Bloqueados tras 15 horas de viaje

Pablo González
pablo gonzález REDACCIÓN / LA VOZ

GALICIA

VTelevisión

Tras cruzar toda España desde Cádiz, un grupo de viajeros no pudo continuar en autobús su viaje hasta Ferrol

21 jun 2017 . Actualizado a las 08:12 h.

Un silencio poco común en una estación de autobuses reinaba ayer por la mañana en la de A Coruña. Sin motores al ralentí, sin viajeros atribulados, sin el ruido de las ruedas de los equipajes rodando por el suelo. El silencio se rompía de vez en cuando con alguien que de pronto descubría que había huelga, a menudo turistas despistados que venían desde otros puntos de España. O por aquellos que llamaban a familiares y amigos para que los fueran a buscar, pues era imposible salir de allí en autobús. Los piquetes estaban pendientes de que ni un solo vehículo de los pocos que estaban estacionados pudiera moverse. Aunque dejaban entrar autobuses, después no podían salir.

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Algunos evitaron la estación para poder seguir circulando y dejaban a los pasajeros en las proximidades de la terminal. Esto es lo que le sucedió a Ana Fernández, que venía desde Ponferrada a una reunión a la que llegaba tarde por las vacilaciones ante la huelga de la empresa de transporte que le trajo. Ana se animó a presentar una queja por escrito. «Quiero que quede constancia de la reclamación, porque los españoles somos muy de protestar solo de boquilla», aseguró, mientras seguía redactando el escrito.

«Dejo por escrito mi queja porque los españoles somos muy de protestar de boquilla»

A los viajeros del autobús Algeciras-Ferrol -probablemente el autobús de línea que más kilómetros hace en España- sí que les permitieron entrar en la estación, pero no pudieron seguir su viaje. El conductor les informó de que el autobús de la empresa Alsa se quedaba en A Coruña. Tras un viaje de 15 horas, el agotamiento, unido a la sorpresa por la huelga, generaba una comprensible indignación. «¿Y cómo vamos ahora a Ferrol? ¿Nos tenemos que pagar un taxi?», preguntaba una viajera, que después interrogó al conductor que les había dejado a unos sesenta kilómetros de su destino.

-¿Pero usted secunda la huelga por solidaridad o simplemente no le dejan salir?

-Pues las dos cosas señora, me solidarizo con mis compañeros y al mismo tiempo no me dejan continuar el viaje.

La mujer no se quedó muy convencida ante la paradójica respuesta y masculló su decepción entre los asientos del bus. A su lado, Maribel y su marido venían desde Cádiz a Pontedeume para pasar unos días en la casa de sus suegros, ya fallecidos. Cansada por el viaje y un poco agobiada por el imprevisto, no abandonó en ningún momento su gracia gaditana. «Creo que deberían habernos avisado en el momento en el que compramos el billete. Al menos así sabríamos a qué atenernos. El que me lo vendió me va a escuchar cuando vuelva», lamentaba. A su lado, un compañero de viaje ya pensaba contactar con BlaBlaCar.

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Las cosas cambiaron para todos cuando llegaron a las oficinas de Alsa y la firma asturiana se comprometió a pagarles el taxi a su destino. Un representante de la empresa explicaba así estos gastos sobrevenidos. «Es lo mínimo que podemos hacer». Estrella Méndez y su marido tuvieron un problema similar. Venían de Ponferrada y no podían viajar hasta Camariñas. Estrella lamentaba que su hijo no pudiera venir a buscarla y veía con terror tener que pagar la factura del taxi, que cifraba en más de cien euros. El caso de Álvaro Delgado era muy diferente. Dejó a reparar su moto en A Coruña, quería volver en bus a Caión pero, al ver que era imposible, llamó a un amigo para que lo fuera a buscar.

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Los piquetes

En algunos puntos clave de la estación los grupos de trabajadores hacían piña. Un conductor que no pudo salir con su autobús justificaba los trastornos a los usuarios, los efectos secundarios del paro. «Trabajamos muchas horas y por muy poco dinero», decía. Entre los piquetes se justificaba que no se respetaran los servicios mínimos. «Se queres que unha folga teña éxito non pode haber servizos mínimos», decía uno, que no quiso identificarse. «Esta é a única maneira para que a Xunta e a patronal negocien», decía otro.

El silencio, tan ajeno a las estaciones de autobuses, siguió reinando en la terminal coruñesa durante todo el día. Afuera, un grupo de jóvenes excursionistas se metía como podía en un taxi para coger un tren a su destino, con las mochilas sobre las rodillas, sorteando el calor del día y la falta de espacio. Los taxistas y Renfe se benefician indirectamente de la huelga de sus compañeros de los autobuses.