Superpadres: uno que vale por dos

Jorge Casanova
jorge casanova REDACCIÓN / LA VOZ

GALICIA

Las familias monoparentales suman ya el 10 % de los hogares gallegos

25 sep 2011 . Actualizado a las 20:05 h.

La mayoría no lo querían así, pero acabaron siendo padre y madre al mismo tiempo. Algo que no tenían previsto y que los ha ido convirtiendo en superpadres, asumiendo en solitario una tarea pensada para dos. En Galicia es un modelo de familia creciente que en el 2009 sumaba ya casi cien mil hogares, capitaneados en su mayor parte por mujeres. Para estos gallegos, el impacto de la crisis es doble; la conciliación con la vida laboral, imposible, y la posibilidad de reconstruir una vida sentimental, poco menos que una quimera. Todos piensan que la Administración no los tiene en cuenta y que nadie más que ellos saben lo duro que es tirar por los hijos sin nadie a tu lado.

Sandra Núñez. Viuda

«Esto es muy duro. Te tienes que hacer fuerte sí o sí»

Sandra (37 años) llega a la entrevista aprovechando un rato de la mañana que ha pedido en el trabajo para ir al médico: «Se portan muy bien», dice de la empresa en la que trabaja como teleoperadora. Y sabe de lo que habla, porque tiene un currículo laboral largo como una noche de invierno: «Siendo monoparental es muy difícil encontrar trabajo. Para contratarte tienen muy en cuenta si dispones de algún tipo de ayuda. Porque luego no suele haber facilidades para llevar a la niña al médico. Es muy duro. Te tienes que hacer fuerte sí o sí».

Sandra ha pasado por la mayoría de los estados que llevan a la monoparentalidad: separada, divorciada y, desde hace año y medio, viuda. Cuando la pareja se rompió, sus hijas tenían seis y dos años, pero desde que el padre murió, las cosas se han puesto algo más difíciles: «Sigo siendo monoparental, pero tengo menos ayuda».

Con el padre de sus hijas podía ajustar mejor su horario laboral, acceder a algunos extras... Ahora todos se han puesto las pilas: «Hemos tenido que asumirlo. No hay niñeras ni papá». El inicio del curso ha llegado con una catarata de dificultades: cambio de instituto, fin del comedor, con lo que hay que hacer comida en casa... Sandra va relatando la aventura de buscar en el ANPA unos libros usados para no tener que comprar los nuevos, el peregrinaje comercial para exprimir el cheque de la Xunta, un capital en tiempo que se va cada día y del que es preciso cada minuto para que el barco siga navegando: «Nadie es consciente de lo duro que es esto. Ni tu entorno más cercano».

El premio es la relación de las tres: «Estamos muy unidas. La verdad es que yo, siempre que puedo, las absorbo». Sabe que un día se irán: «Será tal vez cuando pueda recuperar algo de lo que no he vivido. Igual me cojo un billete para Bali y me voy a abrir cocos». Seguramente, no lo dice en serio.

Isabel Loureiro. Soltera

«Ha sido como pasar de 0 a 100 en un minuto. Ni siquiera sabía cuál era el horario escolar».

Isabel (41 años) forma parte del grupo más pequeño de los monoparentales: los que han elegido ese tipo de familia por voluntad propia. «Siempre me he visto más como madre que como esposa», explica. «Y un día me replanteé mi proyecto de vida, incluido ser madre». Y se fue a la adopción internacional. Isabel fue superando pruebas, rellenando papeles y el pasado mes de febrero viajó a la India para recoger a su hija: «Ha sido como ir de 0 a 100 en un minuto. Ni siquiera sabía cuál era el horario escolar».

Todo cambió para Isabel, que aún se acuerda de la primera fiebre de su hija y de cómo ha ido poniéndose al día a través de los consejos de amigas que son madres: «Resulta muy difícil, porque las parejas separadas aún se pueden apoyar en la corresponsabilidad. En mi caso no es así. Tiene sus ventajas y sus inconvenientes. Pero todos los besos son para mí».

Conciliar es el verbo que peor conjuga y el mes que viene se va a encontrar con dificultades cuando cambie el horario de la oficina en la que trabaja: «Supongo que iré tirando de amistades. Pero la conciliación no es solo mi problema, es el gran problema de este país». Por lo demás, Isabel está todavía de luna de miel con su maternidad: «Soy mucho más feliz que antes porque tengo lo que quiero». No hay muchos que puedan decir lo mismo.

