos. En el camino a la capital varios grupos de jóvenes armados con Kalashnikov y vestidos de civiles paran a todo vehículo para registrar y pedir identificaciones. Varios tanques regresan a su base tras lo que posiblemente haya sido otro día de bombardeo en Zabadani, a escasos kilómetros de la capital.

Damasco está rodeado por barrios como este, sumidos en las revueltas, a tan solo cinco minutos en coche. Por las noches se pueden oír los disparos. Majed es opositor y vive en Zabadani. «Aquí no pueden hacer como en Homs. Zabadani está entre dos montañas, mientras que Homs es plano. Estamos en un valle y es muy complicado para el Ejército entrar en las zonas sublevadas. Además, es montaña alta y los locales conocen muy bien el terreno, mientras que los militares vienen de fuera».

Majed afirma que hay enfrentamientos constantes y que la ciudad está sellada por controles militares. Los bombardeos prosiguen en la ciudad. Cuando se le pregunta sobre el número de opositores armados sonríe: «El Ejercito Libre Sirio no es tan importante. Tendrá unos cien miembros, pero los jóvenes se cuentan por centenares. Ellos son los que hacen el número». En cuanto a quién proporciona las armas, responde: «Por el momento no han entrado muchas. Pero todo el mundo en Siria tiene un arma».

Ejecuciones y raptos

Los relatos de horror se multiplican y entre los rumores es fácil identificar la peor pesadilla de la población: las ejecuciones sectarias. Mouna es de Juubar, una de las zonas calientes: «Tres jóvenes alauíes venían de Tartous a vender fresas cuando hombres armados los arrestaron en un falso retén y los degollaron a cuchillo, dejándolos a la vista de todos», cuenta.

Otro temor común son los raptos de jóvenes mujeres. «Van desapareciendo cada día. En Homs tenemos que ir todas veladas. Mis hermanas y yo nos hemos venido a casa de un familiar, pero han desaparecido más de 200 jóvenes. Las que regresan relatan torturas entre violaciones y golpes. Además, no funcionan los teléfonos y no puedes pedir ayuda», relata una estudiante de Homs.

Los desplazados internos se cuentan por decenas de miles a pesar de su invisibilidad en la prensa nacional e internacional. «Los que han huido de Homs y no tienen medios para ir a Damasco se refugian en pequeñas aldeas cercanas. Duermen en iglesias, mezquitas o casas. Por el momento están siendo acogidos pero, conforme se deteriora la economía, se convierten en un peso mayor para la solidaridad de los aldeanos», explica un joven activista.

En Damasco, los alquileres suben a medida que llegan nuevas oleadas de desplazados en busca de cobijo. Si muchos han optado por huir, otros dejan a un hombre en sus casas para evitar que las saqueen.

Ahmed es uno de los que ha visto al regresar a casa en Homs cómo se lo habían llevado todo. «No dejaron ni la ropa de los bebés. Cuando los militares entran en una casa, la shabiha (mercenarios afines al régimen) los acompaña y se puede llevar todo lo que quiera como pago. Las mujeres siempre tienen una dote en oro o joyas y siempre hay dinero ahorrado. Así se enriquece la shabiha».

«El Ejército Libre Sirio no es tan importante, pero los jóvenes hacen el número»

«En los controles, la gente teme que sea un falso retén y la maten según sea su religión»