Juan Tallón: «Es imposible, en algunos momentos, no fingir ser otro»

FUGAS

ALEJANDRO CAMBA

El autor de «Obra maestra» tiene nuevo artefacto literario. Iba a ser algo sencillo, dice, pero enseguida sucumbió a la tentación de complicarse la vida. Ya en librerías, «El mejor del mundo»

13 sep 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Abre un paréntesis en la conversación e, inesperadamente, intercala un sonoro e hilarante resoplido: «¡De todo hace ya más de 20 años! ¿Te das cuenta?». Al momento, Juan Tallón (Vilardevós, Ourense, 1975) recupera la compostura y retoma el relato de la génesis de su nueva novela, El mejor del mundo, recién publicada por Anagrama. Una noche del 2004 —de ahí el susto— , soñó que al llegar a casa, en lugar de la ordinaria soledad, le esperaban dos afectuosas desconocidas. Resultaban ser su mujer y su hija, y nada podía hacer más que asumir la nueva situación. Era otro, su vida era otra.

—En julio del 2022 se compró una libreta y, tirando de aquel remoto hilo, anotó en la primera página: «Un empresario de éxito regresa a casa después de una estancia en el extranjero y empieza a advertir que todo ha cambiado».

—Me obsesioné con esa pesadilla, con la idea de volver un día a casa y encontrarme un mundo diferente al que había dejado por la mañana. Yo entonces vivía solo y en el sueño me encontraba con dos personas que se comportaban de una forma tan afable y tan natural que daba por hecho que debían de ser mi mujer y mi hija, y que tenía que asimilar la situación. El punto de partida de la novela es muy parecido: el personaje llega y descubre que todo es distinto, que además no casa con sus intereses y que no puede hacer nada para devolver las cosas a su estado original. Tiene que adaptarse. Desde ahí, me propuse construir una historia que hablase de las ambiciones, de la confusión que a veces se produce entre el éxito y el fracaso, de la identidad. ¿Sabemos quiénes somos, cómo somos? ¿Podemos ser nosotros mismos todo el tiempo o más bien tenemos que ser a veces otros? ¿Estamos formados por algo inmutable o, sin embargo, somos puro cambio constante?

­—¿Alguna vez ha sentido que no sabía quién era?

—Bueno, yo no sé del todo cómo soy ni quién soy. Creo que todos somos un poco unos desconocidos para nosotros mismos. Creemos saber quiénes somos, pero cuando tenemos que gestionar situaciones inéditas nos vemos obligados a inventarnos; a veces tenemos que responder como nunca hemos hecho ante una situación desconocida. Yo me doy cuenta de que cada poco tiempo soy distinto, que estoy en constante cambio. Todos lo estamos. Evoluciono y no siempre pienso lo mismo. Incluso tengo posiciones enfrentadas con relación al mismo asunto, soy víctima de cierta incoherencia y reconozco que, además, en ocasiones no puedo comportarme como soy o como creo que soy, y tengo que comportarme como esperan los otros o prefieren los otros. Es imposible, en algunos momentos, no fingir ser otro. Es imposible vivir, además, sin ficciones. No sé quién soy, y tampoco importa conocerse demasiado. Se puede ir improvisando.

—En caso de que, como en su novela, la realidad barajase las vidas y los hechos, y ahora mismo le fuese otorgada una biografía diferente, ¿cómo le gustaría que fuese?

—Debo tener poca ambición, porque desearía estar como estoy. No me quejo, estoy haciendo lo que más me gusta y viviendo de lo que más me gusta, y me daría mucho miedo ir a mejor. Me daría mucho miedo introducir un cambio antinatural, fruto de la magia de los deseos que se piden y se cumplen, y que algo con lo que ahora estoy a gusto se modificase. Entonces, si me fuese otorgado el deseo de cambiar las cosas a mejor, pediría que cambiasen para los que realmente lo necesitan. Virgencita, a mí déjame como estoy.

—Dice, en una anotación incluida al final del libro, que hubo un momento «bastante irreal» en el que creyó que la escritura de esta novela sería algo sencillo, «casi un juego», y que entonces «la realidad se abrió paso y, de repente, estaba rodeado de todo tipo de problemas». Explíquese.

—Mi pretensión era escribir una novela que me permitiese alejarme de la anterior, que había generado cierta atención en torno a ella, y para evitar comparaciones, siempre tan tentadoras, decidí hacer algo sencillo, disparatado, loco desde el planteamiento. Pero me caí del caballo enseguida: no iba a ser un libro sencillo; sí loco y sí disparatado. Las dificultades empezaron en cuanto generé ese punto de inflexión, en torno al cual la novela se pone en movimiento, gira. Concretamente, es cuando el protagonista empieza a darse cuenta dramáticamente de que el mundo ha cambiado. Ha cambiado su mundo más próximo, ha cambiado la ciudad y ha cambiado la Historia. Y, por supuesto, ha cambiado él, porque ya no tiene el mismo contexto personal y ya no se conoce, no sabe quién es. A partir de ahí, todo va a venir descolocado, de ahí las dificultades.

—Sus anteriores novelas también son complejas, enredadas. ¿Se siente atraído por la dificultad, cómodo manejándose en lo complicado?

