¿Sigue teniendo sentido el G-8?

Miguel Murado

INTERNACIONAL

DENIS SINYAKOV

Análisis | Balance de la Cumbre de Heiligendamm Algunos de sus fundadores cuestionan la utilidad de una reunión que, sin embargo, con sus aciertos y fracasos, ha pasado a simbolizar el poder económico en el mundo. El último encuentro arroja, como de costumbre, un resultado ambiguo

09 jun 2007 . Actualizado a las 07:00 h.

Heiligendamm, el pequeño balneario báltico donde se ha celebrado la cumbre del G-8, podría ser una metáfora de los fracasos de todos los sistemas políticos. Lugar de recreo de los jerarcas nazis, fue luego pésimamente gestionado y desfigurado por la RDA, pero tampoco el capitalismo ha terminado de sentarle bien del todo: la villa ha sido recientemente comprada por una empresa que ha privatizado calles y alterado el entorno para erigir un hotel de lujo, el Kempinski. Ese es el lugar donde ha tenido lugar la cumbre, rodeado, como ya es costumbre en estos casos, por un dispositivo casi militar para mantener a raya a lo que, en el fondo, es ya el elemento más reconocible de los encuentros del G-8: las manifestaciones contrarias a ellos. Helmut Schmidt, uno de los creadores de lo que hoy es el G-8, declaraba hace poco que ya no le veía sentido. Había nacido, dijo, para enfrentar el problema del petróleo y últimamente se ha convertido tan sólo en un espectáculo mediático. Por otra parte, resulta más difícil conciliar la presencia de cuatro países de la Unión Europa con la política económica común de la UE. Pero Schmidt sin duda exagera; en las cumbres se toman decisiones. Vayamos con la parte positiva: Washington ha aceptado unirse a los esfuerzos para reducir la contaminación. Aunque la promesa es inconcreta, el cambio de actitud es considerable. Bush, que camina lentamente hacia el fin de su mandato, parece haber sentido la presión de la opinión pública en su país. Es un triunfo para Angela Merkel, cuya opinión pública es todavía más sensible en este asunto, hasta el punto de que ha llegado a proponer lo que parece un imposible: un recorte de las emisiones de CO2 en un 50% para el 2050. No es de extrañar que esa mañana Bush se ausentase alegando un fuerte dolor de estómago, quizá no era una excusa. La promesa de 60.000 millones de dólares más de ayuda a África para la lucha contra el sida aparece en cambio empañada por el fracaso en la aplicación de una medida similar tomada por el G8 dos años atrás. Haciendo números, sólo un 10% de ese dinero sería nuevo. Cabe, sin embargo, constatar que la condonación de la deuda externa a 18 países africanos que se decidió también entonces sí ha surtido efecto, en particular en Zambia, donde la mejora es palpable. En todo caso, la cuestión del comercio internacional se discutirá mejor en la próxima reunión de la Ronda de Doha, que también tendrá lugar en Alemania, y eso posiblemente importa más a África que las inyecciones directas de dinero. Guerra fría Pero, por mucho que en los medios susciten mayor interés los aspectos sociales de las cumbres del G8, éstas son, y lo son orgullosamente, reuniones de países ricos que discuten principalmente sus propios asuntos. En ese terreno, son muchos los acuerdos a los que han llegado las grandes potencias, además de la decisión de presionar más a Sudán, Corea del Norte e Irán. El roce entre Moscú y Washington sobre el escudo antimisiles no ha quedado resuelto, como tampoco la cuestión de Kosovo. Y es que, aunque el presidente norteamericano haya declarado entre sonrisas que «la guerra fría ha terminado», en ese hotel Kempinski, solaz sucesivo de nazis, comunistas y ahora de nuevos ricos, no se respiraba el ambiente de la guerra, pero sí había suficiente frialdad entre los dos antiguos rivales de la guerra fría.