Sobrecogía la imagen de una de las hijas de Fraga, Adriana, tocada por una mantilla negra mientras caminaba triste con un cirio blanco en la mano. Vibraron entonces los punteiros tumbales de la Real Banda con el Himno Galego. Y Rouco bendijo por última vez el féretro de Fraga, antes de que sus nietos auparan al padre de sus padres a la cuarta altura del panteón familiar, sobre los restos de la abuela Carmen, que murió en 1996. Allí descansa para siempre quien fuera presidente de Galicia durante dieciséis años, en un nicho forrado de granito negro, junto a la familia Dopico Díaz. «¡Viva Galicia! ¡Viva España!», gritó alguien. La respuesta fue más discreta de lo que cabría esperar. En el cementerio de Perbes olía a hierba recién cortada, a mar. Y aún se escuchó un último viva, salido de la garganta desgarrada de una mujer que seguía el entierro desde una finca alta: «¡Viva don Manuel!». «Eso iba a decir yo», se lamentaba vecino que tampoco anduvo ligero en la despedida de quien hizo de la puntualidad una seña de identidad. Entre los muchos ramos que llegaron llamaba la atención uno, por lejano: el que envió el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas.
«Se quiso despedir como un gallego más al lado de su casa y con su mujer»
Alberto Núñez Feijoo
«Nos hemos convertido todos en deudores de su obra, por eso hemos venido aquí »