El ocaso de un premio Pulitzer

Mercedes Gallego NUEVA YORK

INTERNACIONAL

El hombre que desató el Watergate vive momentos difíciles debido a su cercanía a la Casa Blanca. Hasta sus compañeros lo miran con recelo por ocultar información sobre el caso Plame

18 nov 2005 . Actualizado a las 06:00 h.

«Tengo el hábito de guardar secretos», dijo como disculpa Bob Woodward a sus jefes cuando estos descubrieron que llevaba dos años ocultándoles lo que sabía del escándalo del caso de la espía, que salpica a la Casa Blanca. Perplejo, el director ejecutivo del prestigioso diario The Washington Post , Leonard Downie, tuvo que aparecer ante las cámaras de la MSNBC para disculpar a su periodista estrella por esta costumbre, que a los 29 años le sirvió para ganar su primer Pulitzer, con el caso Watergate, y a los 62 abre una crisis ética en el rotativo. En la redacción, el miércoles por la tarde la gente hacía corrillos frente al televisor para ver a su jefe, mientras algunos explotaban indignados por las muchas irregularidades que ya pesaban en la conducta del laureado periodista. Al hombre que en 1974 provocó la dimisión de Richard Nixon por sus investigaciones sobre escuchas ilegales junto a Carl Bernstein, se le considera ahora demasiado cercano a la Casa Blanca. Para su libro Plan de Ataque, el propio presidente George W. Bush le concedió largas entrevistas durante varias semanas hasta que satisfizo todas sus dudas, lo que se ha repetido con el nuevo libro que prepara sobre el presidente de Estados Unidos. Trato privilegiado No era de extrañar por tanto que si el gabinete de Gobierno había filtrado la identidad de la espía Valerie Plan, como represalia por las críticas de marido a la invasión de Irak, Woodward también hubiera sido el receptor. Mientras su compañera de The New York Times Judith Miller iba a parar a la cárcel por no revelar su fuente, y otros dos periodistas de la CNN y de la revista Times eran obligados a contar lo que sabían, Woodward callaba incluso ante los suyos «por miedo a ser forzado a declarar». Pero eso no le eximió de aparecer como invitado en diferentes programas de televisión en los que desprestigió al fiscal general que investiga el caso sin contar que él mismo era juez y parte. «Te puedo asegurar que a partir de ahora será más cuidadoso a la hora de expresar sus opiniones incluso si le preguntas, Chris», prometió su jefe al presentador de MSNBC. «Woodward se reía, pero creo que es justo decir que lo de ayer (por el jueves) no era un asunto de risa para él», contaban sus compañeros en la web del diario. «Está acostumbrado a ser objeto de controversia, pero normalmente por lo que publica, no por lo que se guarda», apuntaban. El papel privilegiado que ostenta en The Washington Post , donde es asociado al director ejecutivo, le permite usarlo como plataforma para sus investigaciones, que acaban en libros a cambio de darles la primicia de los encargos. El malestar ha aumentado con los años cada vez que sus libros revelan informaciones importantes que no compartió con su medio. La identidad de quién le filtró el nombre de Plame sigue siendo una incógnita para todos. El periodista sólo dice que no fue Lewis Libby, jefe de gabinete del vicepresidente Dick Cheney, que ha dimitido por ello. Ante el fiscal sólo reveló que fue «un alto funcionario de la Casa Blanca». Hay que confiar en que, al revés de lo que ocurrió con Garganta Profunda, el público no tarde 33 años en conocerla.