Descontrol por el Landro abajo

Jorge Casanova
Jorge Casanova REDACCIÓN / LA VOZ

GALICIA

XAIME RAMALLAL

Cientos de romeros descienden de cualquier manera el río que cruza O Naseiro

26 ago 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Regla número uno: «Beber para que non che doan os golpes». Número dos: «Levar zapatillas polas pedras e os cristais». Y número tres: «Ter moitas ganas de festa». Con estos tres consejos resumía Álex, un joven de 19 años, la normativa básica para tirarse por el Landro abajo. Lo hacía en Chavín, ataviado con un vestido, unos pantalones de flores y un sombrero. A su lado, Pedro, con una túnica romana (más o menos), una corona de flores y una pistola de agua, asentía a cada uno de los mandamientos. Hora y pico después, en pleno Naseiro, el bueno de Pedro había perdido la túnica aunque no la corona. Ya tenía kilómetro y pico de descenso a sus espaldas y, seguramente, no sentía golpe alguno.

Los miles de romeros que cada año toman O Naseiro, en una de las fiestas más largas y multitudinarias de Galicia, volvieron a disfrutar ayer del excéntrico descenso del pobre Landro. Apiñados en la orilla vieron bajar a cientos de chavales en artilugios de todo tipo, disfrazados de cualquier cosa (el pijama fue el recurso más utilizado) y con mucho, mucho sentido del humor.

La navegación, con el escaso nivel del río, fue difícil. Por eso, tal vez, los vehículos más eficaces eran las colchonetas playeras y los flotadores gigantes. Pero por el cauce se vieron balsas de poliespán, tablas de surf, barcas de playa y otros ingenios entre los que no se puede dejar de mencionar un minibarco con forma de submarino que arrancó los aplausos del público y un papamóvil flotante con pontífice y todo, que iba bendiciendo a la concurrencia con una berza de grandes dimensiones. Todo un desmadre.

Y es que en O Naseiro, los viveirenses ya llevaban ayer cuatro días de fiesta ininterrumpida; que se dice pronto. Los que hay que regresan a la ciudad para dormir y los hay que duermen en el campo da festa. En ese contexto, cualquier cosa que se viera bajar por el río cabía dentro de lo posible. «A ver si para alguien y nos acoplamos», le decía un chaval a otro vestido de mujer en medio del río. Y vaya si se acoplaron. Enfrente, tres romeros habían instalado una mesa y tres sillas en el cauce aprovechando el escaso calado del Landro. Posición privilegiada para asistir al evento. Por supuesto, con ellos chocaron todos los navegantes que pudieron para mayor jolgorio del personal.

El descenso se prolongó durante casi un par de horas. Desde luego, una parte importante del encuentro consistía en mojar de vez en cuando al público agolpado en una de las márgenes del río. Al final, las aguas estaban lo suficientemente turbias como para desaconsejar el baño, aunque eso, claro está, no arredraba a nadie. Al fin y al cabo, muchos de los objetos flotantes llevaban adosada su botella de combustible alcohólico, un buen anestésico. De las que no hubo noticias, ni las habrá en unos días, fue de las truchas. Menuda tarde pasaron.