El paladín de la honestidad y la democracia

Arturo Lezcano

INTERNACIONAL

02 abr 2009 . Actualizado a las 02:00 h.

Pasará a la historia por ser el hombre que gobernó la transición argentina tras la sangrienta dictadura militar (1976-83), por abrir el camino de los derechos humanos en un país quebrado a sangre y fuego, pero también, y a pie de calle, por ser el político que vivió y murió en la misma casa de siempre y que no encaró ninguna causa judicial por su pasado en el poder, lo que en Argentina no es un detalle: es la constancia de un espíritu nada común. Honestidad y democracia son las palabras que más se repiten desde su fallecimiento, dos líneas vitales que se presuponen, pero que en Raúl Alfonsín fueron seña indeleble de identidad.

Alfonsín transmitía paz pese a tener un carácter frontal, de «gallego empecinado», como se llegó a escribir en uno de los obituarios publicados en las últimas horas.

Fue Alfonsín un político nacido en la adversidad, que llegó desde el ala socialdemócrata de la Unión Cívica Radical para ganarle la partida al omnipresente peronismo. Y triunfó ya desde la campaña, con su gesto de las manos abrazadas, hasta ganarse el electorado con sus frases más célebres: «Con la democracia se come, se cura, se educa», afirmaba. Y con ella llegó a donde nadie había llegado en América Latina: a tumbar la impunidad de los militares.

Juicios y derechos humanos

Del mismo modo que enfrentó la guerra de las Malvinas cuando era sinónimo de ser antipatriota, Alfonsín ordenó, al tiempo que tomaba posesión en 1983, los juicios a la cúpula militar, pero también a las guerrillas de izquierda. Impulsó la Comisión de Derechos Humanos, cuyo texto final, elaborado por Ernesto Sábato, lleva un título histórico: «Nunca más».

Enfrentó las asonadas que hasta en tres ocasiones amenazaron la democracia. Pero lo que no pudieron los carapintadas, sí lo consiguió la economía tras seis años en terreno cenagoso. Una feroz hiperinflación colmó el vaso de la paciencia de los argentinos y terminaron con la historia en el poder de Alfonsín, pero no con su trayectoria política. Se erigió en referente, ya no solo del radicalismo, sino de todo el país. Se lamenta en Argentina el tardío reconocimiento a su figura. Hoy lo lloran los 40 millones de argentinos.