Los vecinos de la isla pontevedresa se acostumbran a vivir incomunicados durante semanas
14 feb 2014 . Actualizado a las 13:46 h.El invierno de este año está siendo tan violento que ni los pesqueros se atreven a afrontar los 14 kilómetros que separan Bueu de Ons. Las olas de los temporales de enero y febrero han sido tan fuertes que barrieron el muelle como una escoba y llegaron a ahogar en una pared de agua el faro del atraque. La isla, a la entrada de la ría de Pontevedra, ha permanecido aislada más días de lo normal para esta fechas. Pasa todos los años, pero este es especial.
Las cosas se pusieron muy feas en el mar y en Ons incluso llegaron a estar incomunicados dos semanas durante la sucesión más fuerte de ciclogénesis. En los días más crueles del invierno de este año, solo el remolcador de Marín para el relevo del farero pudo cumplir con puntualidad suiza, cada quince días su ruta al enclave insular. Este invierno está siendo tan duro que ni siquiera se han podido realizar en su fecha los turnos del personal del parque nacional de las Illas Atlánticas, que utilizan una embarcación propia con base en Bueu.
Este es un aislamiento voluntario para los cuatro vecinos que pasan aquí el invierno, y que disfrutan de una vida en el paraíso dura, pero intensa. Para abastecerse agudizan el ingenio. Se surten de la huerta, de los huevos de sus gallinas, de los víveres con los que se pertrecharon hace meses y de una naturaleza que, aunque brava, es generosa en peces.
Cuando ayer atracó la lancha del parque, con un equipo de La Voz y de V Televisión, Cesáreo Pérez, su mujer Victoria López, y su cuñada Josefa López, estaban en el muelle pescando. El mar, bravo apenas unas horas antes, les había prodigado unas excelentes maragotas que descamaron allí mismo para echarlas en la sartén poco después.
Cesáreo tiene 71 años y nació en la isla, como las dos mujeres y su otro cuñado, Emilio, ausente esta semana en Bueu por razones de salud. De este invierno, sostiene que es «moi bravo» y que nunca en su vida recuerda así al mar. Los vecinos disfrutan de unas pocas horas de electricidad que se les da por generador, no hay supermercados, ni bar para jugar a las cartas, pero Cesáreo no cambia su isla por nada en el mundo.
Estuvo en Bueu en diciembre para las fiestas, llevando su isla en el corazón. «Eu na illa estou máis contento, o aire é máis puro, non hai coches, e sempre podes comer peixe fresco», recuerda. «Polas festas botei en Bueu 21 días, e fun á praza, pero non había peixe fresco, todo era de fóra», recalca mientras muestra orgulloso un cubo lleno de maragotas recién pescadas. No hay comparación.
Victoria, de 70 años, es la mujer de Cesáreo y ella tampoco echa de menos Bueu, donde sí residen la mayoría de los descendientes de una comunidad que llegó a tener más de 500 personas de forma permanente hasta mediados del siglo pasado. El aislamiento no le arredra. «Tes auga, tes peixe, e tes comida, non nos falta de nada. E as galiñas téñoas soltas, non están pechadas nun cortello, andan libres. É un manxar», indica. Victoria, como su marido, está enamorada del mar de Ons. «Gústame moito ir a pescar, ir ao polbo. Apáñoo eu, sabe mellor que o que collen os barcos», incide.
Josefa López lleva sin ir a Bueu dos o tres meses. También aprovecha los recursos que la isla le ofrece. Tiene ovejas, gallinas, dos perros y canarios. Cuando se va la luz, no les queda otra más que dormir o cuidar de los animales. Su pequeña casa está en Cucorno, cerca del faro, en la parte más alta de la isla, donde las vistas panorámicas, de gran belleza, quitan el hipo.
Vida comunitaria
Junto a los vecinos conviven los trabajadores del parque, que se turnan cada siete días, aunque este año han pasado jornadas más largas de lo normal por la imposibilidad del atraque. Alberto Amoedo y Xosé Arca comenzaron su nuevo turno el miércoles. Se ocupan en invierno de inspeccionar la isla, comprobar los daños del temporal, reparar tejados y retirar árboles de los caminos. Viven en una casa del parque en Curro, el principal núcleo de la isla, donde este febrero no hay nadie más. El temporal ha alejado a los barcos de pesca, que por primera vez en semanas se empezaron a ver tímidamente ayer por las cercanías de Ons. Con un tiempo razonable, los barcos paran en el muelle y hay algo más de vida. «Aquí estamos bien, tenemos una casa, hay congeladores, hay comida, y la gente de la isla es como de la familia», apuntó Amoedo, ya acostumbrado a la vida insular.
Carlos y Francisco López son los encargados del transporte del personal del parque y de aprovisionarlos. El primero precisa que al navegar con el mar bravo «sempre hai risco». Este año no han podido hacer todos los viajes cuando les tocaba, pero la prudencia se impone. «Eu non levo vultos, levo compañeiros, persoas».
Y ellos también forman parte de esta particular comunidad insular, supliendo a los vecinos con harina o maíz, cuando escasean en Ons, como pasó esa semana. El barco deja pronto la isla. Se anuncia otra ciclogénesis y con el mar no se juega. Ons, a lo lejos, vuelve a perderse entre la niebla.