El «bestseller» Javier Castillo: «En parte agradezco que la crítica no esté de mi lado»

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El malagueño acaba de publicar su quinta novela, «El juego del alma», que se encuentra en lo alto del ránking de los más vendidos

04 jun 2021 . Actualizado a las 09:14 h.

Empezó autoeditándose en Amazon después de ser rechazado por las editoriales, que no tardaron en llamar a su puerta a raíz del éxito en el formato digital. Cuando pensaba que no podía vender más, saltó al papel, y en una semana agotó la primera edición de El día que se perdió la cordura, su primer libro, del que ya lleva más de 90 tiradas. Ahora, a sus 33 años, Javier Castillo se ha convertido en un fenómeno literario. Acaba de publicar su quinta novela, El juego del alma, que podría tener como precuela La chica de la nieve, su obra anterior, y que en breve veremos en Netflix. 

—No sé lo que va a durar esta conversación pero si vendes un libro cada 8 segundos, solo hay que echar cuentas...

—Creo que esa cifra fue la semana de lanzamiento, que suele ser el bum, pero supongo que ahora venderé más lento. Aunque crucemos los dedos para que se mantenga...

­—Si en «La chica de la nieve» veíamos la parte más exterior del personaje de Miren Triggs, ahora en «El juego del alma» hay una evolución hacia el interior, ¿no?

—Sí, nos enfrentamos a esa evolución que ella tiene que hacer sí o sí, tiene que romper esa coraza que se puso a raíz de la agresión sexual que sufrió y que la ha cambiado para siempre. Si no la rompe, va a ser incapaz de sentirse viva. La novela, a pesar de ser un thriller psicológico, es un juego para ella y para quien la lee también, para que vaya jugando con su alma y sacándola a la luz.

—Es una obra más madura, con más profundidad, con giros todavía más impredecibles. ¿Tuviste la sensación de que la pluma fluía con más facilidad?

—Es una novela distinta, no diría más madura, pero psicológicamente es profunda, porque todos los personajes principales están completamente rotos. Vemos cómo cada uno de ellos tiene que enfrentarse a su miedo, a su dolor, a su trauma del pasado, y esto hace que psicológicamente sea muy compleja, e igualmente la trama es muy compleja. Son dos casos paralelos, que no se sabe cómo se conectan, todo concentrado en tres días y con una estructura temporal que arranca en un momento álgido y luego vuelve atrás en una especie de trenzada. Las tres tramas se van intercalando hasta que, al final, está ese nudo que todo lo une. El día que se perdió la cordura tiene personajes más superficiales, pero una trama tan explosiva que no podía ponerlos más profundos porque si no, hubiera sido incomprensible. Hay que jugar entre trama y personajes, y en El juego del alma hay un equilibro más sensato entre ambas cosas, no sé si es más madura, igual un poco más pausada, a la vez que tiene todos esos giros.

—Entre personajes y trama, apuestas por lo segundo.

—Sí, suelo elegir trama porque es lo que luego se me queda, pero tiene que haber un buen personaje, al menos uno.

—¿Es clave para enganchar al lector empezar con la tensión al máximo?

—A mí me gusta. Yo cuando leo una novela que empieza por un punto en el que relativamente no pasa nada, que si narra el tiempo, cómo se despierta el personaje, coge la tostada, se prepara el desayuno... Acabo buscando en los cinco o seis capítulos siguientes el momento por el que yo hubiese empezado. Conocer a los personajes no tiene que ser lo primero, se hace muy pesado, yo soy más de crear primero los interrogantes y que esa curiosidad te haga leer.

­—«La chica de la nieve» se va a adaptar para Netflix, y hay otras novelas que están en proceso. ¿Te asusta o te ilusiona?

