Mikel Izal: «Aspirábamos al mileurismo, no a tocar en el WiZink Center»

FUGAS

Vicente Modino

La banda madrileña tocará en O Son do Camiño este viernes

29 jul 2021 . Actualizado a las 12:04 h.

La pandemia interrumpió el viaje de Izal por España partiendo por la mitad su gira más ambiciosa, El gran final del viaje. Un show en el que el grupo apuesta a lo grande por la escenografía y el contexto que envuelve las canciones. Año y medio después, la banda madrileña liderada por Mikel Izal (Pamplona, 1982), retoma ese viaje sideral de sonido y emociones exactamente donde lo había dejado. Habrá una única escala gallega, será este vienes, en Santiago, donde actúan como parte del cartel de O Son do Camiño. Allí sonará Meiuqèr, el primer adelanto del nuevo disco de Izal, Hogar, que verá la luz después del verano. Otro viaje, pero en este caso por debajo de la piel, hasta las entrañas de uno mismo, que consigue erizarla desde que empiezan a sonar los primeros acordes.

­—Antes de nada, enhorabuena por el disco de platino que acaba de alcanzar su álbum «Autoterapia».

—Muchísimas gracias. La verdad es que este tipo de reconocimientos son un símbolo por su trayectoria y significan mucho para nosotros, pero sinceramente me hacen más ilusión por mis padres. Porque creo que para ellos es como la demostración de que a su hijo le va bien y que va tener para comer. A mí me transporta a los inicios, al primer disco de oro que nos dieron, que fue por Copacabana, y a cómo nos sentimos. Era la confirmación de que no nos habíamos equivocado al elegir la música como nuestra forma de vida.

­—¿Alguna vez se imaginaron que sería posible llegar a superar las 40.000 copias vendidas de uno de sus álbumes?

—La verdad es que nunca soñamos tan alto y es increíble. Nuestro objetivo era poder ganarnos la vida haciendo lo que más nos gustaba, que era creando música. Aspirábamos al mileurismo, a pagar las facturas y a ser muy felices con esto. Tampoco nunca pensamos en que llegaríamos a tocar en lugares como el WiZink Center de Madrid o en festivales delante de 20.000 personas. Todo ha salido bien y es una auténtica pasada, de verdad, pero sinceramente nuestros sueños eran mucho más humildes, y a la vez eran igual de complicados. Las cosas han pasado como han pasado, y aquí estamos.

­—«El pequeño final del viaje» es la continuación de la gira que la pandemia les partió por la mitad. Además de una explosión de ganas contenidas durante meses, ¿qué vamos a encontrar en estos conciertos?

—Es un show que tiene detrás un montón de meses de trabajo, tanto en la producción audiovisual como en la grabación de audios, la escenografía, y todo lo demás. Es teatral, dinámico y lleno de sorpresas. Solo lo pudimos presentar en Barcelona, en Zaragoza y en Granada antes de que llegase la pandemia. Tenemos la suerte de que es un formato que está funcionando muy bien en los nuevos aforos de entre 3.000 y 4.000 personas que estamos haciendo. Además se disfruta mucho a nivel audiovisual, así que el hecho de estar sentados es incluso a veces una ventaja para que no se escapen matices que con la euforia y la energía de un concierto de pie, podrían escaparse.

—Pero tratándose de un grupo como Izal, con esos cambios de ritmo y de emoción entre unas canciones y otras, ¿es posible estar sentado en uno de sus conciertos? ¿A nadie le explota el corazón?

—Pues al parecer sí que es posible; lo de estar sentado, no el ataque al corazón —bromea—. El público se está portando muy bien, bailan mucho estando sentados y lo hacen con el corazón, pero con el culo pegado a la silla. Lo que estamos notando es que la gente tiene muchas ganas de felicidad. Yo supongo que les cuesta estar sentados, pero están cumpliendo con toda la normativa a rajatabla y, según nos hacen llegar, están siendo muy felices en los conciertos. Creo que estamos recuperando sensaciones, al final nosotros sobre el escenario seguimos dando toda la energía, como hacíamos antes de la pandemia, y el intercambio con los que vienen a vernos está fluyendo muy bien.

—¿Habrá sorpresas?

—Muchas. Muchísimas. Y en Internet cada vez hay más spoilers, pero yo creo que precisamente lo bonito de las sorpresas es que no se esperan. Prometo que es un espectáculo digno de encontrárselo, así que por favor, no investiguéis demasiado y venid a disfrutarlo con nosotros.

