De modelo de la modernidad al destierro en Ginebra

Alfonso R. Aldeyturriaga MADRID / COLPISA

GALICIA

CATI CLADERA | EFE

Cristina e Iñaki representaban el triunfo de lo cotidiano. Jóvenes, guapos y emprendedores. Catorce años y cuatro hijos después, el caso Nóos les estalló en la cara

30 ene 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

«¿Quién es ese rubio?». Hasta que se topó de bruces con Iñaki Urdangarin, en los Juegos Olímpicos de Atlanta del 96, a la infanta Cristina no se le había conocido ninguna relación seria. Vivieron un romance a escondidas. Dicen que fue ella quien tomó la iniciativa, que él dejó a su novia de años por Cristina. Barcelona fue testigo mudo, y cómplice, del inicio de una historia casi de cuento de hadas.

La infanta catalana, como se la llegó a rebautizar desde que se instaló allí tras los Juegos de Barcelona, estaba decidida a casarse con este jugador de balonmano, vasco para más señas, que, por entonces, había invertido en un restaurante junto a un par de amigos. Doña Cristina tenía la aprobación del rey Juan Carlos, y también del pueblo llano. Eran años de vino y rosas, con un país en línea ascendente, por momentos de excesos, en los que la monarquía no tenía tacha. Cristina e Iñaki representaban la modernidad, el triunfo de lo cotidiano. Jóvenes, guapos y emprendedores. Antes de la boda, el 4 de octubre de 1997, les colmaron de atenciones. Don Juan Carlos les cedió el ducado de Palma, la capital balear les dedicó su Rambla, Barcelona impuso a la infanta Cristina la medalla de oro y obsequió a los novios, en la víspera del gran día, con un espectáculo pirotécnico solo comparable al que se brindó en los Juegos Olímpicos de 1992.

Catorce años y cuatro hijos después, ricos a los ojos del mundo, con palacete propio en Pedralbes y unos negocios que iban viento en popa, saltó el escándalo. El caso Nóos les estalló en la cara, viviendo en Washington, donde Urdangarin ocupaba despacho de alto rango en Telefónica. El chico de oro, el yerno soñado, el marido ejemplar, el padre inigualable, ya no era un ejemplo a seguir. La Casa Real lo apartó, también a ella, de cualquier actividad de la familia. Su último acto público fue el 12 de octubre de 2011. La infanta Cristina representa hoy la imagen de una mujer denostada por su familia, despojada por su hermano -una vez convertido en rey- del título de duquesa de Palma, despreciada por el Ayuntamiento de Barcelona y también por el de Palma. A lo único que se aferra es al sexto puesto en la línea de sucesión. Ni Felipe VI se lo puede arrebatar. Y parece que por muchas presiones que se ejerza desde Zarzuela, sigue agarrada a la línea dinástica. Solo la reina Sofía y la infanta Elena siguen mostrándole su apoyo público, con viajes puntuales a Ginebra, donde Cristina se desplazó con toda la familia en el verano del 2013 para tratar de proteger a sus vástagos. Ahora, todo hace indicar que ese cambio de residencia temporal lleva camino de convertirse en su destierro.