
En «La fragilidad» la autora gallega contrapone a dos mujeres de dos generaciones que se encuentran en pleno confinamiento
26 ene 2023 . Actualizado a las 22:28 h.La pandemia le dio a Soledad Mariño la oportunidad de sacarse la espinita clavada que siempre tuvo: ser escritora. Y la incertidumbre del confinamiento la azuzó para crear La fragilidad, una primera novela construida alrededor de dos mujeres, Ava y Ágata, que se encuentran en ese momento de encierro obligatorio. «Me sedujo la idea de unir a una persona mayor, Ágata, que había pasado por situaciones muy complicadas: una guerra civil, una posguerra, una dictadura, la emigración..., con una persona más joven, Ava, que había nacido en democracia, que está pasando por un divorcio, pero con una vida más sencilla. Y ver cómo se enfrentaban a esa fragilidad», explica Soledad, que el viernes 27 presenta esta obra en la librería Santos Ochoa (19.30 horas) de A Coruña.
—¿Ava y Ágata funcionan como un espejo?
—Aunque son muy diferentes, esa era la idea. Son como un espejo, pero también se aportan algo de refugio. Les une una soledad muy distinta. Una ya está resignada, y la otra está empezando a situarse, enfrentándose a un divorcio, en pleno desorden vital.
—Ava vive una montaña rusa que refleja a la mujer de hoy: trabaja fuera, en casa, es una mujer que se desubica, que creyó en el amor... Y le viene todo encima.
—Totalmente. Muchas mujeres en la pandemia nos dimos cuenta de que éramos trabajadoras que estábamos de pronto en casa ejerciendo de profesoras, de enfermeras, y eso también me influyó. Ava es un personaje con el que se pueden identificar muchas mujeres hoy en día. Incluso alguna lectora me ha dicho que justo también se había separado, como Ava, y la nueva novia de su marido se llamaba Susi, como la de esta novela.
—¿Qué te dicen las lectoras?
—Hay de todo. Algunas se sienten muy reconocidas en Ava y otras expresan que no han conseguido empatizar con ella, pero sí con Ágata. Una lectora me dijo: 'Me llevaría una Ágata de peluche a casa, me transmite mucha fuerza y positividad». En Galicia también está tirando mucho el tema de la emigración que trato. A mí esas historias me parecen muy interesantes y me enlazan mucho con la fragilidad. Estamos en una tierra que expulsó a los hombres a la emigración.
—¿Hoy es más difícil que haya Ágatas? ¿Nos hemos convertido en mujeres menos resilientes?
—Mi percepción es que nos cuesta mucho hacer esfuerzos. Creo que hemos perdido un poquito de resiliencia, sí.
—¿Cómo crees que somos con respecto a las generaciones anteriores?
—Si te soy sincera, hay cierta resiliencia que me alegro de que no exista. A mí me parece que muchas mujeres, como Ágata, han cumplido el papel que les tocaba: de madres, hijas, esposas..., y muchas renunciaron a sus sueños. Esa resiliencia la hemos perdido, pero me alegro. Las mujeres no tenemos por qué hacerlo todo.
—En la novela no juzgas a los personajes, no castigas la infidelidad.
—Efectivamente, a mí no me gusta juzgar. Esas cosas además pueden pasar. El marido de Ava fue infiel, pero no es un monstruo. No es un mal padre y está preocupado por sus hijas. Son un matrimonio que vive a base de la inercia y Ava lo dice así: 'Creímos que el camino estaba marcado, pero no nos cuestionamos nunca qué había detrás de ese camino'.
—Ava Gardner aparece como hilo conductor. ¿Cómo se te ocurrió?
—Sí, a mí se me metió en la cabeza que la protagonista se tenía que llamar así, no sé por qué. Y después empecé a leer la biografía de Ava Gardner y me pareció fascinante. Una mujer que hizo y dijo lo que quiso, aunque luego tuvo sus conflictos. A raíz de llamar así a la protagonista, encontré luego el modo de revivir a esta actriz en el relato.
—¿Las mujeres somos hoy más frágiles?
—No lo sé. Yo creo que nuestras madres y abuelas tuvieron mucho aguante. Creo que mi generación ha tenido una vida bastante sencilla con respecto a la de mis abuelos. Yo oigo a mis abuelos hablar de que perdieron un hijo o un hermano en la guerra... Y a mí eso me hundiría. Ellos fueron más fuertes porque no les quedó otra. También mi abuelo una vez hablando de eso me decía: «Aquello no era ninguna felicidad». En ese sentido, nuestra generación ha estado menos expuesta y por eso tenemos menos aguante. Nuestra inercia es pensar que la tendencia tiene que ser positiva, reivindicamos derechos, y no pensamos en lo que hay detrás, en nuestro papel, en lo que podemos aportar y si la dirección es la correcta.