
Perdió a su marido a los 26. Veinte años después, la memoria es un cálido fulgor en el diario «Ceniza roja». «Compartir las penas mayores es una transgresión», asegura la escritora y editora mexicana
09 jul 2022 . Actualizado a las 16:38 h.Compartir las penas mayores es una transgresión, ilumina la escritora y editora mexicana Socorro Venegas (San Luis Potosí, 21 de agosto de 1972). Solo quien ha sufrido una pérdida impensable entenderá la voz de ese fantasma en trance de mujer que escribe Ceniza roja, un diario de duelo desnudo como un espejo sin fondo, que ausculta sin instrumental el corazón de la ausencia. «Lo que me hace falta es dejar de sentir esperanza», escribe, pero el corazón no desiste de lo que ama. Retratadas por Gabriel Pacheco, cobran cuerpo las palabras de Socorro para Alan en Ceniza roja, que rescata la memoria de su marido, de su muerte precoz por una cardiopatía y de esa mujer que sobrevive al golpe. Después de la muerte, hay vida. «Un duelo puede ser también una gestación», alivia.
—Este diario es la ofrenda desnuda de una mujer derribada. ¿Cómo ha conseguido escribir el dolor, parir este libro?
—Estás tocando el punto de partida: una mujer que no sabe adónde va, que está en una especie de punto muerto tras la pérdida. Y lo que tiene por delante es un camino tan inquietante como difuso. En esa época, un amigo que es piloto me regaló un boleto para que me fuera de viaje. Pero yo era incapaz de dar un paso afuera. La vida ya me había mudado de lugar.
—¿Adónde iba ese vuelo de regalo?
—Era un boleto para ir a España. Él sabía que me interesaban las pinturas negras de Goya y yo aún no sabía que un día iba a escribir sobre esas pinturas ni tampoco que iban a significar mucho para mí.
—¿No escribió este diario para publicarlo?
—La indicación de escribir venía de mi psicoanalista. Este diario no era para ser leído por ojos humanos. El gran paso ha sido querer compartir esta escritura [20 años después]. Me ha hecho pensar que a veces, sin saber, podemos estar escribiendo y creando para otros a partir del dolor que siente uno mismo. No hay que acallar a los dolientes. Que no se quede ese dolor en el silencio. Es una transgresión compartir las penas mayores, como la que comparto en Ceniza roja.
—¿Escribir fue un consuelo o un infierno?
—Fue un viaje a las profundidades, a un lugar que no imaginaba que existiera. Uno puede fantasear con «¿Qué haría yo sin mi pareja, sin mi madre...?», pero jamás vas a acercarte a esa experiencia de la ausencia total. Por eso, la escritura puede ser un alivio, pero no cuando la herida está abierta, supurante... Cuando escribí este diario no sentí consuelo. Solo ahora, al verlo en perspectiva, veo que escribirlo fue importante. Ahora me leo y me escucho, escucho a una mujer de hace 20 años contarme en quién se estaba convirtiendo.
—El suyo es un oficio literario que horada en la vida, en asuntos más atendidos en sus matices por autoras que por autores.
—Me gusta que hables de escritoras. Ahora estamos aprendiendo a escribir desde asuntos como la maternidad sin intermediarios. Poder contarnos desde nuestra experiencia, con nuestra voz, narrar esos temas que evitábamos para no parecer melodramáticas... Lo que he aprendido de una genealogía de escritoras justo tiene que ver con esto, con atreverse a narrar lejos del peso del canon.
—Es una desobediencia salvaje la de las autoras del otro lado del charco. ¿Cómo se consigue ese coraje, ese vigor mental?
—Para mí, es evidente que el canon de la literatura latinoamericana se construyó sin autoras. La batalla no es hacer un contracanon, sino invitar a que se complete.
—¿Por qué «Ceniza roja»?
—Allí en lo más inanimado, en las cenizas que quedan tras la muerte, quería que hubiera vida. En todo el libro lo estoy llamando a él, muerto, para que vuelva, sabiendo que es una locura... ¡Pero no había nada metafórico en esa llamada! Yo, realmente, pensaba que podía regresar porque traía sus anteojos en mi bolsa. Tiene esa certeza el corazón, que no tiene el pensamiento racional. Tu mente encaja la muerte, el acta de defunción, pero acá dentro, en el corazón, no dejas de amar, y el amor da una realidad al ser amado. Didion habla sobre ello, lo llama El año del pensamiento mágico.
—Este es un libro terapéutico con psiquiatra incorporado. Ese médico del alma es un intermediario entre el dolor y el trabajo literario, de algún modo...
—¡Me despierto a veces de madrugada pensando que no le he llevado el libro! Me pregunto cómo lo va a leer. No he sido la mejor paciente, pero sé que él es una persona que me quiere, que me ha dado los consejos que mi padre no me ha dado, por ejemplo. En ese diario, él está de manera natural, aquí reanudo una conversación que tenía con él ya de antes. A veces zanjaba nuestras charlas diciendo: «Lo voy a pensar». Algo que no hizo, y le agradezco, fue decirme cuáles eran los pasos y las etapas del duelo. Otros amigos sí me acercaron ese tipo de información sobre las etapas del duelo y yo hasta me asusté más... ¡porque veía que había saltado del paso 1 al 4! Un duelo es intransferible, un duelo no es un camino en línea recta para nadie.
—¿Se puede superar el duelo?
—Por supuesto. No se trata de olvidar, ni es el lenguaje del éxito social donde se entiende el dolor. La experiencia del dolor te atraviesa, pero es un camino que debes hacer. Si te propones olvidar, vas a fracasar. Lo que más te sana es la memoria. Esos recuerdos que al primer momento te atormentan se vuelven un bálsamo. Entre las primeras páginas del diario y la última transcurren nueve como meses. Es también una gestación, un renacer.
—¿Qué diría a quien vive lo que sufrió?
—Es difícil dar palabras de consuelo. Hay que abrazar, estar, más para escuchar. Recuerdo que me preguntaban: «¿Necesitas algo?», y decía: «No necesito nada», pero lo necesitas todo. Lo que más necesitas en ese momento tanto nadie te lo puede dar. Es mejor darle la vuelta, pensar lo que podemos recibir del doliente. Hace poco tuve que dar el pésame a una amiga, estaba enfadada con todo lo que tenía que hacer. Yo pensé: «Qué importante es tener cosas que hacer», aunque sea ir a tramitar el acta de defunción... Es importante ser capaz de hacer cosas. Después vendrá otro timing, pero en el primer momento está bien que no te ahorren esas cosas que te dan el pulso de la vida, del punto dónde estás. Yo me recuerdo buscando a Alan con la mirada, pensando: «Tendría que estar aquí para consolarme».