Miradas en la maquinaria del terror

FUGAS

Sánchez-Biosca analiza las fotos que tomaron los nazis, los Jemeres Rojos, los yihadistas o las dictaduras latinoamericanas

25 feb 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

¿Por qué los verdugos fotografían a sus víctimas? ¿Qué les mueve a dejar constancia de sus crímenes? ¿Qué tienen en común las imágenes de las vejaciones cometidas por los estadounidenses en la cárcel iraquí de Abu Ghraib, las del llamado álbum de Auschwitz, tomadas por los nazis, las de los prisioneros de Camboya durante el genocidio de los Jemeres Rojos o las de los yihadistas decapitando a sus rehenes? En La muerte en los ojos. Qué perpetran las imágenes de perpetrador, el catedrático de Comunicación Audiovisual de la Universidad de Valencia Vicente Sánchez-Biosca analiza y profundiza en estas inquietantes cuestiones desde un punto de vista original en un trabajo que le ha llevado muchos años de investigación. «Las imágenes de perpetrador son aquellas tomadas por los criminales o sus cómplices, en este caso de crímenes de masas o genocidios, como parte consustancial a la violencia que ejercen contra sus víctimas», asegura Sánchez-Biosca a Fugas.

«Sus intenciones pueden ser muy distintas, pero lo que tienen en común es su función de acto, poniendo de manifiesto el lazo que une al grupo criminal, una suerte de secreto compartido», explica el autor. Por esta razón, «estas imágenes (fotos, cine, vídeo) tienen algo de íntimo y solo se dan a conocer por una filtración, tras la cual se utilizan curiosamente como autoacusatorias por parte de sus enemigos». Unas imágenes que obligan al espectador a mirar con los mismos ojos de los perpetradores, a observar el dolor a través de las miradas de seres humanos indefensos que van a ser torturados y a morir.

Sánchez-Biosca se centra en la segunda parte de su obra en tres escenarios: el fusilamiento del monumento del Sagrado Corazón de Jesús en la Guerra Civil española, en julio de 1936; una filmación nazi en el gueto de Varsovia en la primavera de 1942; y un centro de tortura en Nom Pen (Camboya), donde pasó mucho tiempo estudiando las fotos que se exhiben en lo que hoy es el museo de Tuol Sleng.

La foto de la portada muestra a la joven Hout Bophana tras su detención en el centro de tortura denominado S-21 (Tuol Sleng) bajo el régimen de los Jemeres Rojos en Camboya. «La detenida llevaba los ojos vendados y solo le fue quitada la venda para ser fotografiada», detalla. «La foto, la última antes de morir muchos meses más tarde, desencadenó los interrogatorios, su confesión bajo tortura, probablemente la violación y su ejecución», añade. Esta imagen «es, en realidad, la condena a muerte de la muchacha y quien la mira hoy lo hace desde los ojos de la maquinaria de muerte; esta es quizá la máxima paradoja que condensa el malestar que contienen las imágenes de perpetrador», concluye Sánchez-Biosca.

El sofisticado y terrorífico vídeo de la decapitación del periodista estadounidense James Foley, en agosto del 2014, difundido por ISIS, supuso una conmoción en todo el mundo. «Es un caso atípico, pues aspira a ser mostrado con orgullo y como amenaza al mundo entero», afirma Sánchez-Biosca. Es, por así decir, «un giro escalofriante e inesperado en la historia de las imágenes de perpetrador».

«La necesidad de un estudio histórico minucioso y de un análisis atento de la imagen la muestra aquella fotografía de Abu Ghraib en la que un prisionero aparece encapuchado y con sus extremidades atadas a cables supuestamente electrificados», asegura. «La asociación que una de las perpetradoras hizo entre esta figura y un Jesucristo musulmán explica en parte su enorme poder de conmoción», añade. 

Pero los perpetradores no solo tomaron imágenes de sus víctimas, sino de sí mismos. Por eso, asevera el autor que «más intrincado es el caso de la foto de un grupo de SS cantando alegremente al son de la música de un acordeonista». Todo en ella «hace pensar en la diversión y el amor a la naturaleza, y en la foto solo resultan sospechosos de una marca histórica sus uniformes». Pues bien, «estos individuos celebraban en ese entorno el éxito del exterminio de más de 400.000 judíos húngaros y despedían al jefe que había conducido a buen puerto la operación». Esa foto, «colocada en un álbum personal (el de Karl Höcker), muestra el espíritu de grupo con el que se condensa el malestar que contienen las imágenes de perpetrador».