No hace falta que termine el año: «Motomami» es El Disco del 2022

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Rosalía vuelve a dar un golpe en la mesa con su nuevo disco.
Rosalía vuelve a dar un golpe en la mesa con su nuevo disco. Gustavo Valiente

La Rosalía vuelve a mandar en el pop

18 abr 2022 . Actualizado a las 17:54 h.

En el aparente sinsentido de Motomami, todo tiene sentido. Rosalía ha entregado un puzle sobre lo que es ella en el año 2022 y, de paso, lo que es gran parte del pop actual. Igual que cuando Madonna estornudaba y todos querían absorber un miligramo de ese aire. Del mismo modo que Björk giraba una manilla y se abría una tendencia. Un poco entre ambas, Rosalía se sube al mirador y parece, en todo momento, marcar una nueva visión. Tanto dan ahí los memes, las bromas sobre sus letras y las quejas sobre la anarquía de registros. Ahí, como la Venus de Botticelli que renace motorizada, sale segura y poderosa. Sabe que, de nuevo, ella ordena, sintetiza y publica el disco del año.

Ya ocurrió con El madrileño (2021), de C Tangana. Y ahora vuelve a suceder con este monumental Motomami. Los artistas que pretenden escribir la historia siguen apostando por el viejo formato del elepé. Tanto da la dispersión y esa liquidez con la que ahora se pretenden explicar todos los desajustes —artísticos, sociales, mentales— que no somos capaces de entender. Los hitos se siguen escribiendo en larga duración. Como Mediterráneo. Como Deseo Carnal. Como Échate un cantecito. Cuando los guardianes de las esencias y la autenticidad cargan sin miramientos contra ese nuevo pop —que si el autotune, que si el reguetón, que si el trap…—, de pronto se tropiezan con hitos así. No queda más remedio que callarse. O seguir con una matraca sin sentido.

En su currículo, Rosalía presenta un trío de álbumes fabulosos. El primero, Los Ángeles (2017), supuso un notable debut dentro de la corriente renovadora de la música tradicional. El segundo, El mal querer (2018), la consagró con una de las grandes obras maestras de la música nacional, llevándola a unos niveles de proyección que no se recordaban en España desde Julio Iglesias. Y el tercero, el recién editado Motomami, se encuentra aún en fase de asimilación colectiva. Pero demanda ya un lugar en la gloria de los discos eternos. Porque sí, su dispersión marea, sus boutades descolocan y su cambio constante no deja agarrarse a la escucha fluida. Pero en cuanto el oyente se cuela en ese zigzagueo de fuerza y lirismo, todo cambia. Si se entiende el paso de temas violentamente abruptos a bellísimas melodías que invitan a la huida, el placer se ensancha. Y, al encajar esas posturas artísticamente desafiantes y rompedoras con sus viajes retrospectivos, todo aquel aparente sinsentido empieza a cobrar una entidad propia. Asombrosa.

En realidad, lo que propone Rosalía es un álbum con dos perfiles que se van entremezclando. Uno es la parte Moto —más salvaje, rupturista y agresiva— y el otro, Mami —delicada, bonita y reflexiva—. El primero lo usa para exponer su condición de estrella global nada conformista y tendente a la experimentación. El segundo, para mostrarse como una artista capaz de conmover más allá del efectismo o la yuxtaposición de estilos audaz, hablando de la soledad de la estrella pop y el vértigo de las alturas. Las dos caras, juntas, se complementan a la perfección creando un disco estimulante, caótico, adictivo y rematadamente genial.

Rosalía hizo historia con El mal querer. Lo continúa haciendo con Motomami. Seguirla es como contemplar, en directo, el gran cometa pop en su máximo esplendor. Deslumbrando. Emocionando. Y perturbando. Hablaremos de ella en el futuro como de Serrat, Alaska o Kiko Veneno. Pero ahora, además, podemos dejarnos cegar en tiempo real, conscientes de que cuerpos celestes así de extraordinarios solo se ven muy de vez en cuando.