«Son de imitación, pero moi bos»

Jorge Casanova
JORGE CASANOVA ORDES / LA VOZ

GALICIA

sandoval

Modelos copiados de grandes marcas inundan los mercadillos gallegos

02 mar 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Versace, Calvin Klein, Polo Ralph Lauren, Emporio Armani, Chanel, Carolina Herrera, Nike y, por supuesto, Adidas. Por el brillo de las marcas, apelotonadas en poco más de una hectárea, se diría que paseamos por alguna milla de oro de cualquier gran capital. Pero en realidad, el sol que apenas mitiga la intensa sensación de frío, alumbra el mercadillo de Ordes, que cada miércoles se levanta alrededor del juzgado de la villa.

-¿Cuánto por esos calcetines?

-Cinco euros os tres pares.

-Pero no son Calvin Klein, ¿verdad?

El vendedor, delante de una extensa parada de calcetines, todos de marcas cotizadas, se lo piensa unos segundos antes de contestar a mi ingenua pregunta:

-Son de imitación, pero son moi bos. Xa o verá. Se os merca nunha tenda cústanlle máis de vinte euros.

Meto en el bolso mis nuevos calcetines más falsos que un amigo del Facebook y reanudo la marcha por un mercadillo donde hay de todo: «¡Bragas de licra! ¡Sin costura! Sujetadores maravillosos», vocea una vendedora, que capta la atención de una mujer frente a una ristra de sostenes: «Estos se abren p?alante. Como los de Alicante», le explica la ferianta. Cerca veo otros calcetines, que parecen más gruesos que los míos: cinco pares, cinco euros. Me doy cuenta de que, aunque sea falsa, la marca hay que pagarla.

De vez en cuando pregunto por el material en exposición. Un foulard de Versace a siete euros: «¡Es de seda! ¡eh? Y antes lo tenía a doce». Una llamativa cazadora de Polo Ralph Lauren, de esas que casi te tatúan en la frente la palabra pijo, treinta euros. Antes de que pueda decir nada, ya me la han rebajado a 25: «Es que no vendo nada -justifica el dueño del tenderete-. Mira qué viento. Voy a tener que desmontarlo todo». No me ablando. No me pondría esa cazadora ni aunque fuera auténtica y me pagaran a mí los 25 euros. Le agradezco la oferta y me voy a otro puesto a preguntar por el producto estrella: la sudadera Adidas con el logo gigante estampado en el pecho:

-Veinte euros. Y el pantalón, diez. Te puedes llevar el conjunto por 30.

Repaso la suma por si se me ha escapado alguna oferta en la adición de 10 más 20. «Es que el pantalón lo vendía por doce y ahora lo dejo en diez». Hay todo tipo de tallas y colores. Y vuelvo a hacerme el inocente:

-Pero no son Adidas, ¿no?

El vendedor me sonríe y me dice con los ojos aquello de tú sabes que yo sé que tú sabes. Acabo parloteando un poco con él y se queja de que la cosa está tan mal que no se vende falso ni verdadero. Es de Marruecos y lleva ya doce años viviendo en Galicia, por las ferias. Y, como casi todo el mundo, asegura que nunca vio nada semejante.

-Sin embargo, se ve bastante gente paseando por aquí.

-Sí, ves gente, pero dime: ¿ves bolsas?

Dejar vivir

El mercadillo de Ordes luce tanto logo porque no hay hostigamiento, pero hay plazas donde ya no se puede ir, me cuenta. En Vimianzo, por ejemplo. «En Paiosaco, a un compañero lo cogieron y le pusieron una multa. No sé de cuánto, pero de mucho».

Al parecer, fue de unos 4.500 euros, según explica otro comerciante magrebí en una de las bocas del mercadillo. Él no tiene ropa de marca colgada en sus perchas. Al contrario. Me suelta el discurso de las fábricas que tiene que cerrar por las falsificaciones, los impuestos que se dejan de pagar, etcétera. Es tan perfecto que suena increíble. Con algo más de sinceridad explica que él va por las ferias y entra tranquilamente a tomar café sin tener que preocuparse de si los guardias le echarán el guante cuando salga. «En vez de ganar dos euros, gano uno. Pero vivo más tranquilo». Nos deseamos suerte y, en cuanto me doy la vuelta, le pega una voz en árabe al del tenderete de enfrente, que parece una pequeña delegación de la multinacional alemana. Supongo que avisando de que estoy haciendo preguntas al respecto.

Por el medio del mercadillo se mueve un policía local al que abordo. Se encoge de hombros cuando le pregunto por todas las falsificaciones que están a la vista: «La verdad es que haría falta un operativo importante. Podríamos coger a uno. Los demás se avisarían entre ellos y desaparecerían». El guardia admite que rara vez se ha producido algo así de no mediar una denuncia concreta. No lo dice, pero lo piensa: «Hay que vivir». Así que, entre tanta marca falsa, lo único que parece verdadero es que ni el señor Adidas ni el señor Klein se llevarán un céntimo hoy de la actividad del mercadillo.