¿Todo por la lengua?

GALICIA

PILAR CANICOBA

Así como nadie querría derribar la catedral de Santiago para construir en el solar un rascacielos moderno, nadie estaría de acuerdo con amputar una de las lenguas sobre las que Galicia camina

21 may 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Se ha equiparado la catedral de Santiago con la lengua gallega. No es un paralelismo desacertado. Un monumento de piedras junto a otro hecho de palabras. Dos obras materiales y espirituales que son consecuencia del trabajo y los desvelos de muchos antepasados que querían legarle al futuro un tesoro inagotable del que pudieran participar los gallegos venideros. El símil es muy apropiado y ayuda a entrar en el pórtico del debate que, como las oscuras golondrinas del poeta, suele volver a propósito del Día das Letras Galegas.

El punto de partida parece indiscutible. Así como nadie querría derribar la catedral para construir en el solar un rascacielos moderno, nadie estaría de acuerdo con amputar una de las lenguas sobre las que Galicia camina. A partir de ahí surgen las diferencias. No todos los gallegos tienen la misma relación con el templo donde reside el Apóstol. Hay quien acostumbra a asistir a los oficios, participa habitualmente en las liturgias y acude a rezar como buen devoto. Otros más profanos solo admiran la belleza estética del templo sintiendo un cierto arrobo espiritual que no les impide mantener su agnosticismo.

Con el uso del gallego sucede algo muy parecido. Todos lo quieren, solo que unos lo emplean del forma habitual, otros ocasionalmente e incluso existe un tercer grupo que casi lo omite en su vida cotidiana. La pregunta es si hay que culpar al buen deán de la catedral de que la afluencia de fieles sea menor ahora que en la Edad Media, o en las épocas en las que Galicia estaba menos secularizada. Constatada la merma de feligreses, la cuestión consiguiente es si habría que establecer alguna medida que obligase a los gallegos a ir y recibir los sacramentos. No parece una solución aceptable en un país que consagra la libertad religiosa.

Tampoco parece ecuánime culpar al cabildo de la Xunta de que los hablantes disminuyan o de que los escolares se castellanicen porque hubo al frente de Galicia gobiernos con presencia nacionalista, sin que se notase un incremento de usuarios. ¿Habría que considerar a Franco benefactor del gallego por el hecho de que hubiera en los cincuenta más practicantes de la lengua de Rosalía que ahora? Más bien sucede que aquella era una Galicia cerrada y rural, y esta abierta y urbanizada. El aislamiento protegía al gallego. El neno labrego de Neira Vilas poco tiene que ver con sus nietos de hoy en día; el mundo lingüístico que los rodea no se parece en casi nada. Ni siquiera con la exclusión del castellano de la enseñanza (oscuro objeto del deseo de algunos) es posible el retorno al pasado. Idioma y catedral están ahí. Protegidos, restaurados, mimados. Que en ellos entren más hablantes o fieles depende de la sacrosanta voluntad de ustedes. ¿Todo por la lengua? Todo, menos la libertad.

Nombre eterno

Mea culpa. Admito, no sin vergüenza, que Florencio Delgado Gurriarán era para mí un desconocido y sospecho que algún otro gallego compartirá mi ignorancia. Habrá quien considere que la RAG se equivoca al festejar a figuras cuya biografía tenemos que aprender de prisa antes del 17 de Maio. En mi opinión acierta al rescatar a gallegos admirables de la cadena perpetua del olvido. Lo que hace la Academia se parece a lo que se hizo en el Museo del Holocausto de Jerusalén, y en concreto en un santuario llamado Sala de los Nombres que recopila las historias de las víctimas. El Museo se denomina oficialmente Yad Vashem (nombre eterno) y no es otro su propósito que eternizar nombres que los nazis quisieron borrar, como si nunca hubiesen existido. El exilio que padecieron Delgado Gurriarán y otros como él fue una condena al olvido. Lo que hace la RAG es un indulto póstumo para hacer de los escritores perdidos en el tiempo, nombres eternos. En la eternidad queda don Florencio y en ella ingresa Domingo Villar dejándonos huérfanos.

El rey pródigo

Se ignora qué obsequios tendrá preparados la Corte náutica que lo acompañará en Sanxenxo. No debieran faltar entre ellos dos libros premonitorios de autores de la tierra. Si bien don Juan Carlos es más un rey pródigo que pasmado como el de Torrente Ballester, hay un personaje crucial en la crónica. Oriundo de las tierras de Valdoviño, el conde de la Peña Andrada es una especie de consejero escurridizo que evita que las aventuras galantes del monarca sean lesivas para la institución. Lástima que el emérito no lo hubiera tenido en la Zarzuela, en lugar de asesores complacientes. ¿El otro libro? Es una pieza teatral de un republicano como Castelao pero no debiera faltar en quien se adentra en edades provectas, con corona o sin ella: Os vellos non deben de namorarse. «Os vellos deben gardar amores antigos, porque axúdanlles a vivir», dice el autor para prevenir de los amores sobrevenidos que causan problemas. Hubo monarcas que eligieron monasterios para la retirada. Nada como el mar para saborear de nuevo la libertad.