Belén Rubiano: «¿Renegar de Blyton? Llegué a fundar mi club de los siete»

FUGAS

Jorge Shoots

Belén Rubiano hizo de su sueño un negocio en Rialto, 11. La librería cerró, pero su memoria se abre en este libro, una cálida ópera prima

21 jul 2019 . Actualizado a las 22:57 h.

La peor amenaza para las librerías no es Amazon, asegura Belén Rubiano (Sevilla, 1970), que comparte «el naufragio y los pecios» de la que fue su librería en una crónica llena de vivencias, dificultades, amistad, humor y libros. «El enemigo es la falta de lectores, nada más. El número tan escaso de quienes prefieren leer a correr, ver series o usar sus redes sociales de una manera frenética y de quienes prefieren un libro a un billete rojo o azul. Somos pocos y siempre hemos sido pocos», dice quien visitará este agosto la Feria del Libro de A Coruña.

­-¿Cómo abrió en el papel Rialto, 11, cómo dio el salto de librería a novela?

-Puede que suene raro, pero creyendo en mí misma y en Rialto. Lo segundo fue fácil. La fe en mi propia capacidad tardé más en encontrarla.

­-«Yo tenía una librería en Sevilla», escribe evocando a la Isak Dinesen de «Memorias de África». ¿«Era tan hermosa como pequeña, de techos altísimos con elegantes molduras...? ¿Así era su librería?

-Era exactamente así, en la novela no invento nada. Pero si es una novela es por cómo lo cuento y por todo lo que no cuento. También podría haber escrito: «Era demasiado pequeña para ser rentable, demasiado hermosa para no inspirar temor y supe desde el principio que acabaría siendo mi cárcel». Pero ese no era el libro que yo he querido escribir.

­-¿Recuerda aún el peso de las cajas del «Paula» de Isabel Allende? ¿Qué otros recuerdos conserva que no cuenta?

-«El pasado es un país extranjero: allí las cosas se hacen de otra manera», dice L.P. Hartley. Tiene razón, el pasado es memoria y no sabemos aún en qué consiste la memoria. Ahora siento que no tengo más recuerdos de Rialto que los que he contado en Rialto, 11. Es todo muy raro.

­-¿Cómo encajó aquellos tiempos, de los que escribe, en los que se pedía en una nota de periódico «varón fuerte y licenciado para trabajar en librería»?

-Con mucha más naturalidad que con la que ahora encajo los defectos de estos otros tiempos.

-Se hizo la prueba de la rana, se quedó embarazada, dejó su empleo, montó su empresa y firmó el divorcio, leemos. Intenso. ¿A qué novela se parece ese tiempo de su vida?

-Al Eclesiastés, sin duda. Un gran libro muy cortito e hipnótico que recomendaré siempre.

-¿Quién la enseñó a leer?

-Empecé sola y me acabó de ayudar una señora mayor que cuidaba niños por las mañanas en su casa. También me enseñó punto de cruz y a bordar en bastidor. Hoy le das una aguja a una niña de cuatro años y, para empezar, te quitan a la niña. Pero es que entonces, con la aguja, también te daban unas instrucciones muy bien argumentadas para que esa aguja no la utilizaras contra nadie ni contra ti misma.

-Esa reflexión pincha. En este libro habitan otros de Anne Hopper, Kavafis, Italo Calvino. «Enid Blyton me duró un suspiro», confiesa. ¿Reniega de «Los Cinco» y «Torres de Malory»?

-¿Renegar? Por favor, qué feliz fui con aquellas historias de niños que corrían aventuras lejos de los adultos, que resolvían crímenes y hasta bebían cerveza de zarzaparrilla. Incluso llegué a fundar mi propio club de seis o siete secretos. Pero la primera reunión fue en mi casa y nos peleamos tanto para elegir el nombre del club que fue la última también: mi madre lo disolvió inmediatamente [risas].

-¿Es abrir una librería una temeridad abocada al fracaso, como embarcarse en un matrimonio inconveniente?

-Nada está abocado al fracaso de antemano. Es una aventura muy arriesgada y que siempre estará llena de peligros e incertidumbres, pero tampoco los equilibristas tienen un trabajo cómodo, ¿verdad?

-¿Leemos mejor o peor que hace años?

-No lo sé. El mercado es mucho más rico que hace unos años, pero están publicando, incluso en sellos importantes, autores muy jóvenes con poco que contar y cuya escritura carece de valor porque (se nota) apenas han leído. Solo los genios pueden escribir sin beber de una tradición y los genios no nacen con frecuencia.

-¿Morirá el libro en papel?

-Lo dudo; el libro en papel no solo es un invento perfecto, es que cada día está mejor inventado. ¿Acabó la electricidad con las velas? Una vela funciona siempre. Si disminuye el número de lectores del libro de papel, esto repercutirá en su precio: será más caro. Las ediciones tendrán que ofrecer un valor añadido. Serán objetos que desearemos contemplar, acariciar, oler y poseer, además de leerlos.

-¿Qué mercancías aún pesan en su alma?

-Ojalá lo supiera. Me confieso una ignorante de mí misma.

-Recuérdenos ese día en el que Vila-Matas no se volvió loco...

-Necesitaría la extensión del capítulo donde cuento ese día para contar la música de aquel azar. Fue un día feliz y no me extraña que Vila-Matas y Paul Auster sean amigos.