Rosalía explota en mil estilos con «Motomami»

Javier Becerra
javier becerra REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

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El tercer disco de la catalana se muestra exuberante, selvático y apabullante, un puzle musical llamado a definir el pop patrio actual

24 mar 2022 . Actualizado a las 18:22 h.

Una vez que C Tangana dejó boquiabierto al público con la gira Sin cantar ni afinar Tour (como se pudo comprobar en A Coruña), la siguiente gran estación del pop español en 2022 tenía un nombre: Motomami, título del tercer álbum de Rosalía. Después de alcanzar la gloria —artística, comercial y hasta social— con El mal querer (2018), su nuevo disco se aguardaba con una expectación fuera de lo común. Tras varios adelantos, ayer se desplegaron sus 16 temas como todo un puzle musical llamado a definir el pop patrio de esta tercera década del siglo XXI.

En Motomami existe una voluntad decidida de darle la vuelta a El mal querer. Pervive el flamenco, de manera explícita en temas como Bulerías (trazando casi un túnel subterráneo con su pasado) e implícita en muchas otras. Pero aquí todo resulta exuberantemente plural. Desde el arranque fulgurante de Saoko— fundiendo electrónica opresiva, reguetón y jazz— a piezas intermedias como la nostálgica G3 N15 —entre el soul, la copla y esa electrónica tipo James Blake de la que tanto mama—, pasando por la juguetona Bizcochito — pop reguetonero sobrexcitado y pasado de vueltas— nada en este disco resulta previsible o canónico. Lo más parecido se encuentra en la versión del bolero Delirio de grandeza de Carlos Querol, tratado con rugoso tono retro.

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En medio de ese sonido selvático y apabullante, Rosalía habla del deseo, de la nostalgia y del vértigo de la fama. También lanza onomatopeyas y textos mitad español, mitad inglés de contenido indescifrable. Celebran su condición de icono global y experimentadora en las alturas de la industria. Porque, ante todo y pese a todo, Motomami es un disco arriesgado y desafiante. En ese sentido, Rosalía recuerda, en su modo de retorcer el pop y apelar a la electrónica, a artistas como Björk: explosiva, apabullante y rara pero a la vez cercana.

En una tierra de nadie que es un planeta personal en sí mismo canta: «Soy igual de cantaora con un chándal de Versace que vestidita de bailaora». Después, proclama: «Yo estoy en esto para romper». Entre una frase y otra, emerge su genio descomunal. Exige, eso sí, dejar atrás los prejuicios y abrazarse a su libertad.