Mikel Erentxun, el chamán que lleva 40 años cantando

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Mikel Erentxun
Mikel Erentxun

El mítico cantante se encuentra inmerso en una gira por todo el país para conmemorar el 40.º aniversario de su Duncan Dhu, un grupo que ha sido la banda sonora de muchas vidas

22 ago 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Aún brillaba el sol el pasado 25 de julio por la tarde cuando Mikel Erentxun y los suyos se subieron al escenario del Morriña Fest para desplegar sus temas de hoy y de siempre. El curtido cantante no paró durante los dos primeros temas de hacer visera con las manos para tratar de contrarrestar los destellos que iban a parar directos a sus ojos negros. Entonces, alguien desde el público, en un acto de complicidad altruista, le tiró unas gafas. «Tienen un sombreado verdoso, como chamánico», bromeó el artista mientras se las encajaba.

Dos movimientos en esta sucesión definen el carácter de Erentxun sobre las tablas. Primero, el ánimo inquebrantable para seguir tocando a pesar de todo. Cuarenta años hace de la fundación de Duncan Dhu y ahí estaba el tipo, erguido como nunca, con sus cien gaviotas pululando por el muelle coruñés en busca de restos pesqueros. Ni los molestos rayos consiguieron torcerle la cara de canalla ni la entonación de gloria ochentera. Una suerte de estoicismo Rock and Roll que vive perenne entre sus rizos y sus camisetas oscuras.

Segundo, el espíritu gamberro, irreverente, con el que, a su manera, agradeció a su benefactor el lanzamiento de gafas. Chamánico es un buen término para dibujar el magnetismo que ejerce Erentxun, aún en presente, porque hoy es siempre todavía, sobre sus admiradores. El lugar del gran país donde al nacer hay que morir, la calle de París con el adiós de una mujer y el jardín de rosas con su reina resuenan no solamente con los coetáneos del auge de la banda. También cosquillea el intestino a no pocos muchachos y muchachas que no eran ni un proyecto paterno en aquella época de la posmovida.

En dos orillas

Una gran ventaja que tiene compartir idioma con medio continente americano es que los artistas de aquí (y viceversa) tienen todo un mundo al otro lado del océano para expandir su fama y conmover corazones. Los Duncan Dhu tuvieron un impacto cultural reseñable en países como México, donde los walkman de los jóvenes hacían rodar las cintas hasta averiarlas entre coloquios sobre Regreso al futuro, E.T. El extraterrestre o quién sabe qué otra perla de la cultura popular del momento.

Mikel Erentxun tiene un lugar permanente en el salón de los recuerdos del imaginario melómano castellano. Las acusaciones de horterismo suelen venir de los menos disfrutones. Los que no saben extraerle el jugo a esta performance incombustible de silbidos y acordes de guitarra que lleva ya cuatro largos decenios regando rosas en el jardín. Pero Mikel, como siempre, a lo suyo. Puro chamanismo.

Fueron perfectamente visibles durante el Morriña los nudos que se ataron en más de una garganta. Personas aún no muy mayores pero ya no tan jóvenes, cerveza en mano y con la brisilla de la media tarde coruñesa acariciándolos, recordando con nitidez aquellos años de baretos y garitos en los que todos fueron rebeldes dos o tres ratos antes de plegarse a la vida adulta.

Lo mismo pasa cuando el repertorio sale a volar desde un escenario de Madrid, Bilbao, Sevilla o Barcelona. Duncan Dhu ha estado tan presente en la banda sonora de tantas y tantas vidas —baladas para las tristezas y corazones rotos, ritmosas para mover los pies con más o menos ritmo— que hemos acabado dándolos por sentado. Pero no por conocido y resobado deja algo genial de ser genial. Una meditación profunda hace falta para darle, por fin, al César lo que es del César. Mikel Erentxun no tiene un pelo de hortera. Y esto hay que decirlo y defenderlo. Las cosas que canta son bonitas y son verdad. Esto, que se dice y se escribe pronto, no es cosa menor.