El periodista y escritor leonés ficciona el nacimiento y desarrollo de un barrio milenario a través de lo que se cuece en sus tabernas y alrededores
21 jul 2023 . Actualizado a las 05:00 h.Posiblemente cualquiera que se haya asomado a la ciudad natal de Emilio Gancedo (León, 1977) sabrá que su paisaje urbano más famoso se llama el barrio húmedo, apelativo del casco histórico que dicen que se dio en llamar así popularmente porque el vino que llegaba a sus tabernas venía sin embotellar, y con el trote de quien lo distribuía terminaba cayendo algo al suelo. Total, que quedaba aquello siempre perdido entre mojaduras por el suelo, pura humedad entre las calles de tierra.
Hecho el primer apunte, conviene dar el segundo: Barrio Húmedo, segunda novela —octavo trabajo literario, sumando ensayos, guías y obras colectivas— de este fabulador leonés no es ni un homenaje a ese lugar, ni su historia. Ni tan siquiera una recopilación de vivencias contadas en sus tascas (cada vez más gastrobares y menos tabernas). Es una sucesión de cuentos que se encuentran en un mismo espacio, un barrio cualquiera de una ciudad cualquiera, y alrededor de un elemento común: el vino. Bien podría pasar todo lo que se novela por las rúas de la zona vieja de Santiago, o la que imagine el lector. Al final lo que se va a encontrar es un repaso a la memoria de una ciudad.
Estos relatos, doce, siguen un ritmo cronológico creciente, desde el campamento primigenio hace un par de milenios, cuando los hombres abrevaban un líquido infame, a la ciudad amurallada del medievo para llegar a la urbe moderna de modernos pubs en los que resuena música electrónica: «Dame tu mano y vente conmigo, vámonos al viaje para buscar los sonidos mágicos de Ecuador».
Ese viaje en el tiempo se hace acompañando a un personaje, dos o tres como mucho, en cada relato. Tipejos unos pocos, pobres diablos los más. Todos ellos descubrirán la pasión, la vergüenza, las peleas, los malos tratos, el exilio, el alcohol y otras sustancias mientras engorda y se achica y vuelve a crecer su barrio; mientras se levantan infraviviendas de barro, muros y casas adosadas a sus almenas; mientras entran y salen nobles, ladrones, prostitutas, mendigos y empresarios de la noche; mientras abren y cierran tascas, figones, bodegas y chigres.
Cuenta Emilio Gancedo que tanto cuento es pura ficción. Pero cuesta creer que no haya un fondo real en cada (des)aventura narrada en Barrio Húmedo. Porque ante semejante fuerza imaginativa en esta novela-río uno termina por pensar que el creador solo ha puesto por escrito historias narradas en primera persona en la barra de un bar, por imposible que esto sea.
Y por si las historias no fueran suficientemente poderosas, por si no fuera bastante verlas crecer una a una a lo largo de doce, quince páginas, por si al lector le pillara perezoso, el escritor va esparciendo un lenguaje poderoso, adaptado incluso al momento en el que uno imagina cada historia. Se agradece tener que volver a rebuscar en el diccionario, volver a pensar en el poder de la palabra entre tanta mediocridad de consumo rápido. Esta obra se consume con la lentitud y paciencia de los bueyes.