Tampoco parece ecuánime culpar al cabildo de la Xunta de que los hablantes disminuyan o de que los escolares se castellanicen porque hubo al frente de Galicia gobiernos con presencia nacionalista, sin que se notase un incremento de usuarios. ¿Habría que considerar a Franco benefactor del gallego por el hecho de que hubiera en los cincuenta más practicantes de la lengua de Rosalía que ahora? Más bien sucede que aquella era una Galicia cerrada y rural, y esta abierta y urbanizada. El aislamiento protegía al gallego. El neno labrego de Neira Vilas poco tiene que ver con sus nietos de hoy en día; el mundo lingüístico que los rodea no se parece en casi nada. Ni siquiera con la exclusión del castellano de la enseñanza (oscuro objeto del deseo de algunos) es posible el retorno al pasado. Idioma y catedral están ahí. Protegidos, restaurados, mimados. Que en ellos entren más hablantes o fieles depende de la sacrosanta voluntad de ustedes. ¿Todo por la lengua? Todo, menos la libertad.
Nombre eterno
Mea culpa. Admito, no sin vergüenza, que Florencio Delgado Gurriarán era para mí un desconocido y sospecho que algún otro gallego compartirá mi ignorancia. Habrá quien considere que la RAG se equivoca al festejar a figuras cuya biografía tenemos que aprender de prisa antes del 17 de Maio. En mi opinión acierta al rescatar a gallegos admirables de la cadena perpetua del olvido. Lo que hace la Academia se parece a lo que se hizo en el Museo del Holocausto de Jerusalén, y en concreto en un santuario llamado Sala de los Nombres que recopila las historias de las víctimas. El Museo se denomina oficialmente Yad Vashem (nombre eterno) y no es otro su propósito que eternizar nombres que los nazis quisieron borrar, como si nunca hubiesen existido. El exilio que padecieron Delgado Gurriarán y otros como él fue una condena al olvido. Lo que hace la RAG es un indulto póstumo para hacer de los escritores perdidos en el tiempo, nombres eternos. En la eternidad queda don Florencio y en ella ingresa Domingo Villar dejándonos huérfanos.