En el fondo este cómic es un juego, una especie de travesura, de ingenio, que seguro que le habría gustado a Luis Buñuel. Solís se propone recrear cómo fue el rodaje de Las Hurdes, tierra sin pan, un documental de menos de media hora, dirigido por aquel cineasta y rodado entre el 23 de abril y el 22 de mayo de 1933. Fue un trabajo que terminó de llenar a España, y media Europa, de prejuicios hacia aquella comarca extremeña. No hay realmente ningún documento que acredite cómo fue aquella visita, la de Buñuel y todo su equipo, como fueron sus relaciones con esas gentes, su asombro en la comarca, sus conversaciones... Y es precisamente eso, la capacidad inventiva, el gran hallazgo de este trabajo. Sumen secuencias de cierto absurdo y pasajes de delirio, y el trabajo es fascinante.
Solís, originario de Extremadura, traslada a Buñuel hasta el barro, para contar lo que pudo ver en las Hurdes, desde miradas hasta olores. Cómo fue la dirección de actores (gente de la calle) para trasladar un mundo rural a lo onírico. Entran ahí las contradicciones del propio cineasta, sus prejuicios, sus frustraciones, sus ansias por que aquellos lugareños, en unos deprimidos años 30, se comportaran a la manera de una hilarante producción. Ahí Solís tiene la habilidad de contraponer a Buñuel a una suerte de conciencia crítica, Ramón Acín, el que sirve para poner al creador con los pies en la tierra.