Qué difícil es ser solidario

E. V. Pita VIGO

GALICIA

J. T.

El vigués José Torres viajó a Indonesia para cumplir su promesa de entregar 1.289 kilos de donaciones gallegas. Pero el cooperante chocó con la picaresca local

01 may 2007 . Actualizado a las 07:00 h.

El bombero vigués José Torres, cooperante de la oenegé Bomberos sin Fronteras, dedicó dos años a convencer a sus colegas gallegos para que donasen 1.289 kilos de ropa para equipar al grupo de extinción de incendios de Banda Ache, en la isla de Sumatra. Esta ciudad de Indonesia fue devastada por el maremoto del 2004. Torres colaboró en su reconstrucción y prometió a los bomberos locales que regresaría con repuestos. El pasado 20 de abril, el bombero solidario embarcó en el aeropuerto de Peinador rumbo al país más corrupto del mundo, según la ONU. Por razones de seguridad, lo acompañó un cooperante de Valencia. Cumplía así su promesa de entregar a los bomberos de Ache la ropa donada. Al llegar a su destino, Torres se llevó un chasco. Ni la embajada ni las oenegés del país le habían advertido de que el parque de bomberos de Banda Ache había sido dotado generosamente por Japón con tres modernos camiones. «Me quedé perplejo. Sentí alegría porque estaban bien equipados, pero decepcionado porque mi sacrificio de dos años fue en vano y la ayuda no iba a valer de nada», comenta. No obstante, entregó al director los documentos de propiedad de la ropa, que permanecía en un contenedor de ese puerto asiático desde febrero. Luego Torres y su colega visitaron la isla de Sabán, próxima a la zona cero del tsunami. La red de balizas de alerta de terremotos seguía inoperativa, y él auguró «otra catástrofe» porque las casas se han reconstruido de nuevo muy cerca del mar. Como los bomberos de Sabán tenían escasos medios, Torres tuvo la idea de donarles la ayuda gallega. No se imaginaba los líos burocráticos y la exigencia de tarifas exorbitantes que suponía sacar del puerto el cargamento humanitario. El país devastado se había acostumbrado a vivir de las multimillonarias donaciones europeas y los indonesios le querían cobrar por todo. Entonces fue a protestar al representante de la ONU para que lo eximiesen de las abusivas tasas portuarias. Lo logró, pero le pidieron 1.000 euros por alquilar un camión para trasladar la ayuda a los beneficiarios. Se negó a entrar en el juego de la picaresca y regresó a Vigo. «Ignoro si la ropa sigue en el puerto. Si la necesitan, que la vayan a buscar ellos. En Galicia, todos colaboraron gratis y en Indonesia era yo quien debía pagar por donar», comenta, dolido.