«Sentí el pánico de la muerte»

Nacho Mirás SANTIAGO

GALICIA

MIGUEL RAMOS

Testimonio | José Manuel Antelo Dubra, pasajero del «Grand Voyager» Este empresario santiagués y su mujer, Mari Nieves Míguez, celebraban sus bodas de plata a bordo del crucero averiado en el Mediterráneo en medio de una terrible tormenta

15 feb 2005 . Actualizado a las 06:00 h.

?o único bueno de la odisea de José Manuel Antelo Dubra y su mujer, Mari Nieves Míguez, es que viven para contarla. Viajaban en el Grand Voyager, el barco que se averió con 700 personas a bordo -entre pasaje y tripulación- cuando navegaba a 60 millas de las Baleares. A Mari Nieves siempre le había hecho ilusión embarcarse en un crucero. Nació en Venezuela y quería rememorar aquellas travesías de su infancia en brazos de Neptuno. Así que su marido, empresario de hostelería copropietario del Pazo de Adrán, cerca de Santiago, hizo realidad su sueño aprovechando una fecha especial: sus bodas de plata. «Lo hice por ella, que yo me mareo», matiza. «Todo fue de maravilla hasta el fin de semana -cuenta José Manuel, por teléfono, desde Italia-; salimos el día 7 de Barcelona y fuimos a Livorno, con excursiones a Pisa, Florencia, a Roma y después a Túnez». Pero las vacaciones idílicas en el mar tocaron fin el domingo. «Salimos de Túnez a las dos de la tarde y nos anunciaron tormenta. Creo que fue un poco de atrevimiento, no deberíamos haber salido», cuenta el empresario. Al rato de zarpar, los camarotes se convirtieron en una coctelera y el movimiento se hizo insoportable. José Manuel relata: «No se aguantaba, y la cosa empeoraba; a la cena de gala fuimos muy pocos; en los camarotes nadie podía dormir». A las seis de la mañana el panorama tocó fondo -afortunadamente, en sentido figurado-. «Nos dijeron que saliésemos con los chalecos salvavidas hacia los botes. Cuando íbamos a embarcar, vino una ola que nos barrió a todos», narra Antelo. En plena tempestad, con el barco que se movía como una atracción de feria, una ola más fuerte que las otras rompió un cristal, entró por el puente y echó a perder los sistemas electrónicos de la nave, que quedó a merced de la tempestad. Pese al delicado momento, «la gente se controló -dice-, casi no hubo chillidos, pero sí labios blancos, con esa sensación de pánico de la muerte». Por suerte, la digestión del mar hizo una excepción y el barco llegó, a trancas y a barrancas, al puerto sardo de Cagliari. «Cuando pise Galicia, la sentiré como un paraíso, estamos deseando ver a nuestros hijos», anota Antelo, y añade: «El año que viene celebraré mi primer cumpleaños». Nieves pasó tanto miedo «como para no volver a montar en barco nunca». ?n el crucero viajaban un matrimonio de Padrón, otro de Lugo y unos primos gallegos de José Manuel Antelo que residen en Londres. Todos viven para contarla.