Así fue la acción de los servicios de emergencia tras el accidente del Alvia 730
04 ago 2013 . Actualizado a las 07:00 h.Poco después de las 20.41 horas del 24 de julio una mujer nerviosa llama a la sala del 112, dice que acaba de descarrilar un tren, que «está a arder» y que hay «xente morta en Angrois, preto da AP-9». La llamada se transfiere al 061, mientras que en dos minutos las operadoras del 112 avisan a la Policía Nacional, ADIF Emergencias, Protección Civil, Policía Local y Bomberos de Santiago, que piden comunicación con la vecina. Les explica que es «preto de Sar, que hai que coller pola colexiata cara ao cruceiro e é onde o campo da festa, debaixo da ponte que cruza a vía do tren».
La dotación de reserva de los bomberos de Santiago sale del parque local. El resto de los compañeros están en el centro, en las plazas de Galicia y del Obradoiro, forman parte del dispositivo de seguridad por las fiestas del Apóstol. Lo mismo ocurre con la Policía Local, que envía varios coches patrulla, y el cuerpo nacional, que tiene a casi medio centenar de agentes de varias especialidades en la ciudad. No han pasado cinco minutos desde la primera llamada.
Los primeros minutos
El motor junto a la vía. Los primeros en llegar son agentes municipales. Han avistado el humo del convoy al bajar por Sar, pero nada los ha preparado para lo que van a ver en Angrois. El tren arde. Está plegado como un acordeón. El palco de la música ha sido arrasado. A un lado de la vía, sobre el muro, yace una enorme máquina azul que chorrea gasoil. Es un motor 4000 R43L de 12 válvulas y 6,6 toneladas fabricado por la alemana MTU. Viajaba en el segundo furgón, el que descarriló. El vagón, destripado contra el talud, siguió adelante sin él. Su gemelo, en penúltima posición, y la cabeza tractora de cola han hecho de ariete con sus 100 toneladas de peso contra los coches de pasajeros. A más de 150 kilómetros por hora aplastaron varios de ellos. Un vagón desvencijado ocupa el campo de la fiesta. Hay escombros por todas partes, cuerpos y restos humanos. Los vecinos ayudan a los heridos y tapan a los muertos en un escenario tan tremendo que un miembro del operativo reconocerá más tarde que no se explica cómo no salieron huyendo.
Siguen llegando llamadas a las centralitas de los servicios de emergencia. Entre ellas la de un particular que dice estar dentro del tren, explica que está herido, que tiene gente alrededor muy mal, que no pueden salir. La línea se corta. Los agentes municipales y los bomberos, que han llegado casi al mismo tiempo, informan por radio a sus compañeros de la situación terrible y solicitan refuerzos urgentes.
El control del tráfico
Clave para la evacuación. El inspector jefe de servicio de la Policía Local está de camino hacia Angrois. Su coche esprinta hacia el crucero de Sar. Observa el humo, escucha los mensajes de radio y empieza a dar órdenes para que se restrinja el tráfico en la zona. Esa decisión va a ser clave, apenas hay vías practicables en Angrois y los coches particulares podrían haber colapsado la evacuación.
Junto a las vías la situación es desesperada. El fuego crece. Se oyen los gritos de la gente atrapada en los vagones. Policías y paisanos, con enorme esfuerzo, logran romper la verja que separa el pueblo de la vía y bajar el talud para ayudarles.
No hay forma de acceder al tren desvencijado. Los vecinos recurren a mazas, palas, sierras, herramientas de labranza... Pero las puertas están bloqueadas y las ventanas son casi irrompibles para que en caso de accidente no se conviertan en proyectiles contra el pasaje. Hicieron su trabajo, pero sus múltiples capas de cristal y su malla interna son ahora una barrera entre la vida y la muerte. Un muro que resiste con entereza incluso los golpes de pico.
