(Ni) un día más en la oficina

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Beatriz Serrano
Beatriz Serrano

«El descontento» (Temas de Hoy), de Beatriz Serrano, parte de qué sucede cuando uno se desaliena y empieza a plantearse qué está haciendo, a qué dedica el tiempo ocupado. Para Marisa, su protagonista, trabajar no es el problema: el problema es ir a trabajar

12 ene 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Hace unos días, de vuelta a casa, escuché a Beatriz Serrano, autora de El descontento, decir en la radio que «el trabajo es el único espacio en el que soportamos determinadas violencias que no toleramos en otros ámbitos». Conducía yo en piloto automático, avinagrada tras un día largo masticando una actualidad que caducó minutos antes de que sonase la campana. A veces pasa, y la última hora, lo nuevo, convierte automáticamente en viejo lo que estaba antes; seleccionar texto, borrar, volver a empezar. «Si a ti una persona te hace llorar y esa persona es tu pareja, seguramente tus amigas te van a decir que la dejes y tú sepas que tienes que dejarla; si tu madre te habla mal, le dices; ‘No me hables así' —continuó aquella voz, remotamente conocida; ¿dónde la había oído antes?—. Pero en el trabajo nos tenemos que tragar muchísimas cosas que, al final, van minando nuestra identidad, nuestra forma de ser, nuestra forma de comportarnos delante de otros». Me sorprendí asintiendo de manera inconsciente, dándole la razón. Terminó la entrevista y el locutor despidió a la invitada, «escritora, periodista y conductora del pódcast Arsénico caviar». Eso era, de eso me sonaba.

Antes de dedicarse a la puesta a caldo, Beatriz Serranoodiadora profesional— parió un libro que Temas de Hoy publicó el pasado mes de octubre y que, entonces, al hacerme con él, aparqué en la insaciable montaña de lecturas pendientes, a la vera de la almohada. Aquel día, al llegar a casa, corrí a por él y me lo ventilé de una sentada, tremenda catarsis. Porque aunque El descontento parte de ahí, de qué sucede cuando uno se desaliena y empieza a plantearse qué está haciendo, a qué dedica el tiempo ocupado, la historia se va desentumeciendo con tan finísimo humor y perito ingenio que resulta imposible no recrearse en un malestar, el de la protagonista, que podría ser el de tantos.

A Serrano le funciona el juego de espejos, confieso haberme visto ahí, en el hiperestímulo y en la casi crónica incapacidad de relajación; desenchufar no parece una opción. Para Marisa, voz del descontento, trabajar no es el problema, el problema es ir a trabajar. Y me acuerdo de esa entrevista del paleoantropólogo Juan Luis Arsuaga en la que brillantemente respondió que la vida no puede ser trabajar toda la semana e ir el sábado al supermercado. Lo veo y subo la apuesta: no puede ser estar por estar, arrastrando los pies en la oficina o en cualquier centro comercial, zombis bajo los halógenos.

En el 2021, The New York Times advirtió de que la languidez —ese malestar constante, ese sentimiento de estancamiento y vacío— sería la sensación predominante durante el año pospandémico. Se quedó corto: ese modo de mirar el mundo, «como a través de un parabrisas empañado», se instaló en una generación entera con todo su abatimiento y toda su ausencia de ganas, y se hizo hábito. Si los de veintipocos sienten que «llegan tarde», los de treintaytantos estamos profundamente hastiados, acomodados en la desafección, en la rueda, en el tanto da, en las ocho horas de tarea mecánica y en las conversaciones a base de lugares comunes: las palabras que dice mal tu hijo, la última serie que viste en Netflix. La vida adulta —como cantan los Niña Polaca en Los días malos— nos ha dejado completamente noqueados. Y, así, simulamos que todo va de lujo mientras nos atiborramos de ansiolíticos y vino, anestesiados emocionalmente, enganchados al placer instantáneo y efímero. Fingimos nosotros, finge Marisa, finjo yo.