Locales y visitantes

GALICIA

PILAR CANICOBA

La política gallega está en condiciones de enseñar a la catalana que se puede ser de casa sin abrazar el nacionalismo

20 feb 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

En aresano, la variante lingüística de la villa de Ares, se utiliza el término «venidero» en una acepción poco académica. Y es que ni la RAG ni la RAE admiten que el vocablo signifique «forastero que va de vez en cuando a un lugar sin aspirar a tener arraigo en él». Así se designa en el pueblo, en tono cariñoso y socarrón, al visitante ocasional y estacional como las anduriñas de Bécquer. Este argot resulta muy útil para señalar uno de los hándicaps del constitucionalismo de centro derecha en Cataluña, una tara que explica en parte que haya sufrido una goleada de dimensiones similares a la de Napoleón en Waterloo.

Ciudadanos es un partido nacido y criado en Cataluña, apadrinado por lo más granado de la intelectualidad no nacionalista, que trasladó su sede social a Madrid como tantas otras empresas. Primero Rivera, y después Arrimadas, dejan a sus votantes huérfanos, a cargo de subalternos que suplen con entusiasmo la lejanía de los líderes. Doña Inés lo hace además tras ganar unas elecciones, y seducida por el don Juan del poder madrileño, con lo que da a entender que en su particular escalafón lo autonómico está por debajo. Se pasa a la orilla donde parece que «más pura la luna brilla y se respira mejor», y se queda sin una cosa ni otra, en el frío desamor. Pasa de jugar en Cataluña de local a hacerlo de venidera. La afición, que tanto la apoyó en su día, se frustra, y emigra hacia otros parajes.

Aparte de las clásicas divisiones que separan a la izquierda de la derecha y al independentismo de los constitucionales, hay una tercera igual del importante que distingue a los de casa y los de fuera. Como enseña la política gallega, donde el más local es el PPdeG, se puede ser de casa sin abrazar el nacionalismo, de la misma forma que hay venideros de todas las adscripciones. En el caso del PP catalán, el grupo tuvo en sus tiempos líderes lozanos, pero los sacrificó para congraciarse con el poder nacionalista. A cambio de apoyos parlamentarios, los gobernantes populares no solo pagaban el tradicional peaje, sino que encima entregaban la cabeza del Bautista de turno. Vidal Quadras, Piqué, Albiol, Sánchez Camacho… Es extensa la lista de decapitados, y encima llegan después aventuras extraterrestres como la irrupción de Álvarez de Toledo en la política catalana, como una redentora contra el mal secesionista.

Así pues, Cataluña abandona al centroderecha porque previamente el centroderecha, con sus siglas-Guadiana, había abandonado Cataluña. Populares y ciudadanos creyeron que el antinacionalismo bastaba para enmendar su condición de transeúntes, y al final vence un Illa, que regresa y juega como local. ¿Moraleja? Al independentismo no se le derrota compitiendo en plan visitante fortuito o excursionista ocasional, venidero en suma.

Vandalismo-leninismo

En su versión original, el Manifiesto Comunista no invoca a los delincuentes, sino a los proletarios. Son los proletarios los protagonistas del proceso histórico que conducirá a la humanidad al paraíso, y sin embargo ese papel estelar se le otorga ahora a diferentes tipos de malhechores, como los okupas o los raperos que piden en sus tiernas letras tiros en la nuca. Por razones extrañas, a la extrema izquierda le atrae la marginalidad como un imán. Cualquier transgresión o noche de los cristales rotos es revolucionaria. La frontera entre activismo y delincuencia se diluye. Quienes aplican sin piedad la corrección política para blindar a ciertos colectivos carecen de escrúpulos para vejar, intimidar o amenazar a otros igualmente respetables. Es la ley del embudo que cuenta en estos momentos con seguidores en los ministerios, dispuestos a jalear desde el coche oficial la barricada o la okupación. Olvidada la clase trabajadora, le toca a la gamberra de acuerdo con la doctrina del vandalismo-leninismo.

La santa sede

Es la segunda huida de Casado en pocos días. La primera fue en plena campaña catalana, cuando, haciendo de San Pedro, negó tres veces la política de Rajoy en el referendo ilegal. Ahora, la fuga es de la sede del PP habitada por fantasmas que molestan con sus ruidos de sumarios. Hay en ambos intentos de evasión un denominador común que no es otro que zafarse de las propias responsabilidades para endosárselas al pasado. Casado asume la parte buena de la herencia. Por ejemplo, una gran estructura territorial y un suelo electoral que otros no tienen. Y se desentiende de la mala, aunque vayan en el mismo paquete. Añora la práctica del PRI mexicano que obligaba al presidente saliente a ser un chivo expiatorio de las culpas que pudieran caer sobre el entrante. Hablando de la santa sede del PP y los pormenores de la mudanza, se esquiva el debate sobre los resultados a pesar de que el hábito no hace al monje, ni una nueva casa garantiza triunfos en el futuro. Hubiera sido preferible llamar a un exorcista o un cierre perimetral.