—Sí, exacto. Creo que hay que ir hacia los problemas, hay que complicarse un poco la vida. No necesariamente hacer novelas enrevesadas, pero sí un poco ambiciosas, también desde el punto de vista de su estructura. El cómo voy a contar una historia es para mí algo tan importante como qué historia voy a contar. El reto también está ahí, en cómo ordenas, en cómo dispones, en cómo haces que tu lector lea lo que tienes que contarle.

—Su protagonista se llama, con mucha intención, Antonio Hitler Ferreiro.

—Quise proporcionar a la novela una capa más de extrañeza, así que decidí que mi protagonista, un empresario ourensano, joven y ambicioso, podría tener, por qué no, un apellido extranjero. Sumado a uno gallego, genera siempre un choque casi cultural ante el que uno necesita una explicación y, en un momento dado, se me ocurrió Hitler. Pensé: «¿Cuál es el apellido más extemporáneo que uno puede tener a día de hoy?» Y me dije: «Hitler». Fue una decisión compleja, porque si no hay una justificación, si esa provocación es gratuita, es un error; la cuestión es que no lo era porque yo quería ahondar en la extrañeza. También me pareció que prestaba un muy interesante servicio a la caracterización automática del personaje: añadía un pliegue más, un ángulo, un recoveco, una oscuridad ante la que el lector iba a sentirse intrigado. La sola lectura, la primera vez que sale en página el nombre completo del protagonista, obliga a seguir para buscar una explicación. Sin ningún esfuerzo, solo escribiendo su nombre, estaba multiplicando la intriga. Y, por último, conlleva una reflexión sobre los pesos que uno arrastra. ¿Por qué tienes que hacerte responsable o pagar las consecuencias de lo que hicieron antepasados a los que eres completamente ajeno? ¿Por qué prescindir de tus signos identitarios onomásticos, por qué ser víctima del estigma de otro?

—¿Por qué entonces no tituló «Hitler»?

—Yo siempre he querido titular un libro por el nombre de su protagonista y pensé: «Esta es mi gran oportunidad». Así que la novela se iba a llamar así, pero dejó de hacerlo a tiempo. No porque yo lo tuviese claro, sino porque otras personas, amigos, lectores, editoras, me hicieron ver que era un error, básicamente porque generaba una expectativa que no se cumplía, porque remitía al único Hitler que existe en términos de historia popular y, claro, no era esa la cuestión. El foco estaba en otro lado. Y no lo detecté hasta que me vi obligado a cambiar el título. Esta es una historia sobre un personaje absolutamente obsesionado con alcanzar el éxito. Y el eslogan del ataúd de lujo que fabrica Antonio Hitler [«El mejor del mundo»] encarnaba muy bien ese espíritu, el de querer ser el mejor, el de llevar a la empresa mucho más allá de donde estaba dispuesto a llevarla su padre, el fundador de la fábrica. Buscaba ese espíritu de ser el mejor en lo que haces. Y, cuando uno sueña con ser el mejor, no sueña con ser el mejor de su pueblo: sueña con ser el mejor del mundo.

—¿Es cierto que la manilla que ilustra la portada la encontró usted en una ferretería de A Coruña?

—Es cierto. Queríamos una portada minimalista y empezamos a jugar con el concepto de acceso, clave en la novela, así que pensamos en un cerrojo o un pestillo, pero no acabábamos de decidirnos. Y un día, desayunando en A Coruña con la poeta Dores Tembrás, se me ocurrió ir a una ferretería y buscar una manilla. Y ella, que conoce la ciudad mucho mejor que yo, propuso que nos acercásemos a Ferretería García, «la Tiffany´s de las ferreterías», me dijo. Y allí nos fuimos. Enseguida encontramos la perfecta. La dependienta nos dio la referencia y la fotografiamos, bien fotografiada. Se la mandé a Anagrama y fue maravilloso.

—El protagonista de su historia registra todo en unos diarios en los que también recoge cosas que nunca llega a hacer, los «casis». ¿Nos conforma también eso que no somos, los caminos que no elegimos, lo que rechazamos?

—Sí, sin duda. Nuestras no decisiones, nuestras no acciones son, en el fondo, grandes decisiones y grandes acciones, y hablan mucho de nosotros y de nuestras derrotas. ¿Qué habla más de uno que una derrota, que esas cosas que has querido hacer y al final no has podido hacer, las que intentabas hacer y que, por suerte, no hiciste? En la vida estamos siempre a punto de hacer algo, de decidir algo, de decir algo que al final no hacemos, no decidimos, no decimos, y a veces nos felicitamos por ello y a veces nos arrepentimos. Pero arrepentirse de algo que no has hecho a mí me produce una enorme tristeza. Es mejor arrepentirse de lo que has hecho que de lo que no has hecho.

—Usted es entonces de los que hacen las cosas, no de los que se contienen.

—Yo soy de los que se equivocan [ríe], cuando hago y cuando no hago. Las cosas hay que hacerlas y después asumir.

—«Si te quedas quieto, desapareces», dice uno de sus personajes.

—Sí, pero lo cierto es que, a veces, hay que desaparecer. Es importante no ser un coñazo. Ya lo decía Michi Panero, que en esta vida se puede ser todo menos un coñazo. Hay que saber cuándo se puede ocupar un espacio y cuándo no te corresponde, cuándo estar callado, cuándo hay que ponerse a trabajar y alejarse del foco. No seas pesado, amigo. Ahora bien, si en un momento dado tienes algo que decir, que mostrar o que compartir, entonces sí, súbete a un banco y ejerce el protagonismo, pero, si no, hay que saber qué retiradas librar.