Lev Tolstoi, de joven seductor y aficionado al juego a reportero de guerra

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Huyendo de la vida disipada, de las deudas contraídas en su afición a las cartas, el joven entra en el ejército y llega en 1854 a Sevastópol, sitiada en la guerra de Crimea, que enfrenta a Rusia con los turcos y las tropas aliadas anglofrancesas

09 sep 2014 . Actualizado a las 18:23 h.

Treinta y cinco años antes de que Antón Chéjov viajase a la isla penitenciaria de Sajalín -del que salió un texto hoy considerado pionero por sus virtudes periodísticas-, Lev Tolstói llegó a Sevastópol. Sin embargo, su empresa nada tenía que ver con la conciencia social de Chéjov. Tolstói estaba aún lejos de ser la poderosa voz, el sabio humanista que escribió Jadzhi Murat. Era solo un apuesto joven de apenas 27 años, cuya vida disipada lo había guiado por el camino de la seducción y el juego, afición que le depara constantes deudas. «Soy intemperante, indeciso, inconstante, estúpidamente vanidoso y arrebatado, como toda la gente sin carácter. No soy valiente. Soy negligente en la vida y tan perezoso que la ociosidad se ha vuelto en mí casi una costumbre insuperable. Soy inteligente, pero mi inteligencia todavía no ha sido puesta a prueba de forma seria [...] Soy tan ambicioso y este sentimiento ha sido tan poco satisfecho, que con frecuencia temo que si tuviera que elegir entre la gloria y la virtud elegiría la primera».

Esto que Lev Tolstói anota en su diario en julio de 1854 describe muy bien cómo se ha incorporado al Ejército ruso y, meses después, a Sevastópol, tratando de huir de sus vicios y una existencia que no lo colma. La vivencia directa de la derrota y la muerte de los suyos en varios choques con las tropas anglofrancesas aliadas de los turcos lo llena de orgullo, coraje y dignidad. Henchido de «amor ardiente» por la patria se encamina en noviembre a Sevastópol, cuyo acceso por mar está bloqueado como parte del asedio. «Durante el desplazamiento me convencí más que nunca de que Rusia debe caer o transformarse completamente».

Animado por Nekrasov, editor de la revista literaria El Contemporáneo, que había fundado Pushkin, el oficial de artillería Lev Tolstói escribe sobre la guerra de Crimea. Nada más acceder a la ciudad sitiada, la voz narradora, claro trasunto del autor de Resurrección, entra en la antigua sede de la Asamblea de Sevastópol, donde se acumulan heridos, mutilados, moribundos..., donde «los médicos se dedican a la detestable pero benefactora tarea de amputar». Y en un moderno recurso narrativo, que emplea en la obra, interpela al lector: «Aquí verá un espantoso espectáculo que conmueve el alma y contemplará la guerra no con su alineamiento ordenado, bello y brillante, con su música y redoblar de tambores, con sus banderas ondeando y con sus generales a caballo, sino la guerra en su verdadera expresión, con sangre, dolor y muerte...».

Fueron tres relatos, hasta el humillante abandono tras once meses de inútil encastillamiento, hasta la pérdida de Sevastópol, que marcó el fin de la contienda bélica. Tres relatos en los que el uso de la ficción no oculta una lección de reportero, de audaz periodismo de guerra.