«Aquí siempre vivimos con riesgo»

Jorge Casanova
jorge casanova LUGO / LA VOZ

GALICIA

ALBERTO LÓPEZ

Compartimos una jornada tranquila con los bomberos de Lugo: una sola salida cuando la media son tres

06 mar 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

El pasado viernes, los bomberos de Lugo que estaban de guardia, una dotación de seis profesionales, revisaron los vehículos, repasaron manuales, hicieron ejercicio físico, cocinaron y chequearon parte del material entre otras tareas rutinarias. Fue un día atípico, porque de su libro de partes se desprende que la media de intervenciones es de tres al día. Otros días no son tan cómodos. Otros días se tienen que meter en un garaje sin luz y lleno de humo con una manguera que en ese caso llaman «línea de vida» porque es la única forma que tienen de regresar al exterior si se desorientan; o se hunde la planta en que están apagando el fuego; o rescatan a un conductor agonizante atrapado entre los hierros de su vehículo. Ser bombero puede ser cómodo, pero también todo lo contrario. Todo eso una vez cada cuatro días; 24 horas por turno; 1.300 euros al mes.

En el cuerpo de guardia de los bomberos de Lugo, seis funcionarios comentan como es su día a día. Dicen que, por ejemplo, la UE recomienda un bombero cada mil habitantes y que en Lugo son ya 100.000 para 42 bomberos. Y eso que las cosas han mejorado bastante con la entrada en servicio en los últimos años de los parques comarcales. Ellos ya solo se encargan de los límites de su municipio. Y no les falta el trabajo. No hay fin de semana en el que no se quemen algunos contenedores. No hay temporal en el que no retiren árboles caídos por todo el concello... Y, como en cualquier servicio de emergencias, los protocolos ayudan: «Pero aquí hay un importante grado de improvisación, porque el abanico de siniestros es muy variable y con frecuencia nos enfrentamos a casos que nunca habíamos visto. Aquí siempre vivimos con riesgo», dice uno de ellos.

¿Lo peor? El fuego y las alturas. ¿Lo mejor? Hay debate entre los seis bomberos, pero al final todos coinciden cuando uno recuerda a aquel niño que se lanzó a besar a uno de ellos el día que extinguieron un incendio en un hostal: «La gente te valora cuando te necesita», comenta uno. Pero no pueden negar que los chavales todavía eligen su profesión cuando les preguntan qué van a a ser de mayores. Y allí lo ven cuando reciben las visitas de los colegios.

Falsa alarma

Mientras charlamos en el cuerpo de guardia, suena el teléfono y el encargado toma nota del aviso. Pronuncia el nombre de la autovía A6 y en un segundo todo el mundo se tensiona. Pero el que está al teléfono frena la salida levantando la mano. Solo era para que tuvieran conocimiento de que había un objeto en la autovía. El grupo vuelve a sentarse y la charla continúa: «Aquí se convive mucho», señala uno de los bomberos. Así debe ser, porque en los turnos suelen coincidir los mismos. ¿Y la familia, qué tal lo lleva?: «Del riesgo no son conscientes -explica el cabo-. Y aquí trabajamos 24 horas y libramos tres días. En las familias donde hay bomberos, son ellos los que crían a sus hijos».

Uno de los seis desaparece: «Se ha ido a hacer la comida», aclaran. Hoy toca lubina: «De piscifactoría, ¿eh?». Se la pagan ellos a escote pericote: once euros, con algo para cenar: «No, pizzas no. Tenemos que comer sano». La forma física es muy importante, aunque el grupo reconoce que se están haciendo mayores; 46 años de media. Las cosas podían estar mejor, pero los lucenses están seguros. Los bomberos no se caracterizan por fallar. Eso sí, en 1992 había 55 y en 2017 solo hay 42.

Entrada la tarde sí habrá un salida: abrir un domicilio donde hace días que no se sabe nada de la dueña. Cuando van a desplegar la escalera, aparece el cerrajero. No hay que intervenir. Pero, efectivamente, la señora ha muerto. Gajes del oficio.

Calendarios, barras y otros iconos del gremio

El cuartel de bomberos de Lugo tiene todo lo que uno imagina que debe de tener: su gimnasio, sus habitaciones, cocina, el hangar con coches muy modernos, menos modernos y auténticas piezas de museo... hasta la mítica barra. ¿La usan? «Algunos sí, otros prefieren bajar por las escaleras. Desde luego, a los niños que vienen de visita es lo que más gracia les hace». ¿Y también posan para calendarios? «No apareció la ocasión adecuada», dice el cabo.

Cada profesional se ejercita más o menos por su cuenta. No hay pruebas internas para medir su estado. Pero saben que de su forma física depende no solo la eficacia de su trabajo, sino su propia seguridad. Los seis han tenido que coger alguna vez la baja por algún accidente laboral. Es casi imposible salir de rositas siempre. Cada uno tiene sus aventuras. Y son muchas. En un rato escucho historias no solo de incendios sino sobre emergencias tan variopintas como el abordaje de un camión suspendido en vertical en un viaducto, o el rescate de un trabajador en una zanja intentando sacar al obrero pero también mantenerse a salvo del derrumbe.

Fuegos claustrofóbicos

¿Y el fuego? ¿se llega a conocer, a entender? «Seguramente es más predecible en el exterior», opina uno de ellos; «Lo que está claro es que en interior son más claustrofóbicos», apunta otro. Y alguno se revuelve inquieto recordando la oscuridad, el humo y los mil ojos necesarios para no dejarse atrapar por un derrumbe o una deflagración.

El colectivo de Lugo, como en otros concellos, espera nuevos compañeros y mejores sueldos. Se lo han prometido. Mientras, ellos no pueden bajar la guardia. Su compromiso no admite medias tintas.