Sin equipos de excarcelación la evacuación será eterna. En una llamada al 112 la policía pide que envíe a todos los bomberos posibles. Los cuatro primeros en llegar al lugar hacen una línea de espuma y atacan las llamas que amenazan el tren, pero hacen falta más. Están en camino y llegarán en cuestión de unos pocos minutos.
Los refuerzos
Bomberos, tédax y la caballería. Antes de las 21 horas corren hacia el lugar los vehículos que tenían desplegados en San Roque y frente a La Salle, también los de la plaza del Obradoiro y de Galicia. Desde allí llega el sargento Xosé Martínez, que va a cumplir 29 años en el cuerpo. En Angrois se encuentra una escena «indescriptible, dunhas dimensións que te superan».
Él y sus 17 compañeros extinguen el fuego, facilitan el acceso a la zona con sus escaleras y con ayuda de sierras sable empiezan a cortar las ventanas. Vecinos y policías continúan sacando a la gente en medio de los gritos y de un desagradable olor que no se les borrará de la cabeza.
Les ayudan los pocos pasajeros que se tienen en pie, el interventor Antonio Martín Marugán, con una costilla rota, los antidisturbios, los tédax y los agentes de caballería de la Policía Nacional, inmortalizados en las fotografías con sus espuelas y botas de húsar mientras sacan heridos de los vagones.
Los vecinos siguen allí, todos elogian su temple e iniciativa. El jefe de la Policía Local, Norberto Villaverde, dirá de ellos: «Me han hablado de héroes? es una palabra muy importante, pero creo que no está fuera de contexto con los vecinos».
Las comunicaciones
Más de 800 llamadas en tres horas. A las 21.15 llega un SMS al móvil de Blanca Maceira, directora de la sala de emergencias del 112. Reproduce el contenido del primer aviso. Se traslada a la sala de inmediato. Desde allí se moviliza a los bomberos de Deza-Tabeirós, Boiro, Ordes, Arzúa y Santa Comba, a 26 agrupaciones de Protección Civil, psicólogos, forenses... Todos los operarios del turno de tarde deciden continuar durante la noche. Llegan trabajadores de vacaciones para reforzar a sus compañeros.
Llaman desde embajadas y del extranjero. Maceira recuerda a un abuelo italiano que llamó cada hora para intentar saber de su familia. Por primera vez en Galicia se crea un teléfono específico para atender a las víctimas de una catástrofe. Los operarios que lo atienden se relevan de forma periódica. Las llamadas son muy duras. Los operarios del 112 atienden en apenas tres horas 456 llamadas y hacen otras 370 para coordinar a los servicios de emergencia. «Fue una emergencia de una magnitud brutal, que te sobrepasa», dijo después la directora, con 19 años de experiencia.
La estabilización
Los vecinos se repliegan. Tras media hora muy complicada, la situación en las vías comienza a estabilizarse pasados 45 minutos. Llegan los bomberos de Ordes, los primeros de refuerzo, voluntarios de Protección Civil, decenas de policías. Los vecinos se van retirando. Dentro de los trenes quedan los heridos más graves, que deben ser evacuados con extremo cuidado para evitar agravar sus lesiones. Los paisanos son reemplazados poco a poco, pero continúan ayudando con agua y mantas, tablas para transportar a los heridos, herramientas...
Angrois se convierte en una pista de ambulancias. Entran por Sar y salen por Castiñeiriño, parece milagroso que el flujo sea casi constante pese al volumen de tráfico y la estrechez de los accesos. También es un portento que lleguen allí dos máquinas de Grúas Norte con capacidad para levantar 350 y 150 toneladas, además de seis camiones tráiler con contrapesos para que no vuelquen al levantar los vagones. El dueño de la empresa y su hijo llegaron al lugar casi después del choque y permanecerán allí durante horas.
La multitud triste y aturdida vacía la plaza del Obradoiro. Se forman colas para donar sangre. Santiago se vuelca. Tussa envía dos buses para evacuar heridos leves que al final no serán utilizados. Las empresas municipales llevan agua para los bomberos, otras ofrecen generadores y focos para iluminar la zona.