Ricardo Fraga. Viudo

«Muchas veces tuve que ocultar mis sentimientos para que todo fuera bien»

«Mi lucha han sido mis hijos», resume Ricardo (58 años). Y podría no haber dicho nada más porque en esa frase se condensa lo que ha sido su vida en los últimos años: «Mi mujer murió de un cáncer, pero para mí fue como un accidente. Recuerdo que solo la víspera de que falleciera pensé que aquello podía ocurrir. Hasta entonces ni siquiera lo había considerado». Así que Ricardo se vio viudo y con un hijo de 9 y otra de 7 años. «Tuvimos apoyos por parte de la familia. De los abuelos sobre todo. Ellos se encargaban de la comida. Aún lo hacen. De lo demás me encargo yo». Compras, coladas, plancha, limpieza... Ricardo, hombre monoparental, rara avis, pensó que era mucho peor perder a una madre que a una esposa y se volcó en cubrir el hueco: «Quise hacerles ver que la vida continuaba y muchas veces tuve que ocultar mis sentimientos para que todo fuera bien».

Ahora, los chavales han crecido. «Durante algún tiempo seguimos viéndonos con la misma gente, pero los hijos ya se han hecho mayores y empiezan a tener su propia vida. Es una situación novedosa para mí». El mayor tiene 18 años y Ricardo se jacta de que es su mejor amigo, pero sabe que el tiempo pasa: «No sé cómo será el futuro. Tal vez sea algo preocupante», reflexiona con la mirada perdida, haciendo el ejercicio de imaginarse una vida sin esa necesidad permanente.

¿Tal vez otra relación sentimental? «Eso no se me pasó ni por la imaginación. No podría liarme la manta a la cabeza, porque la prioridad son los hijos. Yo he visto cómo otras personas lo han hecho. Alguna viuda que al poco ya mete un hombre en casa... Yo no lo haría. He tenido alguna amiga, sí. Incluso alguna vez, por el verano, me he permitido llegar tarde a casa, pero le aseguro que cuando abría la puerta, a las tres de la madrugada, me sentía culpable».

Julia Arias. Divorciada

«Con 41 años tuve que volver a casa de mis padres»

El cuarto perfil, el de Julia, es uno de los más clásicos. Madre joven, en paro que afronta un divorcio conflictivo y se queda con la custodia de los hijos y sin recursos económicos de ningún tipo. Como suele decirse, con una mano delante y otra detrás. Tomamos café en una terraza de Vigo, al lado de la oficina donde pasa la mayor parte del día por 860 euros que le paga un jefe que la comprende y del que habla maravillas. Así son los monoparentales, adoran a quienes les ayudan. Julia ha superado ya la fase del llanto en la que se quedó anclada seis meses: «Yo me convertí en monoparental de un viernes a un domingo». Una bronca de las gordas y hasta hoy. El divorcio ha sido tan conflictivo que hasta el régimen de visitas genera problemas. Como vivían de alquiler, Julia se vio en la calle, con su hija de tres años, cobrando su último mes de paro y un horizonte de pesadilla: «Así que con 41 años me tuve que volver a casa de mis padres». Allí ocupa desde entonces una habitación que comparte con su hija y que, pese al cobijo que le ha supuesto, ansía abandonar: «Es mi mayor objetivo, una vivienda para mí y para mi hija».

Julia ya no llora. La conversación es alegre, aunque se enrede en cosas tristes. Vender las pulseras de oro para poder mantenerse, pedir a los amigos, reclamar ayudas... «La única ventaja que recibí por ser monoparental fue cobrar la ayuda familiar de 426 euros un mes antes. Y yo creo que fue la funcionaria, que me vio llorar tanto, que me la adelantó». Julia recuerda una conversación reciente escuchada en el autobús, parte del largo desplazamiento diario de Marín a Vigo: «Eran dos señoras que se quejaban de que en un supermercado dieran preferencia a mujeres monoparentales a la hora de contratar personal. No dije nada, pero pensé que no tenían ni idea de lo difícil que es esto».

A Julia le queda mucho. Al menos tiene un trabajo en los tiempos del paro y unos padres que la cobijan y la ayudan con la niña: «Casi no la veo. Tuve que preguntarle a una mamá por las amiguitas de la niña para invitarlas al cumpleaños». El cumpleaños casi se cargó la extra. Pero Julia, como el resto de estos superpadres, cuando se trata de los hijos, no reparan en nada.