La hija de princesas ha acudido a una exposición de Cartier en el Museo Thyssen
23 oct 2012 . Actualizado a las 07:00 h.Cuando el ojo se abruma de ver las mil caras de mil brillantes busca reposo en lo más sencillo, en lo menos estridente. Y es entonces cuando ella entra en escena. Hija de princesa. Nieta de princesa. Cartier hace parada y fonda en el Thyssen de Madrid. Sus creaciones son piezas de museo. Joyas creadas para ser lucidas, para enamorar y enamorarse. Joyas con historia. Joyas de la maison francesa y joyas, también, de manos privadas que, juntas, recopilan y recrean el esplendor de la firma. Y entre estas últimas, tres broches, un brazalete, una sortija y un collar propiedad de los Grimaldi; diamantes y platino que, trabajado y engarzado por manos maestras, transformaron a un actriz de Hollywood en una princesa de cuento. Nunca antes hasta ayer se ha dejado ver en público el anillo con el que Raniero de Mónaco pidió en matrimonio a la rubia estadounidense. Y nunca antes habían posado juntas Carlota Casiraghi y Tita Cervera. Una, la baronesa, como anfitriona. La otra, la hija y nieta de princesas, como amiga y amante de la firma y representante de su familia.
Fue un visto y no visto. Carlota fue el postre del acto de presentación de El arte de Cartier. Llegó cuando parecía que no iba a llegar, cuando se habían lanzado las palabras de rigor y la comitiva daba por terminada su visita a la muestra. En ese momento. Pantalón negro de interminables tablas y un jersey veis. Poco maquillaje, el pelo recogido en un discreto moño y unos pendientes (de Cartier, se supone).
Un espontáneo
Lo dicho, cuando el ojo se abruma de ver las mil caras de mil brillantes busca reposo en lo más sencillo, esta vez en Carlota Casiraghi, que compartió photocall con la baronesa y Bernard Fornas, presidente de Cartier Internacional. Y con un espontáneo: un fotógrafo que, porque sí, decidió pasar al otro lado para sorpresa de algunos de sus colegas e incredulidad del resto.