Teo, estación esperanza

Nacho Mirás Fole

GALICIA

Hay un camino de peregrinos que acaba a 5 kilómetros de Santiago, en la Fundación Foltra, donde lesionados de todo el mundo tienen puestas sus esperanzas

09 abr 2012 . Actualizado a las 10:06 h.

La idea que Francisco Rubio tenía de la jubilación era otra. Se veía recorriendo mundo sin mirar el reloj; regresando desde Sídney a su Asturias natal de vez en cuando para hincharse de fabada; haciendo las cosas que no pudo hacer de joven... viviendo la vida. Pero el futuro lo escriben a granel, y a veces te sale bueno, y a veces te sale picado. Francisco echó raíces en Australia hace cuarenta años. Se casó, formó una familia, aprendió a conducir por la izquierda... Se convirtió en Frank, un australiano más. Hoy, sentado a la fuerza en su silla de ruedas con motor, se ríe cuando le dices que, físicamente, recuerda a Miguel Gila, peinadito y sonriente. Parece que vaya a coger el teléfono para soltar: «¿Está el enemigo? ¡Que se ponga!».

Los planes de este trabajador del azulejo se fastidiaron un puñetero día de noviembre del 2008. Se cayó. Se rompió; se paró. Y ya nada fue lo mismo. «Me quedé tetrapléjico, así , de repente», dice. El mundo se le vino encima con tanta contundencia que a poco no lo aplasta. Viudo, su hija Teresa, abogada en la ciudad más grande del país, dejó de trabajar durante los tres años siguientes para cuidar de su padre. No ha hecho otra cosa.

Francisco asumió su mala suerte, pero nunca se resignó. La esperanza llamó a la puerta un día a través de un recorte de periódico. Unos familiares que lo visitaron en Sídney le llevaron la página, que hablaba del tratamiento que se sigue en la Fundación Foltra para la ayuda y recuperación del daño nervioso central y periférico, en Teo, junto a Santiago. «Tenía dos opciones -explica-, creer que existen posibilidades de mejorar y apostar, o no hacer nada y resignarme a estar toda la vida en la silla».

La lista de espera de la fundación es larga. Pero el teléfono de Frank Rubio sonó un día con buenas noticias: tenía que instalarse en el otro lado del planeta, donde el mundo se llama Teo y la gente conduce por la derecha. No se lo pensó. Hipotecó su casa para poder pagarse la estancia, repartió besos y se vino a las antípodas. Teresa lo ha acompañado los primeros días. Frank, que habla con un acento mezclado entre Víctor Manuel y Cocodrilo Dundee, está preparado para la desubicación y para el esfuerzo, físico y mental. «Ya buscaré cómo entretenerme, tampoco puedo echar a correr detrás de las chavalas», bromea.

Ahora vive a dos kilómetros y medio de Foltra, en una residencia asistida, pero se ha hecho el firme propósito de hacer el camino hasta el centro, carretera arriba, sin más ayuda que la de su silla motorizada, llueva o truene. «El 065 no resuelve mi caso -se lamenta- y la Seguridad Social solo me pone obstáculos, a pesar de ser español».

En febrero comenzó el tratamiento. «Si pudiera llegar a dar diez pasos...», suspiraba su hija poco antes de regresar, como un bumerán, al punto de partida. Su padre ha encontrado en Teo una familia postiza de personas que, como él, han peregrinado a Foltra buscando esperanza. «¿Que qué voy a echar de menos? ¡A ella!», dice mientras mira con ternura a Teresa. Ojalá la próxima vez que se vean ella tenga que ponerse de puntillas para abrazarlo.