La UE no tiene una sola voz en política exterior ni una fuerza militar contundente, pero intenta suplirlo con su capacidad para persuadir
01 nov 2005 . Actualizado a las 06:00 h.El tópico, que siempre suele encerrar una parte de verdad, dice que Europa es un gigante económico y un enano político. La UE ha avanzado infinitamente más en la creación de un mercado único que en establecer una política exterior y de seguridad común. El fracaso de la Constitución europea ha supuesto otro parón a este respecto. Las guerras en los Balcanes de los años 90 pusieron de manifiesto la clara dependencia europea de EE.UU. en el terreno militar. La de Irak, que la UE no habla con una sola voz y está dividida. Esto hace que se diga, no sin razón, que no es el actor global que debería en relación a su peso económico. Sin embargo, hay quienes ven precisamente en esa supuesta «debilidad» su fuerza. El pensador británico Mark Leonard ha escrito un libro cuyo título sorprende en estos tiempos de euroescepticismo, Por qué Europa liderará el siglo XXI . Su tesis es que Europa está sustituyendo a EE.UU. como modelo a imitar y eso la hace más poderosa. Ha desarrollado un nuevo tipo de poder, que denomina «transformador», que «actúa a largo plazo y consiste en remodelar el mundo y no en ganar batallas a corto plazo». «Europa no cambia a los países amenazándolos con invadirlos: su mayor amenaza consiste en no tener nada que ver con ellos», escribe. Marte y Venus En esa misma línea, Parag Khanna ha bautizado a Europa como «primera superpotencia metrosexual del mundo», que como el símbolo masculino de nuestro tiempo combina la fuerza y la agresividad de Marte con las artes seductoras de Venus. Este politólogo de la Brookings Institution considera que «mediante el uso combinado del poder duro y su lado sensible, la UE la logrado ser más eficiente -y más atractiva- que Estados Unidos» en el escenario diplomático. Este decidido entusiasta de Europa considera que «se hace mucho más con trajes de raya diplomática de Armani que con uniformes del Ejército de EE.UU.» El neoconservador Robert Kagan opina lo contrario. No oculta su desprecio por los europeos, a los que asocia con un femenino Venus, mientras sus compatriotas estadounidenses son del viril Marte. Considera que los primeros son unos egoístas que se han dedicado durante décadas a construir su estado del bienestar, dejando a su aliado transatlántico la responsabilidad de su defensa. «Como Europa no tiene voluntad ni capacidad para guardar su propio paraíso ni para impedir que quede arrasado, tanto espiritual como físicamente, ha pasado a depender de la determinación estadounidense de usar la fuerza», escribe en Poder y debilidad . El especialista Pedro Méndez de Vigo lo expresa así en un informe para el Real Instituto Elcano: «Los europeos no aceptaremos que los presupuestos de defensa recorten los muchos beneficios sociales de que disfrutamos». Además, critica a «unas opiniones públicas acostumbradas a eludir sus responsabilidades de la defensa, reacias a sostenerlas presupuestariamente y dispuestas a conjugar con naturalidad un antimaericanismo retórico con la apelación al aliado americano cuando se trata de solucionar problemas acuciantes». De lo que no cabe duda es de que George W. Bush ha apostado por el «poder duro» -en la terminología acuñada por Joseph S. Nye en La paradoja del poder norteamericano - tras el 11-S. Las cifras hablan por sí solas. EE.UU. gastará en defensa algo más de 400.000 millones de euros, más que el PIB de Rusia y dos tercios del español. Su presupuesto en esta materia ronda el 20% del gasto público estadounidense y es la mitad del total mundial en defensa. Contra lo que dice el tópico, la UE sí gasta una cantidad muy considerable en este capítulo: unos 180.000 millones de euros anuales. El problema es que cada país invierte según sus necesidades, no las del conjunto de la UE. Hace medio siglo, Europa tuvo la oportunidad de dar un impulso decisivo a su unidad política, pero no lo hizo. El fracaso del gran proyecto de integración política que fue la Comunidad Europea de Defensa (CED) -que preveía la creación de un ejército supranacional-, aprobada en 1952 y laminada dos años después por la oposición del general De Gaulle, marcó el devenir histórico del continente. La consecuencia fue que la defensa quedó al margen de la integración en el Tratado de Roma de 1957 y que la OTAN, dominada por EE.UU, se convirtió en el paraguas militar. Tuvieron que pasar 40 años para que Europa retomara tímidamente aquella idea. Frenazo El principio de una Política Exterior y de Seguridad Común (PESC) se consagró en el Tratado de Maastricht de 1992, pero sólo hace apenas seis años que la UE decidió dotarse de una dimensión militar. La aún incipiente Política de Seguridad y Defensa Europea (PESD) ha dado algunos frutos estimables, como el desarrollo de una Estrategia Europea de Defensa, la puesta en marcha de operaciones militares y la creación de la Agencia Europa de Defensa. Pero el frenazo a la construcción europea con el rechazo de Francia y Holanda a la Constitución ha paralizado proyectos mucho más ambiciosos. De acuerdo con el Tratado en proceso de ratificación, los 25 se comprometían a darse ayuda en caso de ataques terroristas, acudir en auxilio de quien sufra agresiones externas y ampliar las acciones militares de las fuerzas de la UE en todo el mundo. Además, recoge la creación de la figura de un ministro europeo de Exteriores, que debía ser Javier Solana, el actual míster PESC, responsable de la Política Exterior y de Seguridad Común.