El último caballero templario

Rocío García Martínez
Rocío García ENVIADA ESPECIAL

GALICIA

R.G.

El albergue de peregrinos de Manjarín, en Léon, celebra diariamente ceremonias cósmicas por la paz mundial que compensan las carencias materiales de luz y agua

17 jun 2004 . Actualizado a las 07:00 h.

En Manjarín, en mitad del tramo leonés del Camino de Santiago, hay un albergue de peregrinos que no es como los demás. No tiene luz ni agua corriente, pero ofrece a los peregrinos un jergón para dormir, café con galletas para el desayuno y una inyección de espiritualidad con reminiscencias templarias. El hospitalero es Tomás Martínez, un leonés de Murias de Rechivaldo que emigró a Madrid para ganarse el pan y regresó quemado por la rutina diaria. En el Camino encontró la vocación como caballero templario. No quería perseguir el Arca de la Alianza, que «ésa ya está a buen recaudo», sino arropar a los peregrinos que caminan buscándose a sí mismos. «El templario es un ser solidario y pacifista. Nuestra misión aquí es atender altruistamente a los peregrinos. Darles bebida o descanso y ser su familia por un día, y ellos la nuestra», explica. Con esa intención puso en marcha el albergue. Fue hace once años. Manjarín era una aldea abandonada en los años 60 y desguazada piedra a piedra en los 70. Tomás levantó allí un santuario de aspecto hippie en el que han descansado «más de 25.000 peregrinos». Entre ellos, la infanta Cristina, Paulo Coelho y hasta la Virgen de Fátima, que, según cuenta Tomás, lo animó a seguir con el refugio cuando sus detractores habían logrado desmoralizarle envenenándole el agua. No lo consiguieron. El proyecto subsiste aún con las aportaciones voluntarias de los huéspedes, que garantizan el sustento de los tres hospitaleros y permiten pequeños lujos. El último fue la instalación de dos placas solares. Dan para calentar la leche y para poner música, aunque el albergue sigue sin luz, sin baño y sin ducha. Las carencias se compensan con hospitalidad mayúscula y con filosofía templaria. Oración diaria La oración diaria por la paz mundial deja huella en los peregrinos. Alzando una espada sin filo, Tomás invoca a los arcángeles, a la familia espiritual del Temple y a todos los que trabajan por la paz. Habla del eterno peregrinar del ser humano, advierte del final de una era y anima a los caminantes a encender su «llama cósmica» para evitar un desenlace del que «el diluvio universal fue sólo un anticipo».