«Hay temas míos que no me pondría en Spotify ni loco ya»

—¿Cómo fue volver a subirse al escenario?

—Lo primero que teníamos era la incertidumbre de saber si nos habíamos oxidado, porque el verano pasado dimos algunos conciertos, pero con aforos muy reducidos, con un formato adecuado y minimizado para esa versión más pequeña. Y este verano no es así, ahora retomamos la energía y el show exactamente donde lo dejamos, pero un año y medio después. Un año y medio sin tocar así, vaya. Así que el mero hecho de enfrentarnos a los ensayos ya era un reto. Necesitábamos comprobar si estábamos en forma y nos alegramos mucho de ver que era así. Seguimos siendo los de siempre, pero ahora llenos de puras ganas y de energía acumulada, así que subirse al escenario es una explosión maravillosa de nuevo.

—Acaban de presentar «Meiuqèr», una canción que es algo así como bucear en las entrañas de lo incomprendido, desgarradora y delicada a partes iguales. A la mayoría le transporta a las sensaciones que provocó el confinamiento, sin embargo usted la escribió en la Navidad del 2018, después de una época de parón creativo. Esto demuestra, como mínimo, que la música es lo que sentimos cuando la escuchamos, ¿no?

—Sin duda. Es cierto que lo que nos hace sentir una canción suele estar muy lejos de lo que sentía la persona que la creó cuando lo hizo. En este caso es muy curioso el puente brutal que se ha construido entre lo que me llevó a escribir este tema y el momento actual al que se está yendo todo el mundo cuando lo escucha. Llevaba dos años de sequía absoluta a nivel artístico, y eso era algo que me generaba una ansiedad y un vértigo bestiales, porque en mi caso no solía pasar ni un mes sin que hubiese una canción que me gustase. De pronto, mientras viajaba a Euskadi a pasar la Navidad con mi familia, aparecieron las estrofas y la melodía de Meiuqèr en mi cabeza, me recuerdo grabándolas en audios del móvil desde el bus. Fue la canción de volver a caminar, de volver a la vida musicalmente hablando, de ahí que su título sea «réquiem» escrito al revés. Aquí no hay difuntos, hay renacidos. Y resulta que ahora cobra un nuevo significado con lo que nos ha caído después, esa pausa forzada y el horror que han vivido muchísimas personas. Creo que arroja esperanza y ganas de volverse a levantar. Esta es la magia de la música y de su reinterpretación.

Vicente Modino

—¿Qué vamos a descubrir de Izal en «Hogar» que no conocíamos?

—Pues creo que mucho. Tiene una producción y un sonido diferentes. Quisimos romper un poco con esa limpieza que hay en los discos anteriores, un aspecto que nos encanta, que no se malinterprete, pero somos cinco personas muy inquietas y tenemos el objetivo de nunca aburrirnos de nosotros mismos. Nos atrajo el sonido de fuera de España, escuchamos mucho a grupos en inglés como Metronomy o Arcade Fire, que tienen una textura diferente, y buscamos un poco irnos hacia ese color. Así nos encontramos con el productor Brett Shaw, que es un ingeniero del sonido, un friki inalcanzable, amante de lo analógico y capaz de meterse en distorsiones que no te esperas. A eso se suma que las letras son más personales, más íntimas, y quizá un puntito más lentas, con menos prisa, que en otros álbumes. Teníamos ganas de disfrutar de la calma y de la pausa, que aquí ha estado más presente que en otros trabajos.

—Este julio se cumplieron 55 años desde que la canción «Strangers in the night» de Frank Sinatra llegase al número 1 de la lista Billboard. Dicen que Sinatra detestaba esa canción y sufría porque fuese uno de sus temas más aclamados. Imagino que al componer las suyas usted mismo tiene que ser difícil repudiarlas, pero, ¿hay alguna canción de Izal que se le atragante ya un poco?

—A ver, hay temas míos que no me pondría en Spotify ni loco ya, pero lo cierto es que nunca me escucho a mí mismo más allá de cuando grabamos el disco. Hay canciones que tengo muy masticadas. Por ejemplo, Qué bien, que es del primer disco y la hemos tocado 80.000 veces por lo menos. Es un tema que a nivel compositivo no me llama tanto la atención como muchos otros que he hecho, me parece sencilla y que fluye bien, pero ya está. Sin embargo, al tocarla delante de la gente se convierte en otra cosa, es como un intercambio de alegría, así que me abstraigo y me lo paso en grande disfrutando con esa comunión que se genera. Ahora, en los auriculares no me la voy a poner, ya me la sé —se ríe—.