—Me ilusiona mucho, porque es una nueva oportunidad, no solo para que más gente las conozca, sino para mejorar partes, para hacerla más llamativa para un medio distinto y buscar la manera de sorprender a quien ya la ha leído. Me gusta estar implicado, dar mi opinión, porque al final, quien ha pasado más horas delante del texto he sido yo, y sé lo que quería contar o lo que la gente ha interpretado, pero entiendo que hay gente que tiene muchísimo más talento y muy buenas ideas para adaptarla, porque es muy distinto el lenguaje.

—Tu trayectoria recuerda a la de Pablo Alborán: de autoeditarte a ser un fenómeno.

—Me hace ilusión que me digas eso, porque lo admiro muchísimo, además es de mi tierra. Ha sido muy sorprendente, yo me autopubliqué (El día que se perdió la cordura) en Amazon, y fue inesperado cómo de la noche a la mañana se convirtió en la obra más vendida. A raíz de ahí ya me llegaron ofertas editoriales, y este fenómeno que se formó después. Fíjate que cuando di el salto al papel, yo ya había vendido muchísimo en digital 40.000 ejemplares, que era una auténtica barbaridad en aquel momento) y pensaba que ya había vendido todo. Muchas veces ha sucedido así, autores que triunfan en digital cuando pasan a papel, no funcionan. En cambio, el primer día se agotó la primera edición; el segundo, la segunda... En cinco meses llevábamos diez, todo empezó a salirse de lo previsto. A día de hoy, llevamos más de 90 ediciones. Ahora vamos con El juego del alma, que es la quinta novela y hay mucha expectación.

—¿Sientes la presión?

—No tanto la presión como las ganas. Antes escribía por hobby y ahora lo hago porque tengo ganas de entregar esta nueva novela a la gente, ver si gusta o no, hay mucha ilusión.

—Pasar de ser rechazado por varias editoriales a ser el tercer autor más vendido, ¿sube el ego?

—Soy una persona con poco ego, pero me siento muy agradecido. Tengo la sensación de que todo lo que me está pasando es un sueño. Tengo muchísimos amigos autores y hay otros que son buenísimos, que a lo mejor no tienen esa suerte, esa chispa, esa conexión con la gente, eso hace mucho. Yo intento centrarme en lo único que controlo, que es lo que hay dentro de lo que se imprime, porque las cifras, las ventas, lo que pasa después, está fuera de mi control y te libera un poco de esa presión.

—¿En algún momento llegaste a pensar que era la suerte del principiante?

—Sí, claro, yo iba con mucho respeto. Recuerdo que cuando iba por más de 100.000 ejemplares vendidos, tomé la decisión de dejar mi trabajo anterior y dedicarme 100 % a escribir, y sientes vértigo, incluso ahora sigo teniéndolo. Intento hacerlo lo mejor que puedo, lo más sorprendente, en cada novela intento jugármela e ir al límite. La gente ha respondido muy bien, pero siempre tengo ese vértigo, no saber si funcionará. Cuando conoces a muchos escritores, te das cuenta de que es una profesión de muchísimas inseguridades, vas dando palos de ciego, y eso te hace tener los pies en el suelo, ir con mucha humildad, respeto al folio en blanco y mimando a los lectores y a la novela.

—Eres el autor más vendido después de Pérez-Reverte y Aramburu, ¿sientes respeto por parte de los grandes?

—Siento respeto por parte de todos mis compañeros. Llegar a la línea de meta, terminar la novela y someter uno o dos años de trabajo a la opinión de la gente, merece todo el respeto venda muchísimo o poco, y ya sea gran autor o pequeño. Yo admiro muchísimo a todos, incluso a los autoeditados.

—¿Te molesta que la crítica no avale lo que el público respalda masivamente?

—Suele pasar que novelas muy vendidas no son ni siquiera reseñadas por críticos o suplementos culturales, pero eso a quien aleja más de la gente es a la crítica. Si quiere que la gente se lo tome en serio, tendrá que estar más cerca de sus gustos o de lo que importa. Yo si un crítico nunca habla de lo que yo leo, me siento más lejano, y llega un punto que no lo tengo ni en cuenta. Sé que no compartimos, que no lee lo que yo leo.

—Pero incluso lo agradeces.