En Angrois se habilita un hospital de campaña para los heridos. Se presentan voluntarios doctores de media Galicia, como Sonia Rodríguez de urgencias del hospital de Barbanza.
Lo mismo hacen los policías locales y los bomberos, acude prácticamente toda la plantilla, incluso los que están de baja para que los más aptos puedan ir al lugar del siniestro. Los bomberos de A Coruña y otras ciudades ofrecen ir, pero la Xunta necesita efectivos en reserva. La decisión aún les reconcome hoy.
El tiempo más negro
Más de cien heridos son evacuados en apenas dos horas. Queda rescatar los cadáveres, una labor infausta que se prolonga hasta bien entrada la madrugada. Los bomberos, explica el sargento Martínez, se organizan en grupos. Entran de dos en dos en cada vagón en busca de restos humanos. Cada coche es revisado así tres o cuatro veces. Luego, cuando las grúas levantan los furgones, hay que recoger a los que quedaron debajo. Cuando uno de los grupos para a descansar, los bomberos se sientan en silencio. «Empezas a barrenar e se fai un silencio que corta todo», cuenta Xosé Martínez, que no recuerda nada igual.
Algunos policías que llegaron en el primer momento y no han parado son casi obligados a retirarse para que se duchen y descansen un rato. Al llegar a sus cuarteles, agentes con años de servicio estallan en lágrimas. No pueden olvidar los gritos y a los menores que había en el tren. Es difícil imaginar la reacción de los vecinos en sus casas después de enfrentarse a lo mismo.
Los cuerpos comienzan a alinearse junto a las vías. La comisión judicial, los forenses y los agentes de la científica hacen su trabajo de identificación mientras que los bomberos revisan una y otra vez los vagones y voluntarios de Protección Civil trasladan los cuerpos sin vida.
El epílogo
La cuenta de cadáveres sigue y sigue hasta que a las 5.30 horas alcanza las 72 personas. Los heridos reciben la sangre que más de 800 personas donaron en las horas previas. Los familiares se desesperan en el edificio Cersia para obtener noticias, algunos antes habían acudido a Angrois y, desesperados, se lanzaron hacia el tren en busca de sus seres queridos. La Policía Científica les pide paciencia. No quieren cometer ni un solo error en las identificaciones y autopsias, de las que se encarga un equipo de casi cien profesionales.
En total cerca de 3.000 personas participaron en el dispositivo: 1.800 trabajadores sanitarios, 34 profesionales del 112, 220 voluntarios de Cruz Roja, 47 forenses del Imelga y 4 de la oficina judicial, 45 psicólogos del Gipce, 170 voluntarios de Protección Civil, 80 bomberos de siete parques, 75 agentes de la policía autonómica, 137 guardias civiles, 535 policías nacionales (entre ellos 55 de la científica de Galicia y Madrid) y 122 policías locales de Santiago, además de un número indeterminado de ciudadanos anónimos, médicos, enfermeras, bomberos de otros lugares... que se ofrecieron para ayudar durante aquella noche.
Muchos de los participantes, sobre todo los que acudieron a socorrer a los heridos en el primer momento, igual que los vecinos de Angrois y cientos de familiares, van a necesitar atención psicológica para superar el estrés postraumático.
Les atormentan las dudas sobre si se podía haber hecho mejor, si podían haber salvado a más. «É unha angustia terrible, pero te conciencias de que se fixo o mellor posible, con moita rapidez», insiste Martínez. Lo mismo piensa el inspector principal José Manuel Traba, jefe en funciones de la Policía Local, que interrumpió sus vacaciones para ir a Angrois y ha pasado días hablando con sus hombres. «Algúns sufriron moito», explica. Traba recuerda el detalle de un padre que acudió a comisaría para buscar a los agentes que salvaron a su hijo. Les vio sacándole de un vagón en una foto de La Voz. Les agradeció y les pidió que fuesen al hospital a ver al chico, porque quería darles las gracias.