Borja Quiza: «Por mi cumpleaños mi barrio me cantó a mí, y me dejaron tres centollos en la puerta»

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El barítono coruñés asoma su voz a la ventana para emocionar a todo el barrio. El covid se ha llevado a su abuelo, Pepe de Antonia, pero él sigue dando el do de pecho cada tarde en Riazor tras el aplauso de las ocho

03 may 2020 . Actualizado a las 19:43 h.

Su cumpleaños en pleno confinamiento, el pasado viernes día 24, fue «un chute de energía» de ventana a ventana. «En realidad, empecé cantando por el patio de luces un día porque me lo pidieron los vecinos de al lado cuando empezó el confinamiento. Y me empezaron a pedir que cantase más», cuenta el barítono Borja Quiza (Ortigueira, 1982). Su salvavidas en estos momentos tan duros y extraños son las artes y los tesoros que le ha dado la vida: «Mi mujer, Vero, y mis hijas. Tengo una de 9 y otra de 5. Para poder trabajar un poco en casa me compré unos auriculares con cancelación de ruido», bromea Borja, que, azares cantosos de la vida, nació en Ladrido, con un piano en casa. Hoy, ameniza el encierro a los vecinos de la zona de Riazor. Cada tarde, tras el aplauso de las ocho, vozarrón al aire. Una de las canciones que más le están pidiendo es Lela, pero también le dan: mensajes, rosquillas y hasta tres centollos llegaron a aparecer a la puerta de su casa para felicitarle el año más y su actuación de cada tarde.

Momentos duros

«Por el covid perdí a mi abuelo hace un mes, Pepe de Antonia. Era una persona muy conocida y muy importante en nuestras vidas. Fue un palo gordo, claro, sobre todo por la situación en la que estamos. Mi madre y nosotros vivimos a solo 600 metros. Mi abuelo vivía con mi madre, y todo pasó sin poder juntarme con mi madre. Y así seguimos, de hecho. El entierro fue en Ortigueira, fui yo solo con los de la funeraria y el cura. Es muy muy difícil, como para tantas familias», revela el barítono, que empezó a cantar de niño en las rodillas de su abuelo Pepe.

Ahora que puede salir con sus niñas, Borja va con ellas hasta la ventana de su madre, «y hablamos un poco. Tenemos las emociones a flor de piel. Y tantas ganas de abrazarnos cuando se pueda...», desea.

-¿Qué es lo que ve desde la ventana a la que se asoma a cantar cada tarde, lo mejor y lo peor?

-Yo tengo sensaciones contradictorias todo el rato. Por un lado, el corazón me dice: «Hay mucha gente mayor, si puedo darles un rato de alegría o motivación, ¡adelante!». Nuestros vecinos de al lado, por ejemplo, son gente que emigró a Suiza y ahora se han venido a vivir aquí y les noto nerviosos. Noto también esa energía que llega de la gente, de la que te escucha y piensa: «A las ocho ocurre algo bonito, que nos alegra un poco el día». Pero, por la parte de las artes, de la fragilidad que hay en el sector, me siento decepcionado por la falta de ayudas específicas del Ministerio de Cultura. El futuro pinta muy negro. La cultura y las artes han demostrado estos días lo que nos reconfortan. Todo el mundo echa mano de una canción, de un concierto, de un libro, de una serie o de una película. La vida sin artes no tendría sentido, esto es así. Y es cierto que todo el mundo se da cuenta de lo necesarias que son, pero no se asume lo que significa que somos profesionales que vivimos de esto. En cualquier caso, a mí me pesa más lo positivo. Me encanta ver cada día a los vecinos de enfrente.

-Son agradecidos además, ¿no?

-Me han dejado hasta rosquillas en el felpudo. Notitas que dan las gracias, de todo.

-¿Recibe peticiones o suele tomar la iniciativa y elegir canción?

-Normalmente, tomo yo la iniciativa. Un día o dos alguien sugirió algo, pero, sobre todo, lo que me piden es que repita.

-¿La que más piden?

-Lela, el clásico. El día de mi cumpleaños ¡me cantaron los vecinos a mí! Me cantó toda la calle y soltaron globos desde las ventanas. Fue emocionante.

-Y le regalaron tres centollos...

-Sí, pero al final me enteré de que había sido un encargo de mi madre. A las diez de la mañana llamaron al timbre, fui a abrir y había en el felpudo una tartita envuelta y tres centollos en una bolsa. Mi madre sabe que es mi marisco favorito...

-Es un regalo propio de una madre que sabe bien lo que necesita su hijo.

-Claro, la cocina y la gastronomía son para mí lo más. Comer y cocinar. Me he pasado la cuarentena cocinando.

-¿Es de los que hacen pan?

-Hago pan, de todo, y soy de los cabreados porque no hay levadura fresca. Algunos amigos me han mandado regalos, como un soplete que nos faltaba para quemar el azúcar de la crema catalana o un kit para hacer esferificaciones de alta cocina.

-¿Canta entre potas y sartenes?

-Canturreo... Cuando canto, meto mucho ruido, es demasiado volumen. En una casa resulta hasta agresivo.

-¿Coincide con sus hijas en gustos musicales o ellas se le van al reguetón?

-En casa vivimos por y para las artes. Mi mujer es bailarina. Escuchamos de todo, y a mis hijas les encanta. Lo mismo flamenco que Silvio o Mercedes Sosa. Pero por más que nosotros no escuchemos reguetón, ellas viven en el mundo y lo traen. Puedo valorar a Rosalía, a otros no. Hay letras que me ponen de los nervios. Pero mis hijas lo combinan bien, ellas nunca escapan de la ópera.

-Nos lo dijo una vez: a quien no le guste la ópera es que no se ha parado a oírla.

-Sí. Hace falta solo un mínimo de atención y hoy la tienes a mano hasta en la Red. A nadie se le pasa por la cabeza que no te pueda gustar el musical de Cabaret o El Rey León. Y al final el musical viene a ser un spin off de la ópera.

-¿Su salvavidas en estos momentos?

-El carpe diem. Pensar en presente, qué voy a comer hoy o a qué voy a jugar con mis hijas esta tarde. O qué peli o serie voy a ver cuando estén todas durmiendo, porque yo soy el último en acostarme.