El problema del líder socialista es de nómina. No hay que darle más vueltas. Sánchez tiene un conflicto con la empresa en la que trabaja: el PSOE. Y ese lío es el que provoca que se enroque, por un lado, en el no y, por el otro, que se empeñe y despeñe en lanzar pactos descabellados como el transversal con lo que ahora bautiza las fuerzas del cambio. Ayer concretó desde Galicia la insinuación que había hecho el viernes en el Congreso. Las fuerzas del cambio sería la unión contra natura e imposible desde la lógica de socialistas, podemitas (y sus fisuras) y ciudadanos. Un gigantesco puzzle cambalache que iría desde la derecha del Ibex 35 de Rivera al marxismo grafitero de Podemos. Menos mal que Rivera, que al principio parecía que amagaba con entrar al plan C, zanjó esa aventura triple en una entrevista de última hora que hoy publica La Voz con un meridiano «es inviable un pacto PSOE, Podemos y Ciudadanos». Hubiese sido el colmo de la efervescencia y del travestismo que el líder anaranjado se prestase a abstenerse para que gobernase Sánchez con Iglesias. El chicle de MacGyver, para ayudar al adánico Iglesias. Tuvimos sobrada demostración de flexibilidad con el salto del plan A (Sánchez) al plan B (Rajoy). Eliminado el plan C, si Rivera mantiene lo dicho, volvemos al conflicto inicial, o sea, a Sánchez y su futuro, que es lo que bloquea todo. ¿Tiene futuro? ¿Dónde lo tiene? Por favor, que le busquen un futuro. En lo que tiene razón Sánchez es que la propuesta del exministro Soria por el PP para el Banco Mundial es un disparate. Pero, ironías del destino, si Rajoy hubiese puesto a Sánchez camino Soria hacia el Banco Mundial y los 226.000 euros de nómina, tal vez se hubiese aclarado de golpe la política en España. Sánchez tiene que solucionar los problemas con su empresa, con Ferraz, con el comité federal. Mientras no lo haga, seguirá viajando del no al me propongo hasta llevarnos a unas terceras elecciones que empiezan a parecer bendición.