«Cuando anochece, me pongo a temblar»

Jorge Casanova
jorge casanova OURENSE / LA VOZ

GALICIA

Santi Amil

Las víctimas de los asaltos en el medio rural se recuperan con dificultad del impacto que produce el robo

12 feb 2017 . Actualizado a las 20:37 h.

José Antonio, Pepe, dormía como cualquier otra noche. En la misma habitación que su madre, de 92 años; una mujer lúcida, capaz de llevar las cuentas del negocio familiar, pero casi impedida por una hernia discal. Sobre las dos y media de la madrugada del 9 de enero del año pasado a Pepe le sobresaltaron los golpes que venían de la puerta interior del domicilio. Despertó y se dio cuenta de que alguien quería entrar violentamente. Salió hacia el comedor, abrió la ventana y pidió auxilio. Pero, salvo los asaltantes, nadie le oyó. Lo siguiente que recuerda es el frío que transmite el cañón de una pistola cuando te la apoyan en la sien. «Todos lo hemos visto en las películas, pero cuando te ocurre de verdad... es otra cosa».

Pepe evoca los acontecimientos de aquella noche en la trastienda de su negocio ubicado en el centro de Outomuro (Cartelle, Ourense), un pueblo con algo más de 300 vecinos cruzado por dos carreteras provinciales. Él lo sigue atendiendo como siempre. Pero ya no puede dormir sin fármacos. Y aun así, con dificultad. Le robaron 200.000 euros: «Pero lo peor fue lo de mi madre», dice bajando la vista. De los cinco encapuchados que entraron en su casa, tres se lo llevaron a buscar el dinero y otros dos se quedaron con la anciana. Cuando Pepe regresó, la señora ya había fallecido. No hubo violencia, pero la mujer no pudo superar el susto.

Se diría que Pepe tampoco ha podido. «Me siento en el sofá de mi casa a ver la televisión y de repente no me siento seguro. Cuando anochece me pongo a temblar. Me siento tan indefenso...». Resulta estremecedor escucharle en medio de las medidas de seguridad de las que ha dotado su casa. Asegura que hay noches que se despierta y entonces se mueve en silencio, en la oscuridad, por la habitación: «Ya he calculado todos los pasos para que no me vuelvan a coger desprevenido».

Santi M. Amil

«¿Onde está o diñeiro?»

A José Antonio lo asaltaron cinco hombres encapuchados y armados. A Ramón y Dora, también. Residen a una distancia de unos 30 kilómetros, en una aldea del concello de Allariz, y tienen 84 y 82 años de edad, respectivamente. Un año después del asalto de Outomuro, otros cinco encapuchados se colaron en su casa en pleno día: «Eu estaba a acender a cheminea, cando vin a un na porta e pensei que era algún neto que quería facer unha broma», recuerda Dora. Pero no era ninguna broma. Enseguida aparecieron otros dos más, cada uno con una pistola. Ramón estaba cerrando los animales: las gallinas, las ovejas. Oía ladrar a su perro, pero le parecía que ladraban todos. Ahora lamenta no haber confiado más en el animal. El caso es que, cuando estaba en el garaje, el mundo le cayó encima: «Déronme cun pau na cabeza». Cuenta que, de repente, la cara se le llenó de sangre y, antes de darse cuenta, ya tenía a tres tipos encima de él. Empezaron a atarlo y, cuando se quiso defender, le retorcieron un brazo, lo golpearon en la boca y se la taparon con una cinta. También es duro escuchar el relato de Ramón. En el garaje le quitaron 1.500 euros que llevaba en la cartera. Y la casa, se la destrozaron entera. Como no encontraban lo que buscaban, llevaron al anciano a una habitación y lo ataron con sábanas. El pie a la pata de la cama y el cuello a la cabecera. «Dicíanme: “Onde está o diñeiro?”. E pegábanme no costado. E nas partes». Ramón es un hombre muy valiente, porque alcanza a sonreír mientras repasa la pesadilla. Y apenas ha transcurrido un mes. Pero Dora no sonríe: «Teño que tomar tranquilizantes. Antes non tiña medo, pero agora quedoume moito».

Sin detenidos

Hay partes de la casa en las que no han vuelto a entrar para ordenar el desastre: «Cáeseme a alma aos pés», dice él: «Cando pase máis tempo». Los agresores de este matrimonio, a quienes robaron unos 4.000 euros y una escopeta, hablaban en gallego. Los que robaron a Pepe en Outomuro, en castellano: «Creo que alguno tenía acento rumano», dice él. Ha pasado un año sin que se haya resuelto el asunto ni haya detenidos. En los dos casos, los investigadores les dicen que las cosas van por buen camino. Ninguna de las víctimas se ve en condiciones de abandonar la casa donde vivieron los que probablemente han sido los peores momentos de sus vidas: «Temos casa en Allariz, pero non imos deixar isto só», reflexiona Ramón. Desde el incidente, sus hijos se turnan en acompañarlos en la cena. Aún está reciente, pero tardarán en recuperarse. Ya lo saben. En el país donde nunca se cerraban las puertas en las aldeas, los asaltos violentos ya no son tan excepcionales. «El dinero se puede volver a ganar -asegura Pepe-, pero el daño que te hacen no se va». Luego se enciende y continúa su discurso: «Tendrían que recibir un buen escarmiento. Alguna vez. Así no entraban en más casas». Ha pasado un año. Pero está claro que la herida sigue supurando.