—En parte sí, es un poco de justicia. Al final, tengo la suerte, y esperamos que siga así mucho tiempo, de que es una parte de la promoción que no necesito. Al principio me lo cuestionaba: «¿Por qué nunca hablan de mis libros, si soy de los que más vende en España?». Pero si esto ayuda a otros autores, que venden relativamente poco, a que consigan esa repercusión, pues bienvenido sea.

—Dices que tu personalidad no encaja mucho con la de un escritor al uso y que no concibes a esos autores que aparecen el día de la promoción y luego desaparecen tres años. Hay que romper un poco, ¿no?

—Yo creo que sí, no me gusta la gente que se suele tomar a sí misma muy en serio. Por ejemplo, anoche una chica en Instagram hizo un montaje poniendo mi cara en el Cristo del Sagrado Corazón para que le diera suerte en los exámenes. Yo me río de esta broma simpática, pero otros autores dirían: «¡Cómo puede usar mi imagen para algo así!». Prefiero tomarme la vida con humor, estamos aquí de paso. Todos mis amigos están siempre de broma, y es la gente que me gusta tener cerca y como yo intento ser.

—Lo que sería una persona normal, simplemente que es una imagen que no asociamos a los escritores.

—Exacto, ayuda esa pose en blanco y negro apoyándote la mano en la barbilla... Ojo, que son fotos que te hacen cuando estás de promoción, no digo que esté mal. Disfruto mucho más siendo como soy, que no falseando una imagen durante mucho tiempo que para mí sería un dolor. Vas a conocer a tus lectores y estás serio porque necesitan pensar que pareces más un asesino en serie que una persona normal.

—Contaste que tu mejor crítica es tu abuela Rosalía, a pesar de que no sabe leer.

—Sí, es muy bonito. Con cada novela, con El juego del alma, todavía no he terminado, suelo ir y leérsela o le pongo el audiolibro. Sus comentarios son muy divertidos.

—¿Los tienes en cuenta?

—Sí, para saber si me he pasado de rosca, si he hecho algo muy sorprendente que no queda lógico... Aquí me decía: «No, no, este personaje no puede hacer esto...». Ese tipo de comentarios siempre ayudan mucho, porque sabes si estás sorprendiendo, si no, o si estás jugando muy al límite entre la sorpresa y la trampa.

—Y Javier Castillo, como la otra Rosalía en Times Square.

—Sorprende mucho e ilusiona muchísimo saber que algo que uno ha escrito desde un cuartucho de Mijas llega al centro mundial de la publicidad, con un anuncio a lo grande, con mi cara... Me hubiera encantado ir en persona, porque creo que es de estas cosas que se quedan para siempre.

—En una ocasión hablaste con los reyes Felipe y Letizia. ¿Te consta que están entre tus lectores?

—Entiendes que sí, pero no sabes si es más protocolo que otra cosa. Te dicen: «Enhorabuena, que no se te suba el éxito a la cabeza», ese tipo de cosas así muy bonitas. El rey es muy simpático, y con la reina puedes hablar casi de cualquier cosa con una soltura y cercanía que sorprende. Es bonito, charlar un poco, saber que saben de uno... Luego llega mi abuela y te pone los pies en el suelo.

—¿Después de los «Diez negritos» de Agatha Christie están los «Cuatro negritos» de Javier Castillo?

—[Risas]. Era muy malo, malísimo, un relato de hace mucho tiempo, pero algún día igual me da para escribir una novela detectivesca, que es el género que más he leído.

—¿Lo conservas?

—No, lo he estado buscando pero no lo encuentro. Me da pena, pero a ver si aparece en casa de mis padres.

—Lo del Stephen King español...

—Lo llevo regular. Entiendo que son ese tipo de frases de márketing, pero me lo tomo con muchísimo humor y gracia, porque cada año salen como 15 en España, 14 en Inglaterra... En la vida me compararía con él, porque lo considero el maestro. Ojalá llegara a su edad escribiendo cómo él.